STANFORD– El imperativo estratégico subyacente en las recientes reuniones cumbres llevadas a cabo por el presidente estadounidense, Joe Biden, en Europa fue el forjamiento de una respuesta occidental unida ante China. En las semanas transcurridas desde dichas cumbres, ha quedado claro que él logró su cometido.
Estados Unidos, Francia y Alemania están ahora esencialmente en la misma página. Todos estos países reconocen que es necesario un amplio acuerdo internacional para convencer a China de que debe aminorar su comportamiento agresivo.
La actitud china se puso al descubierto en las declaraciones del presidente Xi Jinping dadas durante la conmemoración del centenario del Partido Comunista de China. Él advirtió que cualquier intento de interferencia en el ascenso de su país conducirá a «cabezas sangrientamente golpeadas contra una gran muralla de acero».
En Asia, el imperativo estratégico de la administración Biden ha conducido a que se ponga mayor énfasis en «la tétrada» de democracias de Asia-Pacífico: Australia, la India, Japón y Estados Unidos. A finales del mes pasado, Estados Unidos y Japón realizaron maniobras navales conjuntas para prepararse ante una agresión china contra Taiwán.
Y en Europa, tanto la OTAN como la Unión Europea han elevado a China a lo más alto de sus agendas políticas, después de que anteriormente habían tratado de evitar tomar responsabilidades «fuera de la región».
Sumar a Rusia. Si bien Biden ha logrado avances tangibles en la búsqueda de un amplio consenso sobre China, él apenas ha comenzado a abordar el elemento más difícil de esta política: convencer al presidente ruso, Vladímir Putin, de que para Rusia distanciarse de China es un asunto de interés de seguridad nacional.
No obstante, lograr que Putin se incorpore a la Unión Europea es claramente una gran prioridad. Tras sus reuniones cumbres con Biden, tanto el presidente francés, Emmanuel Macron, como la canciller alemana, Angela Merkel, han pedido una recomposición de relaciones de la UE con Rusia.
Sin duda, la sugerencia de que la UE podría componer las relaciones con Rusia ha sido recibida con protestas casi histéricas en los Países Bajos, los Estados bálticos y Polonia. En respuesta a estos histrionismos, Merkel dejó claro «que esas conversaciones con el presidente ruso no son una especie de recompensa».
Si Merkel fue desdeñosa, es porque los aullidos de protesta eran completamente predecibles. Los cambios abruptos de política estratégica rara vez se entienden desde el principio. Cuando el presidente estadounidense Richard Nixon estableció relaciones con la China comunista hace 50 años, desencadenó una tormenta de controversias entre los aliados de Estados Unidos, en la que Japón se opuso aún más firmemente que los estonios, letones, lituanos y polacos en la actualidad.
Hoy la iniciativa diplomática de Nixon se recuerda como uno de los grandes avances estratégicos de la era de la posguerra. La «apertura de China» surgió del hecho de que tanto Nixon como Mao Zedong habían llegado a ver a la Unión Soviética como la mayor amenaza para cada uno de sus países.
Al establecer relaciones diplomáticas, podrían obligar a los soviéticos (que en aquel momento acababan de invadir Checoslovaquia y posteriormente libraron una breve pero brutal guerra fronteriza con China) a reconsiderar sus políticas agresivas.
La estrategia funcionó. En los años siguientes, los soviéticos redujeron drásticamente los despliegues de tropas a lo largo de la frontera con China y firmaron significativos tratados sobre armas nucleares con Estados Unidos.
Alejar a Putin de China. Avancemos del pasado a la situación actual. Putin, un hombre que aplica una incruenta política realista (realpolitik), si alguna vez existió una política de este tipo, tiene varias razones para involucrarse en negociaciones con Biden (muchas de estas razones son tan convincentes como las que motivaron a Mao y Zhou Enlai a acoger la propuesta de Nixon).
Para empezar, como ahora Rusia se encuentra aún más aislada de lo que estuvo en el pasado la Unión Soviética, este país es peligrosamente dependiente de China. Sin embargo, a lo largo de la última década, el principal beneficiario del antagonismo antioccidental de Putin no ha sido Rusia, sino China.
Al sacar a Rusia del frío en el que Occidente ha colocado a su economía, Putin podría invertir su actual descenso hacia una esclerosis y un estancamiento económicos.
De hecho, al igual que muchos en la corriente principal de seguridad de Rusia, Putin reconoce que su país ha recibido escasos beneficios de su relación con la China de Xi. A pesar de que China ha estado efectuando masivas inversiones en empresas e infraestructuras en todo el mundo (en gran parte a través de la Iniciativa del Cinturón y la Ruta de Xi), solo una minúscula cantidad de dicho dinero chino ha llegado a Rusia, donde se ha necesitado desesperadamente para compensar los efectos de las sanciones occidentales.
Además, si bien los líderes chinos nunca lo mencionan, están tan resentidos por el robo de territorio chino por parte de Rusia en el siglo XIX como lo están por las depredaciones imperiales de Occidente. Puesto que ahora el imperialismo occidental se ha replegado en gran medida, es la continuada ocupación rusa del territorio histórico chino lo que más llama la atención de los observadores chinos comunes y corrientes.
Por ejemplo, la ciudad de Vladivostok, con su vasta base naval, ha sido parte de Rusia solo desde 1860, cuando los zares construyeron allí un puerto militar. Antes de eso, la ciudad era conocida por el nombre manchú de Haishenwai. Cuando Rusia celebró los 160 años de la ciudad el año pasado, los internautas hipernacionalistas chinos estallaron en indignación.
También existe un argumento demográfico que Putin debería considerar: los seis millones de rusos repartidos a lo largo de la frontera siberiana se enfrentan a 90 millones de chinos al otro lado. Y muchos de estos chinos cruzan regularmente la frontera hacia Rusia para comerciar (y una buena cantidad para quedarse).
Sin ilusiones de una democracia. Así como la mediación de Nixon en las relaciones con Mao nunca pretendió transformar a China en un bastión de los derechos humanos y de la democracia, tampoco la estrategia de Biden-Macron-Merkel tiene la intención de convertir a la Rusia de Putin en una sociedad libre de la noche a la mañana.
Los líderes occidentales no albergan ilusiones. A pesar de todo lo que tiene que ganar con mejores relaciones con Occidente, Putin no se apartará de China si hacerlo representa una amenaza para su poder o su seguridad personales. El régimen de Putin es demasiado frágil y dependiente de un autoritarismo abierto como para asumir riesgos graves.
Si Occidente quiere que Rusia se distante de China, tendrá que aceptar a Putin tal como es, es decir, con todos sus defectos e imperfecciones. Aunque Putin no vaya a mejorar su historial en materia de derechos humanos, por lo menos se le podría convencer para que reconozca las normas acordadas internacionalmente en cuanto al ciberespacio y para que deje de amenazar abiertamente a sus vecinos.
Ese tipo de negociación es más que posible, y podría ser suficiente para alertar a un obstinado Xi sobre los peligros estratégicos que conlleva su propia intimidación regional e internacional.
Melvyn B. Krauss es profesor emérito de Economía en la Universidad de Nueva York.
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