Una red neuronal; con esta imagen define su propia vida el director, actor, dramaturgo y docente costarricense Arnoldo Ramos (San José, 1965), quien se hizo merecedor –junto al colectivo con el que montó la obra La huida, según subraya él mismo– del Premio Nacional de Teatro Ricardo Fernández Guardia en la categoría de mejor dirección 2017.
No es el primer galardón que recibe (tiene siete u ocho en total), pero es el que le produce mayor alegría porque los compañeros del montaje de Costa Rica y El Salvador se regocijaron también.
Recibir el reconocimiento fue para Ramos un momento feliz y a la vez complicado, pues su hijo murió en noviembre del año pasado y la obra estaba dedicada a él. La red neuronal se rompió trágicamente, quizá de manera irreparable, en esa delicada conexión amorosa.
“Estábamos defendiendo un tema que le competía directamente a él y era mi manera de decirle: papá aquí estoy”, sopesó, con pesar, Ramos, ya que el texto dramatúrgico habla sobre la migración causada por discriminación de la orientación sexual.
Sentado en un sillón en la sala de su casa en Guayabos de Curridabat, la entrevista fue aderazada por los yigüirros que pedían lluvia, deseosos de recibir los primeros y furiosos aguaceros de mayo.
A Ramos le gusta vivir donde vive: una barrio silencioso cuya tranquilidad solo es interrumpida por el paso del bullicioso tren.
Quizá debido a esta “autoexclusión”, como él llama a su cotidianidad, se tomó su tiempo para responder las preguntas que parecían resonarle en cámara lenta, como si hilara con paciencia su propia biografía, con los acontecimientos, conflictos, puntos de giro, emociones y rupturas que ha vivido “en la piel”.
En la piel. Esa frase se convirtió en el leitmotiv para explicar sus sentimientos y visión de vida a lo largo de la conversación.
–¿Qué te movió a hacer esta obra?
–Es una pregunta muy grande porque tiene que ver con historia, posiciones, con evoluciones; uno mismo peca de discriminador en algún momento de su vida. Sin darte cuenta cometés muchos errores y la vida te va poniendo en un lugar donde te das cuenta de eso y decís: cómo es posible que yo haga esto, y te sentís mal.
El hijo de Ramos era homosexual y le “tocaba defenderlo”, no solo por el amor que le profesa sino por tener amigos LGBTI para los cuales es palpable la agresión que experimentan.
“Te das cuenta en sangre y piel propia que la cosa va más allá de lo que entendés, porque una cosa es lo que entendés como políticamente correcto y otra lo que entendés en la piel”, reiteró.
De acuerdo con Ramos, el montaje de La huida sintetizó la comprensión “en la piel” de las injusticias que cometió y de la importancia de evolucionar para propiciar un cambio.
De esto modo, más que denunciar la problemática social, la obra deseaba tocar las fibras de los espectadores para buscar esa transformación.
“Recuerdo un foro donde había público raso y dijo cosas como que salía diferente del montaje. Estaban muy conmovidos”.
La vida en 360 grados
Para Ramos, su vida no ha sido lineal; más aún, la ha vivido en 360 grados, desarrollando conexiones que se construyen a la par, arriba, abajo y atrás; es decir, en todas direcciones. Por eso, se mostró reacio a repetir esas pequeñas historias biográficas que se creen hechos fehacientes, pero que son recreados para hacerlos más atractivos para contarlos.
Siendo uno más de ocho hermanos migró con su familia de El Carmen de Guadalupe, donde nació, hacia Moravia, para luego trasladarse a Desamparados, Zapote y Barrio Pinto. “Éramos nómadas con épocas difíciles, pero tuve un padre maravilloso que trató de darnos lo mejor y que trabajaba día y noche para tratar de sacarnos adelante”.
Desde niño, Ramos “coqueteó” con el teatro, cuando por ser rubio, en el kínder tuvo que interpretar al villano William Walker, aunque él quería encarnar al tamborcillo y héroe nacional Juan Santamaría.
Con un sentido de la tragicomedia ya intuido, Ramos representó de forma “muy heroica” la muerte del filibustero y el público aplaudió con entusiasmo.
“Yo creí que era por mí, y me volví a levantar y me volví a morir, y la gente se rió y así lo hice como dos veces hasta que la maestra me dijo: ya, quédese quieto”.
Después, en el Liceo de Costa Rica, participó en el grupo de teatro, con el cual se presentó en escuelas, colegios, barrios y hospitales. “Desde ahí no paré” y menciona la experiencia de asistir como estudiante a una función de Bodas de sangre en el Teatro del Ángel. “Siendo un chico de barrio me pareció mágico, y esas sensaciones me determinaron”, agrega.
Posteriormente, entró al Taller Nacional de Teatro (TNT); allí estudió actuación y promoción teatral. Terminó siendo director de esa institución del 2005 al 2007.
Además estudió Artes Escénicas en la Universidad Nacional y radicó unos meses en Holanda con el fin de perfeccionar su conocimiento teatral. Asimismo trabajó en televisión y cine.
Ser o no ser, esa no es la cuestión
Ramos se autodefine como un actor que dirige o un director que actúa, sin saber dónde empieza y dónde termina cada vocación. “¿Cuál es la frontera creativa en mí?”, se cuestiona y se responde de inmediato que siente más certeza como actor.
En las otras áreas ha incursionado pero no acepta ser director o dramaturgo con mayúsculas al compararse con Arthur Miller y Samuel Beckett. “Uno es cualquier alpargata a la par de ellos; soy alguien que coquetea con la creatividad”.
Ha trabajado en teatro independiente con el Colectivo Brecha –en este momento en pausa– y producido obras comerciales como la Vaca Lula, entre decenas de montajes que ha dirigido, escrito y en los cuales ha actuado.
Esos caminos intrincados dibujan su cartografía personal, en la cual, insiste Ramos, no sabe “qué es arriba ni qué abajo”.
Expuesto de este modo, su trayectoria ha sido una en la que hace y se arrepiente, corrige y vuelve a equivocarse, aprende y desaprende, y en la que cosas de las cuales estaba convencido luego no lo está; “incluso, creativamente, cosas que hice y ya no”.
Llega a la conclusión de que ha sido como un animalillo que se ha dejado llevar por lo que siente, sin calcular consecuencias o responsabilidades y que algunas veces le ha ido bien y otras no tanto.
“El hacer me enseñó, yo aprendí a aprender”, enuncia, para luego hablar de Jacques Delors y sus cuatro maneras de obtener conocimiento, que son como un juego de palabras: aprender a aprender, aprender a ser, aprender a hacer y aprender a convivir.
Cuando supo de estos principios, ya los conocía mas no tenía consciencia de ellos. “Este impulso de animalillo suelto se fue decantando y depurando, y empecé a tratar de ser mejor y de equivocarme menos, porque la conciencia, desgraciadamente, trae consigo muchísima responsabilidad”.
En ese momento descubrió el estructuralismo aplicado a la dramaturgia, un silabario que utiliza al pie de la letra con disciplina . “Antes escribía y si era desbalanceado no importaba, era lo que sentía”, admite. Ahora sigue esa rigurosa creatividad en todas sus vocaciones, sin que se le acabe el deseo de aprender.
“A pesar de que tengo 52 años, tengo ganas de aprender otras cosas como alemán; quiero desplazarme a otros lugares a trabajar e incursionar en otros campos no relacionados con lo teatral”.
Ramos se busca para encontrarse en un lugar donde se sienta bien, y ese lugar es la escritura teatral, cinematográfica y audiovisual. También realiza asesorías a colegas del teatro en Barcelona, España, y se dedica a su labor como docente de teatro en el Instituto Tecnológico de Costa Rica.
A este punto, confiesa que en la actualidad prefiere el trabajo individual y privado, quedarse en casa con su pareja, cocinar, hablar, ir al cine, viajar y que nadie se entere de su itinerario. “En los cincuentas empiezan a ser evidentes los círculos”, reflexiona Ramos.
Es el eterno retorno de Sísifo, según dice. Las reuniones con la familia en las que se cuentan y escuchan las mismas historias de siempre que cansan, aunque él no solo sigue practicando el ritual de sentarse a escribir, sino que toca algunos temas recurrentes en sus obras como la presencia paternal versus la maternal. “Me crié con mi padre, no con mi madre”, aclara.
Quizá para que Sísifo no vuelva a subir la piedra en la montaña ni que caiga de nuevo con ella, Ramos no registra en álbumes los recortes y fotografías de las obras en que ha participado. “Los recuerdos, como los recortes, significan partes muertas mías; son pieles muertas. Es como cuando me dicen Nene –popular personaje que interpretó en la serie de televisión El barrio– todavía, no soy el Nene, no, es una piel muerta de hace 15 o 20 años”.
Obra 'La huida': Migración por violencia homofóbica
"Si hay un montaje que a mí me ha cambiado, revolcado, me ha convertido en un ser humano diferente, es este", afirma Arnoldo Ramos sobre La huida, obra que lo hizo acreedor del Premio Nacional de Teatro Ricardo Fernández Guardia en la categoría de mejor director 2017.
El proyecto recibió fondos de Iberescena y es una coproducción artística entre Costa Rica y El Salvador, con dramaturgia de Arnoldo Ramos y Dinora Alfaro, dirección escénica de Ramos y producción ejecutiva de Punto de Giro, Arte y Cultura.
Junto a Alfaro, Ramos entrevistó a muchísimas personas, entre ellas, migrantes discriminados por su orientación sexual, que son los protagonistas del montaje. “Jamás me imaginé la magnitud ni el dolor individual; no hablemos solo de números sino del ser humano, que es lastimado, que le duele”.