No le gustaba que lo llamáramos Guti. Insistía en que el verdadero Guti era su hermano Jorge. Ese pequeño gesto lo describe: extremadamente correcto en todas sus actuaciones, no aceptaba que se le atribuyeran méritos que no le correspondían.
Preciso en su manera de hablar y de escribir, trataba de llamar las cosas por su nombre. Verdaderamente sencillo, no por pose, sino por su auténtica manera de ser, la denominación de Guti no le molestaba por su informalidad, sino porque sentía que no le pertenecía.
No pretenderé hacer una lista de sus méritos académicos, que fueron muchos y brillantes. Tampoco me referiré a los servicios que le brindó a Costa Rica, los cuales fueron innumerables, de primera categoría y prestados con una absoluta corrección.
Sí diré que fue un extraordinario servidor público, una persona interesada siempre en los asuntos del país, como lo demuestra el hecho de que, hasta hace unas pocas semanas, estuvo ayudando al gobierno a permanecer en el derrotero indispensable para el saneamiento de las finanzas públicas.
Sin embargo, a mi juicio, su verdadera e indeclinable vocación fue la de enseñar.
A pesar de que tenía que viajar muchos kilómetros de su casa al Incae, nunca dejó de cumplir sus deberes académicos en las sedes de esa institución en La Garita de Alajuela y en Nicaragua.
Amaba la docencia, como una de las formas más nobles de dar.
Creía firmemente que su mejor contribución como ser humano era la de formar nuevos profesionales que ayudaran al desarrollo económico de Costa Rica y de otras naciones.
A sus muchas virtudes, Francisco de Paula agregaba dos condiciones muy especiales: un agudo y permanente sentido del humor y la facultad, cada día más escasa, de no tomarse en serio.
Pudo haberse jactado de su formación académica, de los altos cargos que ocupó, de sus logros en el campo de la docencia y de ser uno de los guías fundamentales del pensamiento en nuestro país. Nunca lo hizo; se limitó a ser, invariablemente, un profesor con una gran vocación de servicio público.
Antes de que clareara el domingo 21, después de una larga lucha, falleció un ser humano extraordinario. Su esposa, Patricia, y el resto de su familia sufrirán su ausencia durante el resto de sus vidas. Nuestro país extrañará su consejo y su guía. Sus amigos lo lloraremos con inconsolable dolor.
El autor es exvicepresidente de la República.