Vistas desde lejos, desde el pequeño jardín que inaugura esta casa, las estampas y las flores sobre la mesa de comedor dan la impresión de un altar. Pero al acercarnos, nos percatamos de que en las estampas no hay ningún santo, sino la imagen de Joseph Blatter, presidente de la FIFA, en compañía de María Elena Valverde, la habitante de esta casa. Al lado de las fotografías posa una Brazuka, el balón del Mundial de Brasil. "Original; nada de esas copias que venden aquí", se felicita su dueña. Y colgando de la pared, un estandarte de la FIFA con el nombre de Valverde estampado. "Me lo dio ese doncillo (así llama a Blatter), en Sao Paulo".
María Elena Valverde apaga el pequeño televisor de la sala, que reproducía con volumen altísimo un episodio de La Pantera Rosa. A sus 87, su capacidad auditiva ha mermado. También su memoria, dice, pero de esto último le creemos poco. Su casa en Vargas Araya, donde vive con un nieto, es un museo de su vida. Retratos de familia, trofeos y condecoraciones se mezclan en paredes y mesas con imágenes religiosas, flores y hasta pequeños retratos de Calderón Guardia y Beethoven. Para cada pieza encuentra una historia.
Ya con el silencio instalado en su casa, comienza a explicar por qué aquella foto con Blatter, por qué la Brazuka, por qué el estandarte de la FIFA. De una bolsa saca dos hinchados álbumes, uno con fotos y otro con recortes de periódicos. También un libro titulado Deportivo Femenino Costa Rica. Primer equipo de fútbol femenino del mundo, escrito a partir de todo el material reunido por Valverde.
–¿Entonces fueron las primeras del mundo?
–No, ya había otros equipos en Europa, pero los que hicieron el libro le pusieron eso. Fuimos las primeras de América, eso sí.
Abre el ejemplar en la primera página. "Mire, me lo firmó Beckenbauer cuando vino a Costa Rica". Señala la pared para que descubramos otra foto más: la de ella con el exfutbolista alemán.
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María Elena Valverde dice que todo comenzó el 26 de febrero de 1949 (le gusta precisar fechas de esa manera). Una tía suya era madrina de Gimnástica Española, un equipo de fútbol cuyos dirigentes eran los hermanos Fernando y Manuel Emilio Bonilla. Cuando el papá de ellos falleció, a la tía de María Elena, que también era rezadora, le encargaron el novenario. Al sétimo día de rezos, María Elena conversó con Fernando sobre su gusto por el fútbol, sobre sus mejengas desde niña en las plazas de Tibás, en compañía de sus cinco hermanos y su madre, que era la portera.
Fernando y María Elena coincidieron en el interés por formar un equipo de mujeres. Esa misma noche se sumaron las siete primeras jugadoras. Cada una reclutó a otras, y en menos de un mes, el 19 de marzo, la alineación del Deportivo Femenino Costa Rica FC estaba completa: 32 muchachas, entre trabajadoras, estudiantes y mamás. "En realidad fue un 18 de marzo, pero lo dejamos 19, por ser el día de San José", precisa María Elena.
Durante un año, todos los domingos las jugadoras llegaban en cazadora a Las Delicias, una finca de un tío de los Bonilla, en San Ramón de Tres Ríos. Primero limpiaban las boñigas del potrero, colocaban los marcos y, con uniformes que se hicieron a punta de rifas y ventas de comida, comenzaban a entrenar. Algunas les decían a sus familias que iban a jugar básquet, pues de lo contrario no las dejarían participar. Sin embargo, ese secreto tuvieron que romperlo un año después, cuando debutaron a vista de todo un país.
"Días antes del partido, llegó un médico a decir que nosotras no debíamos debutar, porque el golpe de la pelota, porque las carreras, porque la cancha y el marco debían ser más pequeños, que debíamos jugar solo 30 minutos... Estaba loquito ese hombre, ¿verdad?". Entonces, Antonio Escarré, director de Deportes, convocó a un debate. El médico del equipo, el doctor Coto Garbanzo, contradijo los argumentos de su colega, y la discusión se zanjó a su favor.
El domingo 26 de marzo de 1950 suspendieron el campeonato varonil de Primera División para que las jóvenes debutaran, a gradería llena, en el Estadio Nacional. Se trató de un encuentro de exhibición entre dos equipos conformados entre las mismas muchachas. Los periódicos se fueron en halagos por el fútbol visto, aunque tampoco faltaron referencias a la belleza de las futbolistas. "No creía que mujeres fueran capaces de asimilar este deporte, que como es natural, por lo duro y por lo fuerte, es de tinte varonil –recogió la crónica al día siguiente de La Prensa Libre–. Me equivoqué de medio a medio y lo digo así, sin regatearle nada al estupendo espectáculo deportivo que vieron mis ojos".
La calidad del espectáculo fue tal que comenzaron a llegar invitaciones del extranjero. Así, el 29 de abril viajaron a Panamá, donde disputaron un partido también de exhibición. Luego estuvieron en Curazao y Honduras. En mayo de 1951 enfrentaron en Guatemala el primer encuentro internacional, contra un equipo que se había formado siguiendo el ejemplo de las nacionales.
La cuarta gira fue a Colombia. "En Bogotá no pudimos jugar, porque había unas doñitas que formaron un grupo que se llamaba el Grupo de la Decencia, y encontraron que nuestros pantalones eran muy cortos". Eso, sin embargo, no les impidió jugar en ciudades como Cali, Medellín y Manizales.
Esta fue la última gira de María Elena, pues prefirió quedarse en Costa Rica para cuidar al primero de sus cuatro hijos. En julio de 1954, el resto del equipo –y nuevas jugadoras que se sumaron– viajó a Cuba, y en 1963 a México, en una de las giras más largas del deporte en Costa Rica, pues se extendió de febrero a agosto.
El último partido de María Elena fue 15 de agosto de 1961, en la antesala del encuentro entre el Real Madrid y el Deportivo Saprissa, en el Estadio Nacional. "Dicen que ese día jugué mi mejor partido. Al final hasta me sacaron en hombros de la cancha", dice, y muestra una fotografía más: la formación del Real Madrid ese día, con Di Stefano incluido.
En el Mundial de Brasil, Valverde recibió, de manos del presidente de la FIFA, una condecoración de Orden al Mérito por sus décadas de servicio para el fútbol femenino. Justo esa es la que cuelga de la pared, al lado de un Cristo que perteneció a Calderón Guardia, de fotos de sus hijos (dos de esos ya fallecidos), de sus nietos y tataranietos, de trofeos y flores y muñecas rusas... "Es que mi vida no es solo fútbol, ¿verdad?".