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Hans Gruber estaba liquidado. El oficial John McClane fue más rápido que él y cargó de plomo al terrorista alemán. En lo más alto de la torre Nakatomi, un moribundo Gruber se sostenía por fuera de la ventana, aferrado con una mano a su rehén, la esposa de McClane. Y mientras el policía luchaba por soltarlo de su mujer, Gruber levantó la vista y se aprestó a dispararle a la pareja. Su mirada era la expresión viva de la maldad.