Lo recuerdan como un veneno café que, al topar con una pizca de agua, se transformaba de repente en una leche muy blanca. Su olor era tan fuerte como el de cualquier otro pesticida.
Rociaban esa leche en los bananales. La que sobraba iba a dar al estanque y ellos veían cómo las sardinas ahí dentro quedaban panza arriba, muertas. Pero, bueno, eran solo sardinas.
¿Solo sardinas? Pasaron 10, 15, 30 años y los exbananeros entendieron que el daño no fue solo para las sardinas. El que se les presentó como el héroe de las plantaciones, el Nemagón, fue su peor calvario y, tres décadas más tarde, para muchos de quienes siguen vivos, todavía lo es.
A sus 18, José Viales era aún muy joven como para considerar dramática la muerte de esos peces. Comprendió su magnitud cuando, una tarde, tras cumplir los 33, le dijeron – así no más– que había quedado estéril. “Entonces vino la ola Nemagón”, como la llama: dolores de cabeza, alergias, problemas en el hígado y el corazón...
Su novia lo dejó, pues quería hijos, y su hermano, quien trabajó toda su vida como cariblanco (palero) en esas mismas fincas, murió a los 35 años y muy amarillo, cuenta José. De repente, murió de “una cosa” que los doctores nunca supieron explicar.
David Rodríguez asegura que su derrame cerebral surgió del Nemagón, además del mal de la vista, próstata y riñones. A él también lo dejó su esposa (demasiado religiosa como para declararse afectada indirecta) porque él no pudo embarazarla.
“Quería tener más hijos, pero cuando la mata de banano no da más, nada...”, relató Rodríguez. El hijo que sí nació antes, sufre de padecimientos “multicolor” (como ellos llaman a las alergias y otros padecimientos).
¿Quién dijo que pagaban mal? Nadie; ese era de los trabajos más cotizados y con jornadas tempraneras, de 5 a. m. a 10 a. m. Ahí se ingresaba hasta con permiso del Patronato Nacional de la Infancia, algunos desde los 14 años.
Ese fue el caso de Zoilo García: de los 14 a los 46 años de lleno en las bananeras. Estéril, también; lo dejaron, también. En su caso, “para compensar”, adoptó al hijo de su hijastra como su propio hijo y así lo cuida. Sabe que no verá con sus ojos una indemnización, pero persigue el litigio para que sí la vean su “chamaco” y su pareja.
Historias se multiplican. Relatos muy similares se repiten una y otra vez entre quienes rociaron Nemagón entre 1960 y 1980. Ellos cuentan que nadie les facilitó un guante ni una mascarilla.
Hoy dicen estar cansados de mentiras, de casi tres décadas de idas y vueltas, firmas de firmas que no parecen llevar a nada y que no les traen un solo cinco.
“Magos” llaman a ellos a quienes los han buscado todos estos años para sacarles billetes con la promesa de juicios y de un final feliz que no llega. Algunas víctimas recibieron indemnizaciones, pero exigen más; quieren que paguen los culpables.
“¿Cuál es la Costa Rica que tenemos? Son dos: Costa Rica y ‘costa riquilla’. ‘Costa riquilla’ somos los pobres trabajadores que andamos pellejeándola.
”Vivimos como garzón en laguna, sin esperanza ninguna. Tiramos nuestra juventud, nuestra vida en esos trabajos y solo esperamos una solución que nunca va a llegar. Este país parece esperar ansioso por el día de nuestras muertes”, lamentó Jonás Obando, en Puntarenas.