“Ahora que el burro se nos había acostumbrado a no comer, va y se nos muere”, exclamó, entre sorprendido e indignado, su dueño. Mal gusto el del burro digo yo, noble y trabajador animal por lo demás, afectar así el patrimonio de toda una familia. Pero es la historia de siempre: la ingratitud ataca por la espalda o, al menos, así pasa en esa vieja fábula sobre un individuo que lo estropea todo por no invertir en lo que debe. Como cuando una sociedad recorta en educación y salud pública, sin las cuales no hay desarrollo.
La versión moderna de un absurdo monumental como ese, es un trillado chiste de gallegos. Faltaba más. Es parecido, pero no igual. Resulta que a un gallego llamado Abundio no le alcanzaba la plata al final de mes. Entones, vendió su carro para poder pagar la gasolina. Malísimo, ¿no? Pues sí y, sin embargo, tiene un punto en común con la historia del burro: las malas decisiones, impulsadas por una pobreza de razonamiento que no discierne lo importante, terminan perjudicando a quienes la adoptan.
Lo que pasa, me contraargumentará más de un avispado, es que las suyas no son las únicas historias de burros que hay. Otras, con tanta o más solera que la que usted trajo a colación, hablan de cosas muy distintas. Tome usted la del Asno de Buridán, de ilustre pedigrí, tanto que ha sido objeto de reflexión filosófica y carne de discusiones políticas. Dice así: había una vez un burro que, incapaz de decidirse entre dos montones de paja igualmente suculentos y situados a la misma distancia, acabó muriendo de sed e inanición.
Moraleja: a veces es mejor decidirse por algo que quedar atrapado en la parálisis por análisis, incluso aunque no sepamos muy bien las consecuencias de nuestra decisión. Ya que usted tiró el filazo de la educación y salud, le digo que peor que la austeridad fiscal es no hacer nada y dejar que la crisis reviente al país.
Suave un toque, contestaría yo, el burro ese se enredó solito en los mecates, pues tenía enfrente dos opciones igualmente buenas. Incluso, si hubiese habido un montoncito de paja mejor que el otro, siempre le iba a ir bien. No me vengan con eso. Además, a mí no me interesa reflexionar sobre decisiones igualmente buenas, sino sobre decisiones absurdas. Así que vuelvo a mi burrito original (y a Abundio): aún hoy seguimos pagando el error de haber “ahorrado” en educación hace cuarenta años. ¡Y lo volvemos a hacer!
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.