Guillermo Constenla, presidente de Liberación Nacional, no se conforma con la vara de Hitler para medir al gobierno de Carlos Alvarado. Tampoco dan la talla siete décadas de crímenes en la Unión Soviética. Para describir los desmanes de la administración costarricense, necesita un vuelo de la imaginación, capaz de sintetizar los horrores de ambos regímenes.
La administración Alvarado, según Constenla, es nazisoviética, en apretada y contradictoria suma de aberraciones. La demostración está en el decreto creador de la Unidad Presidencial de Análisis de Datos (Gestapocheka, para seguir con las síntesis).
Las comparaciones serían ridículas si no trivializaran dos de las principales heridas del siglo XX, las más sangrientas de la historia. Con ellas, Constenla alcanza la cumbre de la retórica destemplada, donde planta la bandera de la hipocresía. Hasta la fecha, solo se ha constatado la torpeza de un decreto derogado de inmediato y no el uso de datos confidenciales para espiar a los costarricenses, pero si el dirigente verdiblanco da la culpa por sentada y quiere compararla con abusos históricos, pudo encontrar referentes más próximos en tiempo, espacio y magnitud.
Ya don Guillermo había sido ministro y aspiraba a diputado cuando estalló el caso Astur, durante la presidencia de don José María Figueres. Las autoridades decomisaron equipos de intervención telefónica, traídos al país en condiciones irregulares, y los nexos entre Astur e importantes figuras del gobierno fueron comprobados. En medio del escándalo, el jefe de la Dirección de Inteligencia y Seguridad (DIS) renunció al cargo. El entonces fiscal general Carlos Arias ratificó ante el Congreso la comisión de ilícitos, pero nunca se abrió una causa.
Quizá, en aquel momento, Constenla no estaba poniendo atención, pero nunca es tarde para denunciar el nazisovietismo, especialmente si los líderes de entonces siguen vigentes, comparten directorio con don Guillermo y aspiran a recobrar el poder.
La segunda administración Arias fue un periodo de especial lucimiento para la DIS, premiada con abundantes recursos adicionales. En esa época, La Nación publicó prueba fehaciente de seguimientos y fotografías clandestinas de diputados, sindicalistas y otras personalidades contra quienes no había cargos. Nada dijo don Guillermo desde su despacho en el Instituto Nacional de Seguros, donde permaneció en condición de colaboracionista, para seguir con los símiles extraídos de la Segunda Guerra Mundial.
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Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.