París, Francia
A principios de los años 80, la medusa norteamericana partió de su Atlántico natal en las bodegas de los cargueros. Diez años más tarde diezmaba la población de anchoas en el Mar Negro. Pasajeros clandestinos en las aguas de lastre de los barcos, las especies invasivas son un peligro ecológico.
Se habla de "una de las amenazas más significativas de los tiempos modernos para el ecosistema marino", advierte el secretario general de la Organización Marítima Internacional (OMI), Koji Sekimezu.
Estas especies integran la lista negra de causas de la disminución de especies de agua dulce (-76% entre 1970 y 2010), según el último informe de WWF.
Sin embargo, diez años después de su adopción en 2004, la Convención internacional para el control y la gestión de las aguas de lastre aún no ha entrado en vigor, dado que no se alcanzó la cantidad de ratificaciones necesarias.
"Una vez que la especie invasiva se instala en un lugar, ya no hay cómo resolver el problema", explicó a la AFP Simon Walmsey, responsable de las cuestiones marítimas del WWF.
"Entra en competencia con las especies indígenas y a menudo gana la partida. El riesgo es entonces enorme para los ecosistemas, los pesqueros... como también lo es el costo ambiental, y también socioeconómico", dijo.
Cada día, los mares del planeta son atravesados por los barcos que cargan sus aguas de lastre en Shanghai o Tanger, y las liberan en los puertos de Rotterdam o Valparaíso para equilibrar el buque una vez que recibe la carga que debe transportar.
El transporte marítimo representa cerca del 80% del comercio mundial y traslada unos 10.000 millones de toneladas de agua de lastre cada año. Con ellas viajan a diario unas 7.000 especies: larvas y peces pequeños, algas, crustáceos, pero también virus y bacterias, según el WWF.
No todas sobreviven, pero cuando algunas especies desembarcan lejos de su hábitat natural "comienzan a proliferar porque no existen factores de regulación de su lugar de origen", explica Daniel Masson, investigador del Ifremer, el Instituto francés de investigación para la explotación del mar. "Y el fenómeno se ha acelerado con la globalización, desde hace unos 30 años", agregó.
Uno de los casos más conocidos es el del mejillón cebrado, oriundo de los mares Negro, Caspio y de Aral, y aparecido en 1988 en el lago Saint-Clair en Canadá.
Tras conquistar los Grandes Lagos norteamericanos vecinos, descendió por casi todos los ríos del este de Estados Unidos, hasta la Luisiana.
En competencia con otras especies, también proliferó en las cañerías de agua, perturbando el funcionamiento de centrales hidroeléctricas, motores de barcos y haciendo que las playas dejen de ser aptas para el baño. El fenómeno ya ha costado miles de millones de dólares a Estados Unidos.
Algunos de los países más afectados, como Estados Unidos, Australia, Canadá y Nueva Zelanda aprobaron reglamentos nacionales y abogan a favor de la ratificación de la convención lo más rápido posible.
El texto prevé en particular dotar a los barcos de sistemas de tratamiento de las aguas --con lámparas ultravioletas o sistemas electrolíticos-- y establece un calendario de instalación hasta el 2016.
La Convención entrará en vigor un año después de haber sido ratificada por al menos 30 países que representan 35% de la capacidad bruta de la flota mercante mundial.
Actualmente, unos 40 países que representan un 30,25% del total la han ratificado.
Siguen faltando las flotas más importantes del mundo: Panamá, Grecia o China.
"Existe ciertamente una presión de los armadores, es una Convención que va a costar caro", comenta Damien Chevalier, jefe de la oficina de reglamentación y control de la seguridad de las naves en Francia.
"Representa un gasto adicional importante, del orden del millón de euros, destinado a poner en conformidad a las naves existentes", estima.
Simon Wasley del WWF es optimista. "Hay una cantidad reducida pero constante de países con pequeñas flotas que ratifican el texto. A este ritmo, tal vez alcancemos la cantidad necesaria en dos años", estima.
Luego habrá que equipar a las naves. Y según Chevalier, dadas las capacidades de los fabricantes de los equipos, "dotar a toda la flota con los equipos necesarios demandará unos diez años más".