En los 23 años que lleva Vladímir Putin en el poder, ningún acontecimiento había puesto tan claramente de manifiesto la fragilidad de su régimen como el motín abortado del Grupo Wagner el 24 de junio. Los mercenarios de Wagner, dirigidos por Yevgeny Prigozhin, desafiaron descaradamente la autoridad del Kremlin, y ahora parecen haberse salido con la suya.
El servicio de seguridad interior de Rusia, el FSB, abandonó su investigación criminal sobre la revuelta. Pero los problemas de Putin no acaban con Wagner.
Los combatientes de Prigozhin no habrían podido recorrer casi mil kilómetros (621 millas) dentro del territorio ruso en menos de un día sin la ayuda de miembros del círculo íntimo de Putin o del ejército. Se rumorea que los hermanos multimillonarios Yuri y Mikhail Kovalchuk podrían haber desempeñado algún papel.
Los Kovalchuk, estrechos colaboradores de Putin, comparten al parecer la creencia de Prigozhin de que Rusia no ha sido lo bastante enérgica en la guerra o en su enfrentamiento más amplio con Occidente.
Otro posible colaborador es el general Sergéi Surovikin. Al igual que Prigozhin, Surovikin aboga supuestamente por un esfuerzo bélico mucho más brutal del que el ministro de Defensa, Sergéi Shoigú, parece dispuesto a llevar a cabo. Desde el motín, no se le ha visto en público, y se dice que está “descansando”.
Una docena de militares de alto rango han sido suspendidos o destituidos a la espera de nuevas investigaciones. Y no es solo la posible implicación en el motín lo que está haciendo que se despida a gente: el general Iván Popov, alto mando en Ucrania, fue destituido tras criticar a la cúpula militar por su conducción de la guerra.
Mientras tanto, los combatientes de Wagner no se enfrentan a castigo alguno. Se esperaba que simplemente se trasladaran a Bielorrusia o siguieran luchando por Rusia, pero bajo un mando diferente. Prigozhin ni siquiera se ha exiliado realmente, como supuestamente exigía el acuerdo para poner fin a su “marcha sobre Moscú”. Se le ha visto en San Petersburgo y Moscú, donde él y docenas de comandantes de Wagner se reunieron en secreto con Putin el 29 de junio.
Impunidad para unos, cárcel para otros
Se podría argumentar que este resultado refleja la ambigua situación de Wagner en Rusia, donde las organizaciones militares privadas son técnicamente ilegales. Antes de la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia el año pasado, Prigozhin negó que Wagner fuera un ejército privado. Como señaló recientemente Putin, Wagner “existe”, pero no como “entidad legal”. “Hay un grupo”, pero legalmente “no existe”.
Sin embargo, en una reunión con el personal militar ruso, el 27 de junio, Putin reveló que solo el año pasado las fuerzas de Wagner recibieron 86.000 millones de rublos (casi $1.000 millones) del Estado ruso por sus servicios. Si los combatientes amotinados están en la nómina del Estado, entonces deberían ser sometidos a un consejo de guerra, no indultados.
La impunidad de Wagner es aún más chocante en un momento en que los rusos de a pie viven en un estado policial casi totalitario. Cualquier crítica a la guerra de Ucrania —incluso la mera expresión de dudas sobre su justificación o la sugerencia de que son necesarios esfuerzos para lograr la paz— puede llevar a una persona a la cárcel o ser tachada de “agente extranjero”. Hoy día, los rusos solo se atreven a hacer preguntas sobre la guerra en privado.
Putin parece esperar poder confiar en el doble lenguaje orwelliano para mantener también a los rusos callados sobre su enfoque de Wagner. Como en la era soviética, a los rusos se les ordena creer ideas que se contradicen directamente entre sí y narraciones históricas sin base en la realidad. Olvídense de sus propios conocimientos, memoria o experiencia: el líder supremo sabe más.
Debilidad de Putin
Así, los propagandistas de todos los canales de televisión pasaron las últimas semanas despotricando contra la traición de Prigozhin y exagerando el potencial desastroso de la rebelión. De este modo, los rusos se sentirán aliviados de que se haya llegado a un acuerdo y se haya evitado el derramamiento de sangre.
Pero en los días posteriores al motín —que Putin había calificado de “traición”—, los expertos también especularon sin descanso sobre el tipo de enmiendas que Prigozhin tendría que hacer para evitar un castigo severo. Después de todo, recordaban los expertos a los rusos, Putin no es conocido por ser un líder indulgente.
Y, sin embargo, Putin ofreció recientemente oportunidades de empleo a los combatientes de Wagner, que, según él, “lucharon con dignidad”, pero lamentablemente se vieron “arrastrados” al motín. Incluso les permitiría seguir luchando como grupo, según explicó recientemente, aunque no bajo las órdenes de Prigozhin.
Entonces, si Prigozhin sigue siendo un enemigo, ¿por qué camina libre por suelo ruso? ¿Por qué fue invitado a la misma reunión en el Kremlin en la que Putin extendió su oferta a otros combatientes de Wagner?
El doble lenguaje no puede ocultar estas preguntas. De hecho, la gestión del motín de Wagner por parte de Putin solo pone de manifiesto su debilidad. El reciente comportamiento de las élites rusas apoya esta opinión. Tras la destitución de Popov, Andréi Gurulev, miembro del Parlamento ruso, hizo públicas las opiniones del general, que al parecer son compartidas por otros militares. En la Rusia de Putin, especialmente desde febrero del 2022, no deben subestimarse tales expresiones de desacuerdo.
El descontento con el liderazgo de Putin no se limita a los oficiales rusos. Las últimas encuestas indican que el 53 % de los rusos están deseosos de buscar la paz, frente al 45 % de mayo. Dada la presión a la que está sometida la opinión pública para que no critique la guerra, la cifra real bien podría ser mayor. Además, el 86 % de la opinión pública rechaza el uso de armas nucleares tácticas en cualquier lugar.
Sin duda, el índice de aprobación de Putin sigue siendo alto, del 81 %, y hay pocas ganas de protestar. Pero puede que sea solo cuestión de tiempo para que esto cambie.
Cuando yo crecía en la Unión Soviética, todos elogiábamos públicamente el liderazgo de Leonid Brézhnev, a pesar de saber que el emperador no tenía ropa. Tuvieron que pasar algunos años y un par de líderes para llegar a Mijaíl Gorbachov, pero llegamos.
Del mismo modo, los rusos pueden tener miedo de hablar hoy, pero la debilidad de Putin —y las grietas en el sistema que tan meticulosamente construyó—son inconfundibles.
Nina L. Khrushcheva es profesora de Asuntos Internacionales en The New School.
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