A principios de la década de los noventa, vino de visita a Costa Rica Edward Ray, mi profesor de Comercio Internacional en Ohio State University.
En esa época, se iniciaba el cambio de modelo de desarrollo económico. Luego del fracaso de la sustitución de importaciones, del Estado empresario y de la fuerte intervención estatal para dirigir la economía, el país había adoptado la apertura comercial, la promoción de las exportaciones y una menor intervención estatal.
Como parte de la nueva estrategia, Costa Rica empezaba a diversificar sus ventas en el extranjero para dejar de depender de unos pocos productos agrícolas. El gobierno intervenía a través de los famosos CAT o subsidios para aquellos empresarios que se atrevían a exportar “productos no tradicionales” a “terceros mercados”.
Durante su visita, un artículo en una revista llamó la atención del profesor Ray. Por eso me pidió que lo llevara a un mariposario ubicado en La Guácima de Alajuela. El lugar era una casa rural, cuyo patio estaba parcialmente cubierto con sarán. Ahí, criaban diversas clases de mariposas.
El mariposario, junto con otros ubicados en casas de vecinos, formaban parte de un negocio de exportación. Los vecinos criaban pupas que entregaban al empresario exportador, quien las clasificaba y colocaba, cuidadosamente, en una pequeña caja, que después era enviada por medio de un servicio de mensajería aéreo a los clientes en Estados Unidos, Europa y Asia. Allá, nacían las mariposas.
El profesor Ray salió muy impresionado de la visita. Lo que más le impactó fue ver cómo, en una zona rural de un país pequeño, se utilizaban tan bien los conceptos de comercio internacional que él enseñaba en Ohio. Un empresario que se asocia con pequeños productores, cada uno aportando su ventaja comparativa para, juntos, hacer un negocio mediante el comercio internacional en beneficio de todas las partes.
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Recuerdo que me dijo: “Eso jamás se le habría ocurrido a un funcionario sentado detrás de un escritorio tratando de planificar lo que un país puede exportar”.
Esta semana, se informó de que el Sinac comenzó a pedir un nuevo requisito para la exportación de pupas, que hace casi imposible la continuidad del negocio.
Es triste ver cómo, veinticinco años después de la visita del profesor Ray, surge un funcionario que, sentado detrás de un escritorio, destruye un negocio del cual muchos se favorecen.
El autor es economista.