El reciente allanamiento a la Casa Presidencial con despliegue de armas y la presencia de jueces de alto rango, a raíz de un decreto anulado —cuyo texto refleja más la impericia del equipo presidencial que una amenaza real a la democracia— es una expresión más del clima de descomposición política de una élite que trastabilla hasta en el felpudo de la entrada.
Los embotellamientos cotidianos por falta de infraestructura, los retrasos y las tensiones generan un ambiente de malestar y agresividad en las calles. El panorama tiene que ver especialmente con los sectores medios urbanos acostumbrados a las “soluciones” del Estado de bienestar.
Los cambios en la economía y tecnología mundiales han acompañado también las relaciones de propiedad en el país, que han pasado, en cierta medida, de propietarios locales a transnacionales.
Se trata de propietarios ausentes, sin motivación por intervenir frente a problemas de infraestructura, como ocurría con la élite cafetalera. Lo mismo se refleja en el plano político, donde los intereses expresados por los administradores con visión a corto plazo se escinden cada vez más del interés público.
Simultáneamente, emerge con fuerza una economía subterránea que amerita un análisis aparte, apoyada del narcotráfico, la cual, aprovechando nuestra ubicación en la ruta de la coca, toma posiciones e influencia en las costas y en sectores fronterizos con problemas de empleo e ingresos.
Orden emergente. La nueva economía emergente tiene un sector dinámico y moderno que aglutina los ingresos y las oportunidades en un 20 % de la población. El 80 % permanece en el sector tradicional, con pocas oportunidades de encadenarse al moderno, y los ingresos permanecen estables o retroceden.
Entre estos últimos, crece el desempleo y la pobreza de los que se nutre la economía informal y subterránea.
La estructura institucional, aunque sufrió algunas transformaciones básicas para ajustarse a la economía internacional, permanece estancada en la normativa del pasado y su capacidad de ajuste es cada vez más lenta y disfuncional.
El patrimonialismo (el uso del poder para beneficio de una pequeña élite) se ha “democratizado”, lo cual quiere decir que se ha expandido en cascada por el sistema institucional.
Cada grupo de interés coloca sus objetivos por encima de los institucionales y, así, evidencian sus privilegios y el mal servicio. Crece un malestar contra la ineficiencia.
Organización rural. La molestia que se desborda en las redes sociales, sin embargo, no es nacional. En las zonas rurales, a pesar de sufrir el impacto de la competencia, se incuban diversos procesos de organización e innovación.
No me refiero a las antiguas bananeras ni a los latifundios ganaderos, sino a las zonas de pequeños productores afectadas por los programas de ajuste estructural (PAE), especialmente las cafetaleras perjudicadas por la ruptura del tratado internacional del café, que garantizaba un precio sustentable del producto.
Enfrentados a la debacle de su actividad, algunos migran a Estados Unidos para conseguir recursos a fin de salvar sus fincas y otros mejoran la calidad del producto y diversifican la producción. Se fortalece el movimiento cooperativo y los encadenamientos, así como la producción en microbeneficios que comercializan su producto en el exterior.
Los programas de los colegios en algunas comunidades se ajustan para enseñar, por ejemplo, barismo y otras actividades que permitan diversificar y encadenar la producción local al turismo.
De esta forma, se ha creado la base para formar equipos de óptima atención al cliente en algunos establecimientos locales. Se destacan por la rigurosidad en la educación y la formación técnica, por lo que es frecuente encontrar bienes y servicios de gran calidad en restaurantes, centros turísticos o mueblerías.
Se trata de comunidades emprendedoras como la de Santa María de Dota, donde, a pesar de tener la tasa cantonal más alta de suicidios, le han puesto el pecho a la adversidad y, en contraste con el pesimismo prevaleciente en el Valle Central, tensan el arco creativo innovando soluciones.
Ejemplos similares se hallan en Zarcero y Acosta, que, aprovechando la formación de músicos y de bandas de las universidades y el Ministerio de Cultura, han movilizado recursos locales para participar en actos internacionales prestigiosos.
Lo mismo sucede con las atletas de Puriscal, quienes se destacan en el ámbito internacional mediante el esfuerzo familiar. Tanto las bandas como el deporte han creado disciplina y han logrado tensar los arcos creativos precisos para enfrentar el siglo XXI.
Otro caso de gestión institucional incluyente se encuentra en el trabajo de las organizaciones y poderes locales, lo cual se aparta de la inercia tecnocrática predominante. Un ejemplo es el programa de Gestión Integral de Destino del Instituto Costarricense de Turismo (ICT), que no solo se expande hacia las comunidades, sino que actúa como fuerza centrífuga.
La escuela de Fila Tigre en Coto Brus constituye otro modelo de la calidad y el compromiso de sus educandos. Estableció un mecanismo de gestión ágil con la participación activa de su población. Sus logros no se han limitado a la calidad y oportunidad de la educación, sino que han desarrollado la infraestructura, al mismo tiempo que han transformado la cultura y el comportamiento cívico locales.
Hoy, la educación de los niños se ha transferido a la comunidad que mantiene libre de basura sus calles.
Un movimiento en ciernes. En otras regiones donde ha enraizado la agroecología, florecen iniciativas que empiezan a dar frutos. Los estudiantes del colegio de Sixaola, uno de los más alejados del centro y con menos recursos de laboratorios, crearon, junto con la profesora de Ciencias y bajo el clima de integración de saberes generado por la Asociación de Pequeños Productores de Talamanca, un controlador biológico contra la monilia del cacao, que les valió un premio de Intel en el 2014. La misma profesora experimenta con otro grupo de estudiantes con Arduino, un software libre, para resolver problemas locales.
Mientras la clase política desvaría, en vez de aprender, nuevas fuerzas en proceso de organización, como los narcos, y aún no organizadas, pero llenas de vida y fuerza creadora, brotan en los campos y en el sector moderno. ¿Se transformarán en fuerzas políticas propias?
El autor es sociólogo.