Una tormenta de pasiones ha generado en Egipto la subasta en Londres de un busto del faraón Tutankamón, de 11 pulgadas de alto, considerada una reliquia de gran valor histórico por un amplio sector de la ciudadanía.
El ardor por esta venta motivó una revuelta frente a los ventanales londinenses de la casa encargada de la transacción, Christie’s. La subasta tuvo lugar el jueves pasado y la pieza se vendió por unos $6 millones. La opinión de numerosos voceros y entendidos cairotas es que tales transacciones deben ajustarse a la legislación aprobada en 1970, la cual establece que toda pieza artística del país que se tratara de exportar sin el certificado pertinente sería considerado objeto robado.
La fecha de 1970, citada en la polémica, se refiere a una convención internacional patrocinada por la Unesco y adoptada ese año. Christie’s aseguró haber obtenido toda la información requerida y cumplido las declaraciones indicadas por las leyes.
El historial provisto por Christie’s revela que la pieza de la colección del aristócrata Wilhelm von Thurn, fue adquirida en 1973 por Josef Mesina, director de la Galería Kokorian, en Viena. Otros dos interesados la compraron después, hasta que, en 1985, fue adquirida por la colección alemana Resandro, vendedora en la subasta londinense.
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Con todo, reapareció en escena la Fiscalía alemana para revalidar lo actuado, en especial, la memoria indocumentada de un intermediario. “Tal circunstancia”, dijo Vincent Geerling, presidente de la Asociación Internacional de Comerciantes de Arte Antiguo, “no creo que sea problema. Lo que es un problema es la actitud del gobierno egipcio y la manera como trata de complicar y entorpecer la venta de artefactos perfectamente legales”.
En este sentido, existe el criterio de destacados especialistas de que la devolución reclamada por Egipto tiene una resonancia nacionalista, anticolonialista, con un fundamento moral más que legal. La experiencia aconseja que tales conflictos poseen una sola vía de solución: la buena fe de las partes, condición cada día más rara. De esta manera, el camino de conciliación por la fuerza de la ley, curiosamente, exige la anuencia de las partes y de los Estados partícipes. ¡Buena suerte!
El autor es politólogo.