Al escuchar el nombre Liliana Biamonte quizá no le sea tan fácil identificar de quién se trata. Sin embargo, si le ha seguido la pista al cine costarricense de los últimos años, es casi un hecho que el rostro de Biamonte le será familiar.
Esta joven actriz, de 41 años, se ha convertido en una de las figuras predilectas de la gran pantalla tica, y este 2024 ha sido el fiel reflejo de esto. Solo en este año protagonizó los filmes La hija de Lázaro y Delirio (actualmente en cines) y tuvo una importante participación en Memorias de un cuerpo que arde (candidata tica para las nominaciones de los premios Óscar y Goya).
“En Delirio disfruté mucho el proceso inmersivo de ir a vivir durante un mes en una casa fuera de San José. Memorias de un cuerpo que arde fue la que más me sorprendió como espectadora, porque como era actriz secundaria, nada más grabé mis escenas y hasta que fui al cine supe el resultado”, comentó Biamonte.
“La hija de Lázaro me exigió mucho, sentí el peso de sostener la historia y me permitió consolidar mis posibilidades como actriz. También me tocó manejar demasiado. Hay una escena en la que me tenía que meter y salir de la pista, todo mientras el personaje estaba en estado de alerta. Obviamente uno está con adrenalina, pero ser consciente después del nivel de responsabilidad que tenía fue muy fuerte”, continuó.
Además, a su filmografía la complementan participaciones en Muñecas rusas (2014), Nina y Laura (2015), El sonido de las cosas (2016) y Medea (2017).
Curiosamente, a pesar de ser profesional en Artes Dramáticas por la Universidad de Costa Rica (UCR), nunca se le cruzó por la cabeza incursionar en el cine. De hecho, como gran parte de sus colegas en el país, ni siquiera es actriz a tiempo completo y su fuente principal de ingresos proviene de su labor como docente en su alma máter.
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“Tampoco le he tenido mucha fe, honestamente, como a decir: ‘Yo soy actriz de cine’. Ni siquiera ahora, porque por lo menos en mi experiencia, en este país o una se pone a desarrollar sus propios proyectos cinematográficos o todo es un poco al azar. Yo misma sigo confiando más en el teatro, como un lugar seguro, y sin embargo he tenido mucha suerte de hacer varias cositas audiovisuales”, afirmó Biamonte, quien recibió una mención honorífica en el Festival de Cine de Lima, por su papel en Medea (2017).
Sabiendo este contexto, se entiende a la perfección por qué asume su éxito con cierta incredulidad o extrañeza; casi como que si se tratara de algo ajena a ella. Sí, puede decirse que es una “estrella del cine tico”, pero esto cambia poco o nada su realidad cotidiana.
“Tengo una hija de 6 años. Mi día a día es ella, ir a trabajar y demás. Además, estas películas las hice hace dos años, entonces sentir que ahora una está en pantalla es algo extraño porque mi vida cotidiana no es eso. He sido disciplinada, me arriesgo a experimentar y eso ayuda; pero también creo que todo esto tiene mucho de azar”, detalló con franqueza la artista.
El hobby que se convirtió en pasión y sustento
Liliana viene de una familia dedicada mayormente a la agronomía y otros oficios relacionados con la naturaleza. Aunque algunos familiares tenían relación con el arte plástico, y su madre estudió ballet durante su juventud, nunca tuvo un referente directo. Su relación con el arte nació por inquietud y no por tradición.
“Siempre tuve la inquietud generalizada de usar diferentes medios artísticos para expresarme; sobre todo en la adolescencia, cuando una está buscando su identidad y definiendo quién es. Yo pensé, como quizá otras personas, que el teatro iba a ser mi hobby”, reveló la intérprete.
Al ingresar a la carrera de Artes Dramáticas, la actuación la fue “absorbiendo”. De pensar que solo sería un pasatiempo, de pronto se vio inmersa no solo en proyectos académicos, sino también con grupos artísticos independientes y colectivos de improvisación teatral.
“Más que un resultado específico, me gustan los procesos teatrales, en los que se construye como una familia temporal durante un periodo y se arma un espectáculo. Al final ese espectáculo es algo de todas las personas que nos involucramos en ese proceso”, explicó.
Posteriormente, mientras cursaba una maestría en Recreación, una lesión de una docente de la UCR le abrió las puertas a dar clases; profesión que se convertiría en su sustento. Entre sustituciones, incapacidades y asistencias, y ya con el posgrado concluido (requisito para ser profesor en la institución), se hizo un hueco entre la planilla docente.
“Aprendí en el hacer; al principio fue difícil. No sé si a todas las profesoras les pasa, pero al principio da un poco el síndrome del impostor. ¿Quién soy yo para enseñarle nada a nadie? Pero bueno, ahí fui agarrando cancha y no lo he soltado; yo de la universidad no me he ido desde que entré (risas)”, relató Biamonte.
Evolucionar junto con el cine costarricense
En 2008, recién graduada, participó en un casting y fue seleccionada por la cineasta tica Laura Astorga para el cortometraje de 17 minutos Ellas se aman. Asegura que la directora la guio muy bien y la hizo tener una buena experiencia; aunque esta no fue precisamente la tónica en sus comienzos.
“Para mí, esos primeros castings de cine eran complejos, porque uno trae el lenguaje teatral pegado en el cuerpo y nadie le ha enseñado la diferencia. Recuerdo haber ido a algunas audiciones y pensar: ‘Yo aquí hago lo que en mis clases de actuación’, y no, pésimo, todo horrible, en ese momento”, rememoró con humor.
Durante estos años adaptarse al lenguaje cinematográfico fue un reto, pero tiene claro que toda su formación previa fue indispensable. Según explica, la principal diferencia de la actuación entre teatro y cine, es la intensidad, y añade que la clave está en saber dosificar la expresividad.
Conforme fue involucrándose en más metrajes, la actriz ha podido apreciar, como quizá pocas personas, el desarrollo del cine costarricense durante la última década.
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“Siempre he sentido que soy, pero en realidad no soy del gremio cinematográfico del país. Yo entro y salgo; así que tengo una mirada periférica de este mundo y su desarrollo. Creo que ahora hay un poco más de facilidad para hacer cine. Además, el gremio audiovisual y los que somos de teatro hemos encontrado un lenguaje en común para trabajar”, declaró la actriz josefina.
De acuerdo con la artista escénica, el gremio actoral ha tomado nuevos caminos en tiempos recientes; especialmente en cuanto al manejo de la voz, que por mucho tiempo fue uno de los aspectos que el público resentía del cine tico.
Explica que la impostación vocal en Costa Rica está marcada por el aporte de histriones argentinos y chilenos. No obstante, recientemente desde las escuelas han apostado por buscar un tono más autóctono, con mayor “organicidad”; lo cual se ve reflejado en la gran pantalla.
“Incluso en el teatro se está buscando naturalidad, porque sí, a veces incluso incomoda ir al teatro y que todavía tengan esa cosa impostada o exagerada. En Costa Rica hablamos bajito y no articulamos mucho, entonces la lucha con eso es difícil ¿Cómo con el acento tico podemos proyectar y que se nos entienda en escena?”, enfatizó la docente universitaria.
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Pero la evolución del gremio no se limita a las formas. Liliana ha coincidido, sin planearlo, con un cine tico liderado por mujeres como Antonella Sudasassi o Alexandra Latishev, que a su vez han plasmado en sus cintas historias sobre la población femenina y las problemáticas que la atraviesan.
“Cada una tiene discursos distintos, quizá no en la base, pero sí en la forma. Al final todas tienen que ver con un sistema del cual todas las personas somos víctimas y la violencia es cotidiana. No solo en cuanto golpear o matar a alguien, sino en la violencia más pequeña, desde la forma en que nos hablamos o la propia desconexión con nuestras emociones. Hay una necesidad social de abordar esto”, aseveró.
Su rostro ha pasado por afiches, salas de cine y festivales alrededor del mundo. Sin embargo, la fama y la riqueza son palabras muy lejanas a su vida cotidiana, si acaso, en forma de chiste. Ajena a todo esto, Biamonte vive agradecida en la mansa colina del éxito, que para ella es respirar arte, día a día.