En mayo murió el novelista británico Martin Amis. Antes de eso, había contado que a James Joyce, quien nació en 1882, los dientes le duraron hasta 1923. La pérdida, narra Amis, no le molestó gran cosa. Le dijo a su hijo, Giorgio: “No eran unos buenos dientes, de todas formas”. Además, para sus propósitos eran inútiles, sus libros no los escribió con los dientes.
Alguna razón habrá para que repare en esa y otras historias banales como esta, cuando hay abundancia de acontecimientos abrumadores, grandes y pequeños, aquí y afuera. Como la polémica implosión de un batiscafo, la apnea que aqueja al presidente Biden, las incógnitas inquietantes de la inteligencia artificial, la inestabilidad política global, el bochornoso desorden del sistema de seguridad social, la incertidumbre que asola de la mañana a la noche la educación pública, las perturbaciones climáticas que llegaron para quedarse: así hasta el infinito y más allá, para emular a Buzz Lightyear, el ya casi olvidado superhéroe de Toy Story.
Ya que vivimos en la era de locuacidad de masas, de que hablaba el mismo Amis, y de los lugares comunes, ¿cómo hacer para mirar a otro lado, escapar de este continuo parloteo que trastorna, alborota la ansiedad, obstaculiza el juicio reposado y dilapida el tiempo de la vida?
Intento hacerlo a ratos concentrando mi atención en anécdotas como la que cité al principio y sucesos parecidos: por alguna razón, me sustraen del mundo de lo que suele considerarse importante y me llevan de la mano hacia lo inmediato superfluo, hacia la experiencia cercana compartida, la sencilla conversación de sobremesa, que ya casi no se usa, o hacia lo cotidiano más pueril y regocijante.
Se me dirá que es una forma de escapismo irresponsable, y sin duda que desde cierto ángulo así es, pero me digo a mí mismo que es también un ejercicio que cumple, no importa si en medida modesta, con el deber moral a la alegría.
En suma, ahora trato de invertir intencionadamente el orden de lo que para mí es realmente significativo, de preferir la otra cara de la moneda. Si no es una solución para salir ileso de tiempos atrabiliarios, cuando menos es un alivio, un espacio para la empatía sin afectación, la generosidad sin pretensiones, la curiosidad sin malicia y el aprecio del sentido común.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.