Columnistas

Página quince: Juan Stam

Él creía firmemente ser parte de una revolución que alumbrará un nuevo día de justicia, paz y reconciliación para la humanidad y la creación toda

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La lluvia torrencial confunde los verdes, rojos y ocres de la finca, sus árboles y matas de banano, cas, naranja, guayaba, mango, granadilla, aguacate y café. A lo lejos, el galerón acondicionado para refugiados de la guerra en Centroamérica resiste el vendaval. Los perros buscan calentarse echados en el zaguán de la rústica casa campesina de finales del siglo XIX. Adentro, montones de libros y artesanías latinoamericanas parecen sostener el techo más que las paredes de bareque. Suena bucólico, pero es mi recuerdo de muchas tardes en esa sala, que huele a tierra mojada y a café recién chorreado, con don Juan. Cierro los ojos y ahí está, con sus anécdotas o documentadas explicaciones, soltándome sus estruendosas carcajadas acompañadas de boronas de galleta que vuelan por los aires. A veces estoy con Karla, o Andrés, o Hugo, o solo; puede que él esté con su hija Rebeca, pero quien siempre está, sumando al cuadro una mirada dulcísima e inteligente, es doña Doris, su esposa.








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