Gerardo Alpízar, párroco de San Roque, en Ciudad Quesada, recuerda de manera clara el primer domingo de diciembre de 2020. Estaba a 10 minutos de comenzar la misa de 4 p. m., cuando lo llamaron del hospital, a 200 metros de su parroquia.
“Padre, la ambulancia que pasa frente de la parroquia lleva a su papá”, le dijeron.
“Y yo tenía que dar la misa. La empecé llorando, no me quedó de otra.
“Simplemente dije ‘recen por mí, porque la ambulancia que acaba de pasar es mi papá que se lo llevan de emergencia para el Hospital México’”, rememoró.
Su papá llevaba ya unos días hospitalizado por covid-19 en el centro médico local, pero ya su condición ameritaba un traslado a San José. No era el único enfermo de la familia, pues días antes, su única hermana estuvo en una situación muy similar.
“Yo digo que esto es una historia de salvación”, resumió en conversación con La Nación.
Cuando la pandemia comenzó, el papá de Alpízar estaba en tratamiento por cáncer y tenía otras condiciones de salud que le impedían caminar.
“Mi hermana, la única que cuidaba a mi papá, se contagia de covid y cae en el Calderón Guardia, inconsciente durante 15 días. Estuvo intubada. Sabíamos lo que el doctor nos podía decir, a las 5 p. m. esperábamos aquella llamada inquietante”, narró.
El día que su hermana regresó a casa, fue cuando el papá les confesó a ambos que llevaba cinco o seis días sin sentidos del gusto y del olfato. Horas después ingresó al hospital de Ciudad Quesada de emergencia.
Pero la historia tuvo un final feliz: su padre salió un 20 de diciembre del hospital y desde entonces ya tiene la compañía de sus hijos y su nieto.
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Impacto
Alpízar no se infectó. Se cuidó al máximo dado que es diabético e hipertenso, dos condiciones que aumentan el riesgo de complicaciones.
Pero este no es el caso de otros sacerdotes. Las diócesis más grandes, como la arquidiócesis de San José o la de Alajuela no llevan la cuenta de cuántos sacerdotes se han infectado, aunque aseguran que sí han tenido casos.
En la diócesis de Tilarán- Liberia se han reportado tres casos, mismo número que en la de Ciudad Quesada y en la de Limón. En la de Cartago, dos, y en la de Puntarenas y la de Pérez Zeledón una.
También se han visto fallecimientos, el primero, el 30 de agosto del año pasado. El padre Jorge Pacheco, quien residía en la parroquia de San Juan de Tibás, falleció luego de varios días en cuidados intensivos. El más reciente, el de Emilio Montes de Oca, el pasado 1.° de junio.
Y hay quienes han pasado por hospital. Un ejemplo es el padre Raschid Umaña Vargas, quien estuvo varios días en cuidados intensivos y ya fue dado de alta. Otra, el padre Róger Solórzano, quien en está en el hospital de Liberia.
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Salud emocional
Alpízar indica que con la pandemia no solo se vio afectada la salud física de las personas más cercanas, también la emocional, especialmente al inicio, cuando las restricciones eran mayores.
“Había soledad: me quedé sin cocinera, sin ningún colaborador porque no había dinero para pagarles”, manifestó.
“Uno aquí encerrado. Todo el mundo tiene con quién hablar en una casa, y yo aquí solo, solo, solo. El vicario se fue a cuidar a los papás, la mamá se cayó y él se fue cuidarlos. Yo no podía irme con mi hermana porque no podía dejar la parroquia sola”, recordó.
Por eso, cuando las misas presenciales regresaron, el padre Alpízar esperó a la comunidad en la puerta y le regaló una vela a cada uno.
Para Fabio Hidalgo, sacerdote de la catedral de Ciudad Quesada, la oración de las personas lo sostuvo en los momentos más difíciles. Toda esta vivencia también le ha dejado aprendizajes.
“Esta pandemia me ha enseñado que a veces planeamos muchas cosas en nuestra vida, incluso a nivel de Iglesia, pero nuestra vida es tan corta que tenemos que ser más prácticos”, aseveró.
“A muchos nos ha enseñado que teníamos dones que no sabíamos”, agregó Hidalgo, quien aprendió a hacer chocolates para vender y sostener la catedral.
Para Alpízar, los momentos más difíciles fue cuando su papá estuvo en el Hospital México, porque no había cómo comunicarse con él en un inicio.
“Se me han muerto muchos amigos, he tenido que estar en el cementerio con muchos amigos, y yo sin saber si pronto me va a tocar enterrar a mi papá”, afirmó.
Sin dijo, en un momento de consciencia de su padre en el hospital, vio al capellán pasar, y lo llamó. El capellán pidió permiso para entrar y el paciente le dijo: “tengo un hijo sacerdote y quiero que sepa que yo estoy bien”.
“Yo no sé cómo, pero el capellán averiguó mi número y me llamó, y él era el que me contaba cómo estaba mi papá”, aseveró.
Ambos sacerdotes indican que en estos momentos es cuando más valoraron la fuerza que tienen en sus comunidades y ese cariño de la gente que nunca los ha dejado.
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