Cuando Johnny Araya anunció en mayo que se adentraba en los naranjales de Upala parecía lejana la posibilidad de verlo, otra vez, haciéndole ojitos a la Municipalidad de San José.
Pero el momento llegó y, el sábado 8 de noviembre, lo oímos decir que evalúa volver. Mientras llega el 2016 y, ¿por qué no?, el 2018, el exalcalde tiene un ojo puesto en los vaivenes políticos y el otro en los naranjos en los que ha invertido con Fabio, su hermano mayor.
Son fincas en las que conviven árboles viejos con árboles jóvenes, metáfora de un partido político. Cuál sobrevive y cuál da frutos es algo que solo los años dejarán ver.
Durante la campaña electoral, Araya reveló un gusto poco conocido por algunas palabras del libro de Eclesiastés que hablan de que hay una época para todo.
A las 10:48 de la noche del domingo 2 de febrero escribió en Twitter “hay un tiempo para todo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”.
La hora de un tercer gobierno verdiblanco se iba. Habría segunda ronda.
Araya da por momentos la impresión de ser todavía un candidato que pelea por el poder. Habla con pasión, enfatiza mucho con las manos. Suena como si estuviera en un debate tratando de convencernos de votar por él. Solo a ratos se le ve relajado, como si dejara de lado un acartonamiento autoimpuesto para encajar en el molde de lo que, se supone, debe ser un político serio.
El lunes 3 de febrero el camino le amaneció cuesta arriba al excalcalde, pero hubo épocas distintas. Había caminado con comodidad por una parte amplia de la campaña y en eso lo ayudaban los números de las encuestas y el calzado. Los datos del 2013 hacían pensar que la elección estaba cocinada y que el hijo de Fabio y Míriam se ceñiría la banda presidencial. Además, acostumbraba llevar George’s, unos zapatos hechos a mano en una fábrica mallorquina que los produce desde 1967. No son zapatos cualesquiera.
El domingo de las votaciones los usó. “Ya tienen las suelas todas gastadas, pero son muy ricos para caminar y han salido bien buenos”, dijo: tan buenos que aún los tiene y los usó durante sus vacaciones en Europa.
Los otros zapatos, los del poder que él deseaba ponerse y para lo cual estuvo preparándose durante años, los calza, a su pesar, Luis Guillermo Solís.
Al preguntarle si le gustaría usarlos, responde dando vueltas. Habla del plan de gobierno que tenía listo, de que vio el traspaso de poderes en su casa, de sus papás, de los tragos amargos que habrían bebido él y la familia por culpa del montón de problemas que hacen fila en las puertas de Zapote.
Lo cierto es que deseaba mandar y hacia allá caminaba. Los problemas habrían sido parte del combo, pero los votantes decidieron contradecir a los números y retar el excesivo triunfalismo verdiblanco.
La elección que no fue
Una confesión de Walter Coto afirma que en Liberación algunos llamaban ya futuro presidente al candidato.
Eran los aduladores, dice Araya, los que nunca pierden la oportunidad de revolotear cerca de donde huele a triunfo, pero, como las derrotas los desenmascaran, pudo ver quiénes eran.
La segunda ronda empezó a desdibujar la ilusión de un primer presidente Araya. El 2 de febrero, el liberacionista consiguió el 33% de los votos y Luis Guillermo Solís el 26%.
Un mes después, el 13 de febrero, Coto tiró el pelo a la sopa verdiblanca y recomendó la renuncia del candidato. Por algo, el exdiputado se autollamó “la piedra en el zapato” del arayismo.
Llegó marzo y los calores no lograron calentar el ánimo liberacionista. Las encuestas que estaban listas para publicarse adelantaban el golpe. La más optimista decía que el candidato perdería 70 contra 30: peor, imposible.
El 4 de marzo Araya contó en privado que tiraba la toalla. Llamó a sus papás para contarles y cada uno digirió la noticia como pudo.
“Mamá estaba tranquila, me dijo ‘usted ha recibido señales de que este no es su tiempo y yo me tranquilizo de que haya llegado a esa decisión’”.
A don Fabio, el patriarca, la mala nueva le afectó. “Papá fue más parco en su respuesta, pero fue solidario conmigo. No lo asimiló rápidamente, pasó triste y dolido durante varios días, pero al tiempo me dio la razón”.
El hijo habla viendo hacia el jardín de la casa, desde donde llega sin pausas el sonido de una fuente. Fue allí, en esa sala, donde dijo “hasta aquí” cuando Antonio Álvarez y Armando Vargas le hablaron de las encuestas.
Un día después decidió dar la noticia en público. En un salón del hotel Corobicí empezó a decir que estaba en paz, sin turbulencias internas, sereno.
Una falla del micrófono lo obligó a frenar y él preguntó: “¿Quién tiene el control del sonido?” Al instante alguien soltó una broma que sonó como a esos chistes contados en una vela.
“Es una señal”, se oyó decir. Todos rieron y aplaudieron, y, como ya el micrófono funcionaba, Araya habló: “¿Será una señal para que no diga lo que voy a decir?”.
Si la falla técnica era una señal, nunca lo sabremos porque el exalcalde avanzó: “He comprobado la existencia de una voluntad por el relevo del partido en la gestión del gobierno”.
En dos platos, el domingo 6 de abril no ganaba ni ganando y el relevo llegó con garrotazo incluido.
Ningún candidato del Partido Liberación Nacional había sido apaleado de tal manera en las urnas.
Luis Guillermo Solís ganó con el 77,7% de los votos y Araya se quedó en el 22,25%, muy lejos del 58, 8 % obtenido en 1982 por Luis Alberto Monge, el único presidente salido hasta el momento del clan palmareño.
Frutas y política
A finales de mayo, el candidato vencido anunció que cambiaba el calzado fino por el de trabajo, y los naranjales de Upala empezaron a captar más su atención.
Viaja hasta allá los jueves y los viernes de cada semana. Los demás días se reúne con la fracción verdiblanca y recibe en la casa (¡caserón!) a personas de campos diversos.
“Siempre estoy atento a lo que pasa en el país. Soy un político, yo he vivido diez campañas de Liberación Nacional”, recuerda.
Abandonar la contienda propia llevó a algunos a pensar que era una jugarreta y, dice, le dolió saberlo. Asegura haber estado convencido de que todos entenderían las razones, pero no fue así. Ni el rival de la segunda ronda le creyó.
Junto al rasgo de confundirse a veces con un aspirante, Araya muestra uno casi nunca visto en los días preelectorales: cuando se relaja puede ser (o parecer) un hombre simpático.
Conforme transcurre la hora acordada para conversar como que entra en confianza y se distiende.
Cuenta que está leyendo En busca del tiempo perdido , de Marcel Proust, una obra descrita como “cuatro mil páginas de literatura genial”, siete volúmenes que culminan con El tiempo recobrado , una obra maestra de la literatura mundial.
Es curioso: no haber ganado la Presidencia es lo que le permite el lujo enorme de entrarle a una obra de tal tamaño y es lo que le permitió viajar durante más de un mes por Europa.
Lee también a García Márquez, le gustó Soldados de Salamina , del español Javier Cercas, y le abre campo a Testigo de excepción , de su hermano, Rolando Araya.
Al hablar de la lectura y de otros temas no políticos es cuando se lo ve más cómodo. Ha ido perdiendo rigidez y a estas alturas no cuesta imaginarlo contando chistes en una fiesta familiar. La humanidad le gana al candidato.
Él está consciente del cambio porque lo reconoce cuando se le hace ver. “A veces, uno se pone a forzar cosas y pierde naturalidad, pierde autenticidad”, acepta.
En la lucha por la Presidencia parecía un hombre pasco al que le costaba encontrar la forma de conectar con la gente. También en eso le ganó Luis Guillermo, el profesor desconocido que se tomaba “selfies” con medio mundo.
Los pasos siguientes de Araya en el mundo político solo los conoce él. Ya dejó ver que la alcaldía no es un tema enterrado y... ¿una precandidatura?
“No pienso en aspiraciones, pero tampoco descarto nada”, adelanta.
La política es como el cuaderno de un analfabeto: en ella tampoco hay nada escrito.
El agricultor, como los aspirantes a jefe de Estado, ha de tener paciencia. El primero debe saber cómo lidiar con los caprichos del tiempo; el segundo, con los de los votantes, impredecibles y capaces de quitar el “futuro presidente” de la boca de los más convencidos.
En Liberación, incluido el candidato, empezaron a comerse, antes de la hora, un fruto que, solo en apariencia, estaba maduro.
Eso no se hace ni en política ni en agricultura. Todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.