Desde la puerta de su modesta casa de bovedilla, Faiza Mohammed recordó lo que era su vecindario antes y lamentó en lo que se había convertido.
La escuela de sus hijos tiene hoyos de balas en las paredes y sacos de arena en las ventanas. Las tiendas donde alguna vez compraba abarrotes son montones de escombros.
Los vecinos y parientes que vivían cerca y cuidaban mutuamente de los niños se han ido.
Aparte de la pareja de ancianos en la casa vecina, dijo, todos se fueron. Estas casas son las únicas dos que quedan en la calle, islas en un mar de destrucción.
“Hay gente al lado, así que estamos bien”, dijo Mohammed, que era viuda antes de que empezara la guerra civil siria.
Una ardua batalla por parte de combatientes kurdos para repeler una invasión por parte del Estado Islámico (EI) el año pasado lanzó a Kobane, una oscura localidad fronteriza en el norte de Siria, al escenario mundial.
Sin embargo, para cuando los kurdos prevalecieron en enero , respaldados por cientos de ataques aéreos estadounidenses en lo que fue elogiado como un modelo de cooperación internacional, la localidad parecía como si hubiera sido destruida por un terremoto. Los migrantes que regresaron tuvieron problemas incluso para localizar sus casas.
Kobane , conocido en árabe como Ain al-Arab, está tratando ahora de superar las profundas cicatrices de la guerra y de reconstruirse, y hay signos de vida.
Los desafíos que enfrenta la localidad son enormes, e ilustran el enorme precio de expulsar al Estado Islámico de las áreas urbanas, pero también la costosa carga de destrucción que muchas ciudades sirias deberán soportar cuando termine la guerra.
Recomenzar. En toda la ciudad, el ruido de los tractores que derriban las construcciones dañadas resuena por las calles. Flotas de camiones transportan cargas de escombros para depositarlas fuera de la ciudad en grandes campos de desechos.
En algunas calles comerciales, han reabierto tiendas que venden teléfonos celulares, cigarrillos y pollo asado después de instalar nuevas puertas y cristales. Y miles de residentes desplazados están regresando cada mes, dicen funcionarios locales.
Muchos han reclamado sus casas dañadas, cubriendo las ventanas destrozadas con plástico y tapando los hoyos en las paredes con ladrillos para impedir el paso del viento hasta que puedan hacerse reparaciones reales.
“La ciudad se ha vuelto relativamente adecuada para vivir de nuevo”, dijo Idris Nassan, el jefe de Asuntos Exteriores de la nueva administración de la región.
Cuando terminó la batalla , un 80% de los edificios estaba dañado y la infraestructura había colapsado, afirmó.
La ciudad había suspendido los vínculos con el Gobierno central en Damasco; en consecuencia, los líderes locales formaron el Consejo de Reconstrucción de Kobane con miembros de la diáspora kurda para solicitar ayuda y supervisar la reconstrucción.
Sus primeras tareas fueron restablecer el suministro de agua y el sistema de drenaje, reabrir carreteras, disponer de la artillería que no hubiera explotado y sepultar los cuerpos de más de 100 personas encontradas entre los escombros, dijo Nassan.
También resultaron destruidos el nuevo hospital de la ciudad, oficinas gubernamentales, varias escuelas y panaderías, y dos grandes salones de bodas.
Kobane resistió un nuevo golpe en junio , cuando combatientes del Estado Islámico vestidos como rebeldes contrarios al régimen de Bashar al-Assad entraron encubiertos en la ciudad antes del amanecer y fueron de casa en casa, asesinando a más de 250 personas antes de que combatientes kurdos los mataran, según Shervan Darwish, un oficial militar aquí.
Pero la administración ha seguido adelante, trabajando con organizaciones internacionales para abrir clínicas y regular los generadores para que los residentes puedan comprar algunas horas de electricidad al día.
Sus esfuerzos de reconstrucción se ven restringidos, sin embargo, por los fondos limitados y la dificultad para obtener suministros para la construcción.
En la memoria. Esta escala de la pérdida de la ciudad obsesiona a muchos de sus residentes.
Cada mañana, Muslim Mohammed, de 56 años de edad, regresa a su dañada casa y se sienta solo afuera, bebiendo té y pensando. Los edificios de departamentos circundantes están todos dañados y vacíos, y ahora son sitios de anidación de aves.
“No me gusta ver a mucha gente”, dijo Muslim Mohammed, mecánico de oficio. “Es sicológicamente agobiante”.
Él y su esposa habían huido a Turquía cuando empezó la batalla, pero tres de sus hijos decidieron unirse a la principal milicia kurda de la ciudad.
Alí, de 17 años, murió en batalla, y Mohammed, de 29, recibió un tiro en la cabeza durante la incursión del Estado Islámico en junio, dijo Muslim Mohammed. Así que envió a Ahmed, de 15 años, a Europa en una balsa, con la esperanza de que la distancia pudiera mantenerlo vivo.
“¿Se suponía que debía sacrificar a todos mis hijos?”, dijo Muslim Mohammed.
Como muchos residentes, pasó apuros para comprender por qué los yihadistas habían invertido tanto esfuerzo en los combates en su ciudad.
“No nos dejaron nada”, dijo. “Ni nuestros hijos, ni nuestro dinero, ni nuestras casas”.
Otros; sin embargo, vieron la victoria como un gran avance hacia el empoderamiento de la minoría kurda de Siria después de varias décadas de negligencia gubernamental.
“Valió la pena”, dijo Sherin Ismael, una costurera de 26 años de edad. “Ahora el mundo sabe que existen los kurdos”.
Sus familiares, también, son los únicos residentes que quedan en su cuadra, y su sobrino de dos años, Osman, aún llora en la noche, diciendo “el EI viene”.
Unos de sus vecinos acudieron recientemente a inspeccionar su casa y vieron lo que se necesitaría para que regresaran.
“La destrucción ocurre rápidamente”, dijo Ismael. “Pero la reconstrucción lleva tiempo”.