Supimos de Mesías por boca del mismísimo ministro de Educación, Leonardo Garnier. Según contó, uno de los casos que más lo ha impresionado en su gestión ha sido el de un profesor de ciencias de la zona sur que, antes de dedicarse a las aulas, vivió varios años como indigente, en las calles de la capital.
Aquel “santo” nos lo pasó en enero, durante una entrevista previa a la entrada del curso lectivo.
Empezamos a buscarlo hasta que dimos con él en un colegio rural de El Silencio de Aguirre, al sur del país. Para llegar hasta ahí, se debe pasar por Parrita y bordear Quepos.
Se llama Guillermo Mesías Espinoza Vargas, rebasa los 50 y es puntarenense de nacimiento, criado en el barrio El Carmen.
Y sí, como contó Garnier, vivió varios años en las calles de San José, durmió en un sinfín de cuarterías de mala muerte después de migrar del Puerto, caer en el Seminario Mayor, y salir de ahí directo a la calle con solo cuatro chuicas.
Como muchos chiquillos de su época, Mesías trabajó desde pequeño. Aprovechando la cercanía del mar, vendió anillos de carey en el comisariato y en el mercado del Puerto.
Su familia era grande: siete hermanos y unos papás demasiado humildes como para poder con todos ellos.
Tanto andaregueó Mesías que, como dijimos, hasta al Seminario Mayor fue a dar. En esa época tendría unos 18 años, y llegó hasta ahí para calmar una inquietud vocacional que, al final, se resolvió fuera de las cuatro paredes de aquel claustro.
Fue uno de los padres orientadores quien le dijo que se debía decidir por Dios o por las mujeres, pues resultó que Mesías era y sigue siendo un gran enamorado. En toda esta historia de discernimiento que se prolongó por un año, pudieron más las faldas, aunque el Altísimo no quedó de lado en su vida.
‘Chambear’ en lo que fuera
Mesías recuerda que salió del Seminario, en Paso Ancho, con dos pantalones, una camiseta, una jacket y un par de zapatos en la valija que le regalaron.
No tenía adónde ir ni plata en la bolsa, así que debió pasar su primera noche en la calle.
“Fue en el Parque Nacional. Sabía que al amanecer iba a encontrar algo. Me fui por las inmediaciones del Mercado y empecé a preguntar si alguien necesitaba un ayudante.
“Pasé por varios tramos, trabajé en un depósito de materiales, jalé sacos de cemento, blocks, madera. Yo me movía por la soda Castro y la avenida 10. Había un lavacar y ahí me ganaba algo”, recuerda.
Asegura que nunca consumió drogas ni tampoco robó. Se dedicó a chambear en lo que le saliera. Cuando tenía suerte, dormía en alguna cuartería.
Fue un taxista quien le dejó la espinita y lo puso a pensar en la conveniencia de dejar esa vida. La espina cayó en terreno fértil porque Mesías se fue, así no más, a ofrecer sus servicios a la Universidad de Costa Rica (UCR), donde trabajó en casi todas las facultades, hasta que logró ingresar a Educación y graduarse como profesor de Ciencias. “La calle ha sido lo más duro que he vivido. Aquí hay que hacerse el fuerte para sobrevivir”, recuerda mientras maneja su Honda Accord modelo 1985 por las calles de Parrita, con rumbo al colegio.