Roma. Con su eslogan “los italianos primero”, Matteo Salvini, líder incontestable de la ultraderecha, está convencido de que volverá pronto al poder y que el juicio por haber bloqueado en el Mediterráneo un barco de migrantes cuando era ministro del Interior es solo un obstáculo en su imparable carrera.
"Mis dos hijos tienen derecho a saber que, si su padre a menudo estaba lejos de casa, no es porque pasaba el tiempo secuestrando seres humanos sino porque estaba defendiendo las fronteras y la seguridad de su país, cumpliendo con su deber", explicó Salvini ante los senadores.
"Todos en Italia, simpatizantes y enemigos, sabían que al votar por la Liga, al votar por Salvini, se iba a bloquear el desembarco de inmigrantes ilegales", explicó.
Después de haber sufrido su primer revés electoral al perder en enero unas elecciones claves en la región de Emilia-Romaña, fortín de la izquierda que quería arrebatar para desatar una crisis de gobierno y recuperar el poder, el líder vuelve a sufrir un duro golpe.
Pese a ello el soberanista lombardo no admite derrota.
"Los adversarios deben ser atacados con las urnas, no en los tribunales", reclamó Salvini, quien cuenta con el apoyo del 32% de los votantes, según los últimos sondeos.
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Este determinado milanés de 46 años, que llegó en el 2013 a la cabeza de un partido al borde del abismo, convirtió a la Liga (la antigua Liga Norte) en una exitosa formación nacionalista, que supera en las urnas a su aliado Silvio Berlusconi (derecha) y se impuso como líder desde el ministerio del Interior durante el año de alianza con los antisistema del Movimiento 5 Estrellas.
Hijo de un empresario y una ama de casa, Salvini nació y se crió en Milán, la capital de Lombardía, donde asistió a la escuela católica, fue scout, siguió los partidos del Milán AC e inició su actividad política.
Con 17 años empezó a militar en la Liga Norte y fue elegido concejal de Milán con 20 años. Después empezó a trabajar como periodista en el diario La Padania y en la emisora de radio Padania Libera, ambos cercanos a su partido, donde desarrolló una eficaz capacidad oratoria. Y en el 2004, el euroescéptico Salvini entró al Parlamento Europeo.
Sin embargo, a medida que su figura ascendía, su partido se hundía. Su jefe y fundador, Umberto Bossi, enfermo e involucrado en un escándalo de corrupción, fue retirado del cargo en el 2012. En las legislativas del 2013, la formación apenas registró 4% de los votos.
Al llegar a la cúpula del partido en el 2013, Salvini cambió su discurso, dirigiendo contra Bruselas.
‘Con la gente’
Reacio a trajes y corbatas, permanentemente enojado y dotado de un aplomo infalible, Salvini se volvió rápidamente omnipresente en los medios, con un tono directo, arrogante y alejado de lo políticamente correcto.
Aliado con el Frente Nacional francés de Marine Le Pen y gran admirador de Vladimir Putin y Donald Trump, el jefe de la Liga suele emprenderla con los inmigrantes, el islam, el euro y las uniones entre homosexuales.
“He oído de todo. Que soy un criminal, un racista, un fascista”, suele decir. Pero “yo soy un comunista a la antigua, conozco más fábricas que esa gente (de izquierda) que solo se junta con banqueros”.
También se presenta como defensor de los valores cristianos, a pesar de sus críticas a los esfuerzos del papa Francisco a favor de los migrantes y de su agitada vida privada. Tiene dos hijos, de 6 y 15 años, de dos mujeres diferentes, el año pasado se separó de su compañera y ahora se deja ver con una joven 20 años menor que él.
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Entre sus medidas, suprimió los permisos de residencia humanitarios, amplió el concepto de legítima defensa, redujo la edad de jubilación y reforzó los servicios de policía.
Buena parte de su éxito se debe en gran medida al uso de las redes sociales. Además de estar omnipresente en los medios de comunicación, desde Twitter a Facebook, logra difundir con facilidad su mensaje, publicar fotos de sus actividades, sus encuentros, sus bailes en la playa e incluso sus comidas.
Esa estrategia comienza a agotar a sus seguidores sobre todo después del video que divulgó en enero en plena campaña electoral en el que pregunta ante el interfono a una familia tunecina si eran narcotraficantes, timbra varias veces y se burla de las respuestas.