San Salvador, El Salvador. "Si Monseñor Romero estuviese acá, en este momento, ¿por quiénes clamaría desde su púlpito?" A la pregunta hecha a sacerdotes, devotos y no creyentes salvadoreños siempre hubo una sola respuesta: por los jóvenes, por terminar con las maras.
Llamado por su corta extensión de 20.742 kilómetros cuadrados , 'el pulgarcito de Centroamérica', El Salvador se alista para la beatificación de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, quien mañana sábado, a las 10 a. m., será proclamado mártir de la Iglesia católica.
En medio de los preparativos, al hablar sobre Romero aflora siempre la queja por la violencia que, 35 años después de su asesinato, agobia a los salvadoreños.
"La verdad poco ha cambiado desde su muerte, incluso ahora es peor que cuando Romero estaba vivo: la violencia y muertes de esos tiempos eran por pensamientos, algo terrible, pero había un pensamiento", contó Samuel Barrera Olivera.
"Ahora usted muere porque no puede pagarle a una mara una cuota para que no lo mate, simplemente porque usted tiene un negocio, un carro, en fin porque trabaja duro, llegan a quitarle lo que tiene", lamentó este hombre de 70 años, quien trabaja como taxista.
Precisamente, esta semana el periódico salvadoreño La Prensa Gráfica informó de que durante mayo han muerto un un promedio de 21 personas al día por crímenes de violencia. En ese mes incluso se registró un pico de 33 decesos en un solo día.
El mismo Barrera pudo entrar en esos números, según contó con la tranquilidad de una dura resignación.
"Hace poco, en un barrio donde hay maras llevaba a una señora que vive ahí, cuando iba saliendo me pararon, me quitaron el dinero y el celular, ya me iban a disparar pero, se arrepintieron, me dejaron ir por obra y gracia de Dios", dijo sin inmutarse.
"'Mara' es una palabra que significa 'barra de amigos', mi grupo; ahora, se usa como sinónimo de pandillas, así de mal estamos", lamentó, por su parte, la periodista Yolani Romero, quien trabaja en la Secretaría de Inclusión Social del Gobierno.
La secretaria de ese instituto, Vanda Pignato, quien fuera primera dama en el anterior gobierno del partido FMLN, también resaltó que el valor de promover la paz fue, precisamente, lo que más buscó Romero.
"Él fue un hombre de paz", dijo Vanda, quien se sacudió de las críticas de que el Gobierno de su exesposo, Mauricio Funes, no quiso investigar a fondo el asesinato del futuro beato.
"Esclarecer la muerte de monseñor Romero no es una causa que corresponde al Gobierno, esto le toca al Poder Judicial. El papel de gobierno es poner en alto la figura de monseñor Romero", dijo Pignato, en una entrevista con este medio.
Jóvenes son prioridad. La lucha por rescatar a la juventud es también para el sacerdote Simeón Reyes el llamado que haría Romero, en estos momentos.
Nos encontramos en la víspera de tener un Beato en nuestra Iglesia #MonseñorRomero #YoVoy23M #MartirporAmoralosPobres pic.twitter.com/wrK5tIn4P1— Beatificación Romero (@MonsRomeroBeato) Mayo 22, 2015
"Los jóvenes, cuidar a los jóvenes, esa es una prioridad de este país; por ellos debemos trabajar todos. La Iglesia sabe bien que solo tendremos éxito trabajando desde la familias" dijo Simeón Reyes, presidente de la comisión de Comunicaciones de la Conferencia Episcopal de la Iglesia salvadoreña.Sobre la ceremonia de beatificación explicó que quien participe de esta celebración "debe tener presente que es algo religioso", dijo el cura de la parroquia Sagrado Corazón, una iglesia en el centro de San Salvador donde monseñor Romero ofició varias misas.
"Romero vio en el evangelio una llamada hacia él para hacer algo por lo demás", reiteró Reyes, a propósito del lema, 'Monseñor Romero mártir por amor a los pobres'.
Esa frase ha sido promovida por la Iglesia salvadoreña a fin de alejar los tintes políticos dados por algunos que cuestionan la labor del próximo beato, a quien calificaron desde "comunista", hasta "aliado" de las familias ricas de la derecha salvadoreña.
"Ante todo, Romero fue un hombre de Dios", reiteró este sacerdote, cuyo padre estuvo en el convulso funeral de Romero, el 30 de marzo de 1980, tras los disparos que cegaron la vida del cura salvadoreño, el 24 de marzo, mientras daba una misa.