Una escena para recordar en un par de años, cuando todo haya cambiado: Donald Trump, presidente de nuevo, firma la creación de un fondo soberano estadounidense y anuncia que servirá para comprar TikTok, la red social más influyente del mundo, mientras el magnate de los medios Rupert Murdoch, en saco y tenis, sonríe al lado, en una silla en la Oficina Oval. De Fox News a Washington.
De unos años para acá, algunas certezas se diluyeron; nada es estable, pero la sorpresa fue la rapidez del cambio. A lo largo del 2024, cerca del 49% de la humanidad vivía en países donde se celebraban elecciones. Se esperaba lo peor en Venezuela y sucedió: el poder no pasó al candidato ganador. Se temía un retorno de Trump y no solo volvió, sino que el remolino de decisiones que ha tomado alteró mercados, mentes y planes.
Líderes afines exudan triunfalismo; la retórica es de victoria, erradicación de la “izquierda” (en sentido amplio) y de una especie de renacer. A veces hay algo mesiánico de fondo, pero no siempre. Algunos gobernantes gozan de popularidad irrebatible, mientras que otros ganan por la mínima —aunque les basta para arrinconar a los demás partidos—.
En otras ocasiones, el discurso se intensifica hasta reventar de sorpresa: Rodrigo Chaves dio recién una suerte de “vuelco conservador”, que lanzó con contundencia en la eliminación de programas de educación sexual, diciendo que había que “corregir errores” y lucha contra “ideologías nefastas”.
¿Qué pasó? ¿Cuáles factores y eventos impulsaron este giro a la derecha? Repasamos el fenómeno para ofrecer algunas pistas y, a la vez, volver la mirada hacia Costa Rica.

La derecha de hoy no es la derecha tradicional
“Zurdos de mierda”, exclama a menudo Javier Milei, inesperado presidente de Argentina. Le wokisme trastornó Francia tanto como los “progres” asolaron Costa Rica, a decir de comentaristas. Giorgia Meloni se puede relajar gobernando Italia porque su radicalismo fluye en calma, mientras que los ultras de Reform UK, de Nigel Farage, se impusieron sobre los laboristas y los conservadores tradicionales en Reino Unido. En Alemania, si la Alternativa por Alemania (AfD) era prohibida para los demás partidos, ahora comandan pactos.
“Este, no es el periodo o la época de las derechas tradicionales o como las hemos denominado en la ciencia política, como derecha mainstream, es decir, aquel bloque conservador que respetaba los procesos electorales y que, desde una perspectiva institucional y democrática, intentaba fortalecer los intereses privados de los inversionistas, los capitales”, considera la politóloga Ilka Treminio.
Para la académica, “en este momento estamos hablando de un giro hacia la ultraderecha, es decir, una visión muy radicalizada de esos enfoques tradicionales que competían tradicionalmente en esquemas bipartidistas”. Incluso, complementa el politólogo Gustavo Araya, este giro “es más fuerte, más radical y más veloz que la formación de los fenómenos de ultraderecha en el pasado”.

Por aquella ultraderecha nos referimos, claro, a las grandes heridas del siglo XX: los resabios del imperialismo que asolaron el mundo a la vuelta de siglo, luego, el ascenso de las potencias militares que apagaron las luces en Europa, el Holocausto irredimible, las dictaduras odiosas de los 60 en adelante, hasta culminar en las primeras guerras televisadas. Algunos elementos sobrevivieron siempre, tanto ideológicos como estéticos, pero en gran medida fueron enviados al sótano.
Lo que ocurre ahora, cuando “izquierda” y “derecha” ya no son conceptos estancos, es que reviven viejas prácticas fortalecidas por nuevas tecnologías (la censura, la vigilancia, la propaganda), indistintamente de si lo hace un dictador de “izquierda” como Daniel Ortega o un autoritario de derecha como los que recién triunfan.
Por ende, no hay recetas. Viktor Orbán inauguró un estilo a caballo entre el autoritarismo y la ocasional complacencia con la Unión Europea que pronto fue imitado incluso en América Latina. Nayib Bukele esgrime una popularidad inusitada, pero recurre a veces a viejas prácticas; lo que ocurre en la India, aunque muy particular a su historia, es un endurecimiento por la vía cultural-religiosa como antes en Turquía.
Pero las coincidencias sobresalen. Se repite el recurso al etnonacionalismo (EE. UU., Reino Unido) o la “excepcionalidad” (Argentina, Costa Rica). Se apela al militarismo cuando hace falta, pero a la vez se añora una nostalgia por “valores tradicionales” y una paz anclada en la “familia”. En muchos casos, se alerta de una crisis, una espiral de destrucción que solo el líder puede detener.
¿Cuáles crisis se sumaron hasta ahora?
Las ultraderechas como las entendemos hoy surgieron como reacción al comunismo, luego de la Primera Guerra Mundial. Aquel movimiento proponía eliminar al Estado, la propiedad privada y la moneda, aparte de una revolución total del ser humano mismo. La derecha, explica Gustavo Araya, “creía en el liberalismo. Era una derecha que creía en la propiedad privada, una derecha que cree en el Estado, pero en una expresión mínima: un Estado que regule la materia, que proteja”.
Para el analista, lo que ocurre en décadas siguientes, hasta llegar a la crisis actual, es que “la garantía de los derechos se vuelve un peligro para para las empresas privadas, un peligro para el neoliberalismo en la medida en que el respeto por los derechos humanos se convierta en una un atentado contra la propiedad privada, contra la la posibilidad de privatizar recursos naturales”.
No en vano, los movimientos de derecha actuales reclaman los esfuerzos de diversidad, equidad e inclusión, y se van hasta atrás, a cuestionar avances de los derechos de las mujeres. La limitación del planeta mismo, extenuado por el extractivismo, intensifica la presión por recursos cada vez más escasos para poblaciones cada vez más demandantes.

Previo a las recientes elecciones europeas, Financial Times publicó que “un tercio de los jóvenes votantes franceses y holandeses menores de 25 años, y el 22% de los jóvenes votantes alemanes, se inclinan por la extrema derecha de su país”. Si bien los resultados variaron por país, se sabe que la derecha avanza en Austria, Alemania, Francia y otros países donde se hablaba antes de un “cordón sanitario” que impedía a los elementos extremos acercarse al poder.
¿Las preocupaciones motivadoras? La percepción de que la política verde frena el crecimiento, la aceptación de migrantes y refugiados, la escasez de empleo y de vivienda, y en el caso europeo, la necesidad de fortalecer la defensa. Las socialdemocracias, a decir de múltiples analistas, se quedaron cortas en su atención a estos problemas, y alguien tenía que ofrecer respuestas.
“En la década de los 80 y los 90, las opciones conservadoras volvían a tener opción frente al declive de la socialdemocracia, precisamente por su falta de efectividad en responder a necesidades de las clases trabajadoras”, repasa Treminio.
“Los partidos socialdemócratas fueron abandonando sus agendas de bienestar social, particularmente porque hubo una importante hegemonía del neoliberalismo en la década y eso de alguna manera frenó los avances de los proyectos del estado de bienestar e introdujo un fuerte pensamiento neoliberal en estos partidos”, añade.
Según el caso, el estancamiento económico o la baja productividad, además de esquemas estatales pesados y complejos, no permitieron a muchos países sostener las redes de seguridad. Desde 2022, el mundo alberga a más de 8.000 millones y todos envejecemos, ejerciendo mayor presión, por ejemplo, sobre sistemas de salud y jubilación.
Y entonces vino la pandemia de covid-19.

Tecnología y democracia: unión y tensión
A ellos se suma el poder inusitado que alcanzó un puñado de empresas basadas en la tecnología y sus servicios. Hay que detenerse en ello, y analizar cuánto se entrelazan esas empresas basadas en datos con la industria militar, pero baste por ahora subrayar el poder que han adquirido Tesla y SpaceX, Meta, Alphabet y Apple, entre otras cuantas, pero no demasiadas.
El extremo ejemplo de su poder lo encarna estos días Elon Musk, quien se alió a Trump en campaña y, de repente, maneja una oficina semioficial que ha tomado control de agencias enteras del gobierno estadounidense, del manejo de datos sensibles y que anuncia recortes a organismos creados por el Congreso. La protesta demócrata ha sido débil. A su lado, Sam Altman, de OpenAI, negocia tratos de energía nuclear y de acceso a infraestructura sin ninguna fricción, cuando hasta hace poco se tambaleaba.
“Hay una gran concentración de la riqueza y es esa plutocracia, o como dijo Joe Biden, esa oligarquía tecnológica, a la que no le interesa ejercer el poder: le interesa controlar a quienes ejercen el poder para que los beneficie”, argumenta el analista Carlos Murillo.
Las ganancias de las empresas tecnológicas, así como de industrias de energía, empujaron un alza inusual de la concentración de la riqueza. Oxfam estima que, en el 2024, la fortuna de los billonarios globales creció hasta $5.700 millones por día, mientras que la población pobre se mantiene en niveles de 1990.
La percepción de la desigualdad se exacerbó pospandemia. Nos encerramos, nos conectamos día y noche, nos sentimos vulnerables. “Pues yo me tengo que aislar con cuatro familias en un cuarto. Entonces, me puso en evidencia que el aislamiento no es igual para todos. Pero además acelera el tema, ¿por qué? Porque me se me está muriendo la gente a la par”, dice tajante Gustavo Araya.
Conectarse 24/7 significa consumir información interminable. Allí entra una nueva hipótesis: ¿acaso el comportamiento de las redes sociales contribuye a este giro a la derecha? “Lo que hemos encontrado en los distintos estudios a partir de las encuestas, no solamente en Costa Rica, pero en el mundo, es una coincidencia en que toda esta radicalización tiene en las personas jóvenes una atracción importante”, dice Ilka Treminio.
Sabemos que al consumir algún tipo de contenido nos recomienda uno afín, y que la espiral no termina. Nos adentramos en “cajas de resonancia” donde rara vez nos asomamos a otras perspectivas, otras experiencias de vida. Algunos analistas prefieren la metáfora del “ducto”, donde nos metemos por un huequito a una postura radical y de pronto el tubo se ensancha: más y más memes, videos, páginas, foros, de todo, todo en el paisaje de Internet que puede relacionarse con discursos radicales, como con cualquier otro tema.
“(El investigador) Juan Pablo Pérez-Sainz nos señalaba cómo las personas primero generan una normalización del mensaje. Imaginémonos frente a los memes clásicos de la de la ultraderecha, ¿verdad? Una normalización de mensajes que son racistas, xenófobos o sexistas”, explica Treminio. A modo de ejemplo, encontramos el fenómeno incel (”célibe involuntario”), impregnado de mensajes machistas que acusan al progresismo de alejar a las mujeres de los hombres y que ha devenido en violencia.

“La normalización permite que se compartan entre los distintos grupos en los distintos chats, a pesar de que mucha gente se siente ofendida”, continúa la analista. “Los algoritmos crean un ducto que va conduciendo a las personas cada vez más hacia la radicalización a la ultraderecha. Esto además es es es muy importante hoy en día porque de miembros del grupo de poder de Trump son propietarios de las principales de las principales redes sociales que utilizan las personas y las personas jóvenes en casi un 90% nos dicen que son usuarios frecuentes de las redes sociales”.
Otra imagen para recordar: Mark Zuckerberg, más desaliñado que antes, reculando de todas sus posiciones pro-diversidad y pro-moderación, en un podcast más, apenas Trump triunfó.
¿Significa este giro a la derecha una amenaza a la democracia?
Algunas voces de la derecha, o la “neoderecha” incluso (en su vertiente filosófica), consideran que toda esta reacción responde a que los progresismos se excedieron de algún modo en su atención a “minorías” o temas puntuales, como derechos de las mujeres, migrantes, ambientalistas, diversidades de género y sexualidad o personas negras e indígenas. De algún modo, todo se juntó bajo una sola etiqueta y se convirtió en el enemigo del buen gobierno para estos comentaristas.
Lo ha dicho Milei: los “progres” retrasan el progreso. “Nosotros no vamos a destruir el tesoro nacional de esa costa sur de la provincia de Limón, pero tampoco se lo vamos a dejar a la fauna y que el ser humano, el costarricense, no tenga la oportunidad de generar prosperidad con esto”, argumentaba Chaves sobre la tala en Gandoca-Manzanillo, previo a las denuncias que han agitado su gobierno.
Si los progresismos desean retomar el poder, el esfuerzo pasaría por reenfocar la atención a la desigualdad y la pobreza. Pero llegar a ese punto dependerá, primero, de la supervivencia de las instituciones democráticas en aquellos países donde el autoritarismo ha escalado más rápido.
En el influyente libro Cómo mueren las democracias (2018) se ponderaba la fragilidad del statu quo estadounidense, comparándola con procesos de otros países donde la erosión democrática podía resultar “imperceptible”. “Dado que no existe un único momento (no hay golpe de Estado, ni declaración de ley marcial ni suspensión de la Constitución) en el que el régimen ‘cruce claramente la línea’ y se convierta en una dictadura, nada hace sonar las alarmas entre la población”, argumentaban Steven Levitsky y Daniel Ziblatt.
Quienes denuncian ese tipo de abusos pueden ser a menudo acusados de histéricos, como ocurrió a menudo durante el primer gobierno Trump, recuerdan los autores. La era Biden pareció comprobarlo: todo volvía a la normalidad. En el retorno presidencial, ya nada queda claro: USAID ha sido disuelta, el Departamento de Educación podría correr la misma suerte, y de forma confusa, penden amenazas sobre Groenlandia, Canadá y Panamá.
La destrucción de Gaza desde el 2023 se trajo abajo certezas sobre el “orden internacional” posterior a la Segunda Guerra Mundial. En los últimos días, además, Argentina y EE.UU. se han salido de la Organización Mundial de la Salud y otros entes. Fuerzas políticas El Salvador, Hungría, Nicaragua y hasta Costa Rica sugieren una y otra vez romper lazos con entes internacionales que, hasta ahora, parecían esenciales. En todo hay matices, pero la ansiedad por sus efectos permanece.

Asaltos explícitos a la democracia pueden ser rechazados con vehemencia como ocurrió en Brasil con la intentona de golpe de los seguidores de Jair Bolsonaro en 2022 o hace poco en Corea del Sur con la introducción abortada de una ley marcial. El último reporte de Latinobarómetro consignó un apoyo de 52% a la democracia, cuatro puntos porcentuales arriba del anterior informe, y afirma que “el deterioro democrático visto desde 2010 hasta hoy 2024 se detiene, y se revierte”.
La resiliencia de las instituciones democráticas, por ende, no depende solo de la fortaleza de las instituciones y los contrapesos, sino también de la participación política directa. Y allí donde los progresismos parecen lentos para articular movimientos políticos con suficiente fuerza para reducir la oleada de la derecha.
Restaurar algún tipo de balance requerirá de diálogo y trabajo político a la vieja usanza, si la democracia como la conocimos es una aspiración que conservamos. De otro modo, la historia ofrece pistas de qué podría pasar. Nada es inevitable.
