Concacaf se sacó de la manga un inesperado conejo y le dio un vuelco al formato de la eliminatoria mundialista, que se había mantenido estable desde hace dos décadas.
Breve resumen: los tres boletos directos los disputarán los seis mejores ubicados en el ranquin de la FIFA. Las demás selecciones jugarán una eliminatoria, cuyo ganador disputará frente el cuarto puesto de la hexagonal el derecho de ir a un repechaje contra alguna otra zona del planeta.
En otras palabras, el nuevo formato otorga a las selecciones más fuertes del área una fila rápida para brincarse al menos el trámite de la cuadrangular previa.
En todas las regiones futboleras del mundo persisten desigualdades. En Asia, Japón y Corea del Sur siempre tienen cupo seguro. En Europa, es fácil pegar la lista de invitados, con notables excepciones, como el descalabro de Italia para el 2018.
Pero en Concacaf, la brecha entre “ricos y pobres” vuelve un ejercicio absurdo e inútil poner a competir a todas las selecciones al mismo nivel, como por ejemplo hace Suramérica. De los 35 participantes inscritos en Norte, Centroamérica y el Caribe, si acaso un tercio tiene opciones reales de llegar a la hexagonal, y menos de diez son los aspirantes verdaderos a conseguir el certificado mundialista.
Veamos cuántos se han clasificado en los últimos 32 años (de México 86 para acá): México, Canadá, Estados Unidos, Costa Rica, Jamaica, Honduras, Trinidad y Tobago y Panamá. Apenas ocho en nueve ediciones.
No parece que el panorama vaya a cambiar mucho. La aparición de Panamá, con su selección repleta de gladiadores, vino a alterar el tablero: sacó al Tío Sam de Rusia 2018 y condenó a Honduras a un infructuoso repechaje ante Australia. Pero en general, en vez de notar avances de otros equipos, hay estancamiento y retroceso de países como El Salvador, Guatemala, Haití o Trinidad.
Entonces, ¿vale la pena una eliminatoria de dos años, con tres fases, para que al final todo se decida entre los mismos de siempre?
El gran argumento a favor de este nuevo formato es, precisamente, que elimina partidos innecesarios. El camino a Brasil 2014 y Rusia 2018 nos dejó estos emocionantes duelos: Estados Unidos 6-San Vicente y las Granadinas 1; Santa Lucía 0-Canadá 7; Costa Rica 7-Guyana 0.
El novedoso sistema también pone la clasificación al alcance de selecciones de un cajón B. Es cierto que deberán recorrer un camino larguísimo (eliminatoria entre 29 países, luego serie contra el cuarto lugar de la hexagonal, y finalmente un repechaje contra otra confederación). Pero al menos, ya ahí estarán fuera de la ecuación las tres selecciones más potentes del área.
En contra, podemos mencionar que la eliminatoria es, en sí mismo, el mejor de los fogueos. Mantiene los equipos activos, con un nivel de exigencia que jamás ofrecerá un partido amistoso. El mejor ejemplo de esto nos lo da el propio Mundial: hasta el 2002 los campeones recibían boleto automático a la siguiente edición, una deferencia que terminó siendo contraproducente. Eran selecciones que pasaban cuatro años vegetando en medio de fogueos de baja intensidad, mientras los rivales sacaban dientes en la jungla de sus respectivas eliminatorias. La FIFA, presionada por los propios campeones, eliminó esa prebenda en el año 2003.
En Concacaf, las cuadrangulares sirven para moldear los equipos, sacar figuras y alistar la armadura rumbo a la hexagonal. Y tampoco son un paseo: en el 2001, debimos jugar un partido de desempate contra Guatemala; en el 2004, Jorge Luis Pinto tuvo que defenderse con una línea de siete en San Pedro Sula, para pellizcar un 0-0 que nos dio el boleto en el último partido.
Sin embargo, a como quedaron planteadas las cosas, salirse de esa élite privilegiada de seis selecciones sería un problema. Si tal cosa ocurre, la Tricolor deberá pasar por ventanilla regular y jugarse el boleto en una auténtica maratón.
La historia está a nuestro favor. La peor ubicación desde que se lleva este dato en FIFA fue el lugar 78 que ocupamos en 1995; en este momento, el sétimo puesto es Panamá, anclado en la casilla 75. Es decir, para quedarnos fuera del baile, deberíamos resbalar hasta un sótano que no hemos visto en casi dos décadas y media.
No obstante, recordemos que llevamos varios años en el tobogán: llegamos a ocupar el puesto 17 en el 2016, y ahora vamos por el 39. Así que no nos podemos descuidar.