ATLANTA– Hay que perdonar a los aliados de Estados Unidos si están confundidos en cuanto al rumbo de la política exterior de ese país. ¿Quién no lo está después del temerario independentismo de la presidencia de Donald Trump?
Durante los últimos tres años, Trump sembró el caos estratégico y su política exterior, si es que podemos darle ese nombre, redefinió la incoherencia.
El presidente electo, Joe Biden, será mejor casi por defecto. Pero ¿cambió tanto Trump a Estados Unidos que el mundo no puede contar con que nunca más vuelva a la normalidad?
Trump no solo procuró mantener una relación estrecha con un dictador norcoreano con armas nucleares y sigue embelesado con el presidente ruso Vladímir Putin —hombre en guerra política con Occidente— también defendió el brexit e insultó a los aliados europeos de EE. UU. (cuando no se dedicó directamente a debilitarlos).
En la Conferencia de Seguridad de Múnich este año, tanto el presidente francés, Emmanuel Macron, como su homólogo alemán, Frank-Walter Steinmeier, reconocieron que Trump dañó la esencia de la alianza transatlántica.
Su mensaje fue claro: si Trump ganaba nuevamente, la asociación histórica que durante mucho tiempo constituyó el «Occidente» geopolítico, nunca volvería a ser igual.
Los líderes prudentes del mundo sin duda se estaban preparando para una inestabilidad e incertidumbre aún mayores si Trump era reelegido.
Francia y Alemania, por supuesto, tienen muchos motivos para estar en desacuerdo con EE. UU., ya sea por las relaciones comerciales, el hecho de que Macron haya tendido la mano al Kremlin o el enfoque relativamente menos confrontativo de ambos países con China.
Macron, que en noviembre pasado dijo que la OTAN tenía «muerte cerebral», no ocultó a quién responsabiliza por la decadencia de la alianza y la extendida sensación de confusión entre los socios y aliados de EE. UU.
Pero en París y Berlín, así como en el resto de Europa, la reacción contra Trump no era solo por sus intimidaciones, sus tácticas comerciales o su conflictividad.
Los europeos percibían que su gobierno estaba trazando un curso que rechazaba la relación de seguridad transatlántica y su papel central en la participación de EE. UU. en el mundo en términos más generales.
Biden abandonará el unilateralismo ilimitado, pero, incluso con un nuevo enfoque, el daño que hizo Trump no se solucionará fácilmente ni alterará la percepción entre los líderes europeos de que el continente tendrá que arreglárselas solo cada vez más.
El trato que Trump dio a los aliados de EE. UU. en Asia fue una clara advertencia para los europeos de que deben prepararse para un mayor deterioro en la relación de seguridad.
A pesar de la amenaza nuclear norcoreana y el creciente poder de China, Trump trató de convertir las alianzas fundamentales de EE. UU. con Corea del Sur y Japón en relaciones de pago por uso.
Afortunadamente, Biden entiende lo que Trump no: que los acuerdos de defensa de EE. UU. con esos países apuntalaron la estabilidad en Asia durante 70 años y rindieron a EE. UU. pingües beneficios.
Trump vio ambas relaciones como «malos negocios» y Biden tendrá que persuadir a los estadounidense para que abandonen esa diplomacia transaccional.
Además, Trump no fue el primer presidente estadounidense que se inclinó fuertemente hacia la retórica ultranacionalista, volver a meter en la botella al genio de «Que Estados Unidos vuelva a ser grande» tal vez no resulte fácil para Biden.
Corea del Sur y Japón pueden dar fe de que «Estados Unidos primero» no fue solo un eslogan. Este año hay que renegociar los Acuerdos de Apoyo de la Nación Anfitriona, que determinan los detalles de la presencia estadounidense en cada país.
Trump reiteradamente amenazó con retirar a las fuerzas estadounidenses de ambos países a menos que pagaran más por lo que llamó «protección estadounidense».
Biden tendrá que trabajar duramente para recuperar la confianza de los japoneses y coreanos mientras trata de renovar esos acuerdos.
De hecho, Corea del Sur y Japón ya comparten costos de defensa mutua y aseguraron la presencia militar estadounidense en el noreste asiático durante décadas.
Corea del Sur cubre más del 40 % de los costos operativos de las fuerzas estadounidenses destacadas allí, también se hizo cargo del 92 % de la mudanza del comando estadounidense a nuevas instalaciones en las afueras de Seúl, con un costo de $10.700 millones, y compra miles de millones de dólares de equipos militares estadounidenses.
Por su parte, Japón entrega $2.000 millones al año para mantener a 54.000 soldados estadounidenses, compra el 90 % de sus equipamientos militares a empresas estadounidenses y desembolsó $19.700 millones (el 77 % del costo total) para la construcción de tres grandes bases.
Durante casi un año, los funcionarios del gobierno de Trump exigieron que sus pares surcoreanos cuadruplicaran el aporte de asistencia financiera de $1.000 millones de su país.
Sumemos a eso las filtraciones que señalan el posible retiro de tropas y el anuncio en julio de que 12.000 soldados estadounidenses dejarían Alemania.
Claramente, el gobierno de Biden no solo tendrá que diseñar una nueva estrategia de negociación, sino también reafirmar la garantía de seguridad estadounidense.
Incluso con Biden a cargo, el actual malhumor político entre Corea del Sur y EE. UU. (que abandonó las conversaciones de base anteriores) implica que las negociaciones no serán fáciles.
En Japón, las conversaciones formales comenzaron el mes pasado y el gobierno tiene hasta marzo del 2021 para renovar su acuerdo.
Los funcionarios de defensa de Trump dijeron a sus homólogos japoneses que pueden esperar el mismo trato que recibió Corea del Sur.
Biden ciertamente también cambiará ese guion. El nuevo primer ministro japonés, Yoshihide Suga, probablemente siga previendo arduas negociaciones, pero ya sin la actitud de «tómalo o déjalo» que generó dudas sobre la duración de las garantías de seguridad estadounidenses.
Tan solo volver a tratar a los aliados como tales debiera producir muy buenos resultados para Biden. Trump no mostró preocupación alguna por las secuelas de sus decisiones políticas en Seúl y Tokio ni por el impacto sobre el futuro político del presidente surcoreano, Moon Jae-in, y el del ex primer ministro japonés Shinzo Abe.
En pos de la seguridad, ambos líderes trataron de consentir al «genio muy estable» de Trump durante los últimos tres años, sin resultados mucho mayores que el bochorno político en sus respectivos países. La elección de Biden indudablemente generó suspiros de alivio en Seúl y Tokio.
Lamentablemente, el maligno legado de Trump sobrevivirá a su partida. Debido a que todo clama por la atención de Biden, desde la atención sanitaria hasta el cambio climático, la política extranjera seguramente quedará relegada para ocuparse de las prioridades locales.
Para los aliados de EE. UU., la paciencia seguirá siendo una virtud. Solucionar los errores de los años de Trump llevará tiempo.
Como dijo cuando menos desde 1990, Trump quería reformar los acuerdos de defensa estadounidenses y alterar radicalmente su papel en el mundo. Trump puede ser un mentiroso patológico, pero mantuvo su palabra en esta cuestión.
Kent Harrington, exanalista de la CIA, se desempeñó como oficial nacional de Inteligencia para Asia Oriental, jefe de la CIA en Asia y director de Asuntos Públicos de la CIA.
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