Tal vez a usted le ha pasado: tiene todas las intenciones de salir a hacer ejercicio. Siente motivación, es más hasta se cambió y se puso tenis. Cuando está a punto de salir de su casa pasa al lado de un sofá y este inmediatamente lo llama. Cuando usted se percata, no logra levantarse del sillón y ahí se queda, con sus planes frustrados.
Esto no es algo nuevo para la ciencia. Incluso tiene un nombre. Se llama la paradoja de la actividad física. Y lleva a muchas personas a pagar suscripciones a gimnasios y a no poner un pie ahí ni siquiera para una clase.
La premisa es muy básica: “debo ejercitarme para estar saludable”. No obstante, sabemos que hay cansancio y sudor cuando se realiza actividad física. Cuando hay un conflicto entre una razón (salud) y los efectos (estar sudoroso, cansado y posiblemente adolorido) algunas personas encontrarán cualquier motivo (o incluso ninguno) para permanecer sendentario.
¿Pero por qué esto solo sucede en algunos individuos? ¿Qué pasa a nivel neuronal?
Un grupo de investigadores de la Universidad de Ginebra y el Hospital Universitario de Ginebra, en Suiza, y de la Universidad de Leuven en Bélgica, se dio a la tarea de averiguarlo. Y encontraron que nuestra "memoria genética” tiene guardada la forma en que nuestros antepasados utilizaban la energía y esa puede ser la causa.
En otras palabras, nuestros ancestros tenían que utilizar mucha fuerza física para conseguir alimento y salvarse de depredadores y hacían mucho ejercicio para desplazarse de un lugar a otro.
Por ello, cualquier otro intento de “moverse” era aplacado por el cerebro para que la persona descansara; esto aumentaba sus posibilidades de sobrevivir.
Sin embargo, esto es algo que se mantiene hasta nuestros días, más ahora que podemos conseguir comida en el supermercado o ya servida en un restaurante y pasamos gran parte del día sentados.
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Paso a paso
¿Cómo se llegó a estas conclusiones? Los investigadores, liderados por el neurocientífico Boris Cheval, estudiaron a personas que realmente querían mantenerse físicamente activas en su vida cotidiana pero no necesariamente lo lograban.
Los participantes debían escoger entre actividad física e inactividad, mientras los científicos probaban su acción cerebral con un electroencefalógrafo. Este equipo contaba con 64 electrodos para medir el comportamiento de las neuronas.
¿Cómo hicieron eso? Cheval explicó: “les pedimos hacer el ‘reto del maniquí' en el que se les daba un muñeco. Frente a ellos se pasaban imágenes, ya fuera de personas haciendo actividad física o de personas con un comportamiento sedentario.
Primero, se les pidió acercarse con el muñeco a las imágenes que tenían que ver con sedentarismo y alejarse de las que implicaban movimiento. Luego se les pidió hacer lo contrario: es decir, alejarse de las imágenes sedentarias y acercarse a las de ejercicio.
Los investigadores compararon las diferencias del tiempo que les tomaba a los participantes tanto acercarse como evitar la imagen sedentaria. Ellos encontraron que los participantes tomaron 32 milisegundos menos en separarse de la imagen sedentaria, lo cual es considerado rápido. Esto parece contradecir la “paradoja de la actividad física”. ¿Entonces, cómo puede explicarse?
Cheval indicó que esto se debe al poder del razonamiento. Los participantes evitaban la imagen sedentaria más rápido de lo que se le acercaban por dos razones: la primera es que eso fue lo que se les pidió desde un inicio. La segunda es que ellos realmente tenían la intención de mantenerse físicamente activos.
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Sin embargo, "también observamos que había dos zonas cerebrales que tenían mayor actividad eléctrica cuando los pacientes estaban frente a la opción sedentaria: la corteza frontomedial y la corteza frontocentral. Estas dos áreas representan la lucha que se da entre la razón y los efectos y la capacidad de inhibir las tendencias naturales”, expresó el especialista.
De acuerdo con el científico, esto significa que el cerebro se ve obligado a usar más recursos para alejarse del sedentarismo, pues naturalmente está diseñado para minimizar el esfuerzo.
¿A qué se debe esto? De nuevo, la respuesta tiene que ver con nuestra “memoria genética” y nuestros ancestros.
“Hacer el menor esfuerzo posible fue crucial para las especies humanas y las predecesoras a la humana durante la evolución. Esta orientación a ‘salvar’ o conservar energía aumentaba las posibilidades de supervivencia y reproducción. Hoy, sin embargo, esta optimización de energía es obsoleta e innecesaria”, aseguró Cheval.
El investigador concluyó diciendo que, dada esta situación, la actividad física y el ejercicio deberían ser motivados, en lugar de que la sociedad ponga “tentaciones” para movernos menos, como elevadores o escaleras eléctricas.
Una de las posibilidades es modificar la forma en la que se hacen algunos espacios públicos para tener más pretextos y evitar esa “ley del mínimo esfuerzo”. No obstante, esto también debe contemplar facilidades para personas con discapacidad.
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