Algunos indicadores reflejan la bonanza estadounidense que comenzó hace una década, pero otros, contrariamente, muestran debilidades.
En el último trimestre del 2018, la tasa real de crecimiento anual se ubicó en el 2,2 % e iniciando el segundo trimestre del 2019 el dato fue un 2,1 %. Hubo buen desempeño de las exportaciones (vehículos, motores y componentes), consumo (recetas médicas y servicios de salud), inversión (propiedad intelectual) y gasto de los gobiernos locales. Un crecimiento más alto lo impidió el aumento del déficit comercial y menos renovación de inventarios.
Las exportaciones repuntan merced a la explotación de petróleo de esquisto y gas. Fue un giro en la industria energética, pues en el 2010 el aporte a la producción mundial de energéticos fue un 11 % y en el 2018 ya reportaba un 20 %. Así, la actividad incentivó el empleo y el transporte, lo cual, a su vez, produjo una merma en la importación de insumos y eliminó presión sobre la balanza de pagos.
Las innovaciones tecnológicas ubican los pozos con más precisión y esto sube la extracción. Los costos bajan y el país gana en competitividad. El desempleo está en el 3,7 % y en junio se crearon 224.000 puestos. El crecimiento de la producción se calcula en torno al 2 % a finales del 2019.
Resultados sociales. La producción per cápita actual es un 10 % más alta que la registrada antes de la crisis financiera del 2008. En cambio, la expectativa de vida viene cediendo: 78,9 años en el 2014 y 78,7 en el 2018 (menor que en las siete principales economías del mundo; de estas, Japón tiene la expectativa más alta, 84 años). Las causas son: cáncer, padecimientos cardíacos, suicidios, sobredosis con drogas y caros servicios de salud. En consecuencia, la población retarda o del todo no tiene acceso al tratamiento médico. Por eso, con todo y todo, ¡bendita seas, Caja Costarricense de Seguro Social!
Una causa de suicidio es la desesperanza. La falta de oportunidades económicas y la profundización de la desigualdad produce un sentimiento desesperanzador que lleva a quitarse la vida. Mediante programas, las autoridades contrarrestan estas tendencias. Cabe destacar que hace una década el 18 % de la población no contaba con seguro de salud y hoy la cifra es del 9 %.
Los niveles de pobreza actuales son prácticamente los mismos observados antes de la crisis del 2008; es decir, unos 45 millones de estadounidenses.
Desde 1970, el 1 % de los que ostentan los ingresos más altos vienen recibiendo más, y los de menos ingresos reciben menos. En términos de riqueza, existe una marcada disparidad. La movilidad social se ha tornado más viscosa. La población infantil cuenta con menos oportunidades de ascenso socioeconómico que sus progenitores asalariados.
Los resultados sociales tienen una implicación macroeconómica. La pobreza y la falta de oportunidades, recursos, educación (decae el capital humano), cobertura universal de salud (la vida laboral se acorta y su calidad se deteriora) y la desigualdad se confabulan haciendo que la tasa de participación laboral caiga, la productividad se estanque y el encarcelamiento aumente.
Lo anterior frena el consumo y, por tanto, se debilita la demanda agregada. Por otro lado, presiona una mayor inversión social que, a falta de recursos, termina descuadrando las cifras fiscales.
Política fiscal. La medida estelar es la modesta disminución de impuestos a los ingresos de las familias, pero significativa para las empresas. En estas últimas, hay más prueba de que ese beneficio fiscal lo reflejaron como ahorro, o bien, lo distribuyeron entre accionistas, o una combinación de ambas (se colige, entonces, la poca contribución a bajar la pobreza y promover la equidad en la distribución del ingreso).
En el 2018, la inversión creció un 3,2 %; un buen logro. A la fecha, la evidencia señala que fue más por un mayor ingreso disponible de las familias y por el aumento del gasto público que por el recorte de impuestos a las empresas. Además, en plena tregua de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, no subyace la confianza para soltar la inversión empresarial, sobre todo, desconociendo los efectos finales. Para el presente ejercicio, se prevé un déficit gubernamental del 5 % y la razón deuda pública producto interno bruto será del 108 %.
Política monetaria. En la reunión del 31 de julio, la Reserva Federal (Fed) redujo las tasas y las dejó en un rango de entre 2 % y un 2,25 %, como respuesta al buen desempeño económico, débiles presiones inflacionarias y por el temor a que la guerra comercial amainara el ritmo económico. En diciembre del año pasado, la expectativa para este 2019 era que el rango se establecería entre un 2,75 % y un 3 %.
Tanto los rendimientos de los bonos del Tesoro como las cotizaciones accionarias han bajado, en parte, por las tensiones comerciales con sus dos principales socios, China y México. La tirantez no aporta a la construcción de escenarios generosos para la economía mundial. La inflación se prevé entre el 1,5 % y el 2 %.
La próxima reunión es el 17 de setiembre. El dilema es, por un lado, si suben las tasas, restarían impulso a la economía, aunque la inflación y el desempleo no ameriten hacerlo; por otro, si las bajan, la inversión tal vez no aumente lo esperado por la incertidumbre del conflicto comercial. Otra posibilidad es que las mantengan igual y esperen los acontecimientos. Los mercados estarán atentos este segundo semestre.
Cuando la Fed sostuvo las tasas, disgustó al mandatario Trump, quien en Twitter les reclamó a los gobernadores por qué no continuaron reduciéndolas para oxigenar el crecimiento económico. La actitud de no mover las tasas, les dijo, era como la de un niño terco (stubborn child); de hecho, él mismo nombró a Jerome Powell jefe de la Fed, con quien, por lo visto, ya tiene fricciones.
Efectos en Costa Rica. Si la Fed mantiene o baja sus tasas, le daría un espaldarazo a la emisión de eurobonos porque atenuaría su costo financiero. Para eso, también, las autoridades deben proponerse mejorar la calificación de riesgo.
Cuando la economía estadounidense camina bien, la costarricense se beneficia en exportaciones y turismo. Algunos escenarios indican que aquella economía, por el enfrentamiento comercial citado, crecerá menos el año entrante.
Si la economía mundial por estas razones mermara, entonces los efectos en la costarricense serán tres: primero, porque Estados Unidos es su principal socio comercial; segundo, por lo que ocurre en la eurozona; y, tercero, por el conflicto intestino en el norte.
El autor es economista.