¡Cómo se mueven de rápido los acontecimientos en estos días! Lo que ayer conmovía (el último escándalo, aquella declaración sensacional, la teoría conspirativa convertida en noticia) es hoy historia antigua. Capturados por la amnesia, corremos prestos al nuevo alboroto.
Las claves de lo que nos pasa, sin embargo, no están en ese ruidazal. Hay que alzar la mirada para ver lo realmente urgente. Y, hoy por hoy, el verdadero apremio, que puede noquear al país por los próximos años, es la emergencia fiscal. Necesitamos resolverla bien para enfrentar nuestros problemas estructurales.
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Esta emergencia fue reconocida por los presidentes de los poderes Ejecutivo y Legislativo hace más de quince días. Entretanto, un diálogo social convocado para atenderla falló y otro, con una perspectiva más amplia, apenas arranca. Este segundo intento es importante: puede restaurar lazos de comunicación entre sectores que se la pasan enseñándose los dientes, sin hablar.
Los días pasan y aún andamos en los prolegómenos de la atención de la emergencia fiscal. No hemos articulado una posición del país. Mientras tanto, los mercados nos están arriando en la jupa con los altos intereses que cobran sobre la deuda pública; al Ministerio de Hacienda le está costando la liquidez y el Banco Central suda para mantener la estabilidad monetaria.
Necesitamos un carril específico para atender este problema. Y, como han dicho varios ya, lo mejor es una negociación política directa entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, quienes son los que tienen la papa en la mano. Uno, porque es el responsable de implementar las políticas fiscales y negociar con el FMI, el otro, porque es el que tiene que aprobar las reformas legales que sean necesarias y, para ello, requiere mayorías legislativas.
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Ese carril sería una instancia mixta —diputados y ministros— con la sola misión de armar rápido el arroz con pollo. Los problemas más estructurales podemos trabajarlos por medio del diálogo social en marcha y administrar la articulación entre ambos carriles.
Prefiero que el ajuste fiscal lo diseñemos nosotros, aun dentro de la “apretazón” de tiempos, mediante una distribución de sacrificios que a nadie haga feliz, pero que a nadie le salga gratis, en especial, que no cargue el costo a los más vulnerables. Es el mal menor, mejor que un ajuste tipo sunami originado por una insolvencia fiscal.
El autor es sociólogo.