Centroamérica está siempre en reconstrucción. Los problemas de seguridad, regímenes y dificultades fiscales son todos fenómenos que a veces se sienten como si nunca se fueran a superar. Los noventas fueron un periodo en el que se introduce otro punto a la lista anterior: la reconstrucción. Desde entonces, la región se encuentra en un ciclo continuo de destrucciones y reparaciones que, con el paso de los años, se vuelven cada vez más difíciles de delimitar.
La exposición Encuentros. Poéticas del duelo y la regeneración, del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC), y curada por Sofía Villena Araya, retoma preguntas que surgieron a finales del siglo XX. ¿Será posible romper el ciclo de destrucción de la historia? y ¿existe aún espacio para la esperanza o alguna forma de utopía? Estos cuestionamientos que heredan las obras expuestas resultan en diálogos que ofrecen respuestas transgeneracionales entre artistas de Centroamérica y el Caribe.
Al entrar a la sala, hay una fotografía de Sandra Eleta, “El ángel de la estacada en las aguas del Cascajal II”. Esta simboliza una visión del futuro como esperanza y lo hace por medio de la figura de la niñez. El personaje lleva alas de palmera y se encuentra en el río Chagres, patrimonio de la comunidad Emberá, fuente vital y símbolo de resistencia. Este primer enfrentamiento nos prepara para lo que la exposición pretende: la búsqueda por un futuro propio. Mediante diálogos entre generaciones de artistas, las obras intentan reconocer el pasado y entender cómo podemos movernos hacia adelante sin dejar atrás lo que hemos sido.
La exposición está dividida en conjuntos simbólicos: Índice, Umbral, Ninfas, Tramas y Capullos. La ficha recuerda que los símbolos son imágenes capaces de trascender sus significados literales para conectar con algo más profundo en nuestro pensamiento. Nuestra manera de valorar un objeto está vinculada a la capacidad de darle un significado que lo diferencie del montón.
Siguiendo el orden de la exposición, el primer conjunto es Índice. Estos son pruebas de existencia. Son rastros que ayudan a recordar y reconstruir identidades desde nuestro presente y hacia atrás; son maneras de conectar con memorias propias y ajenas.
Las obras asignadas evocan simbolismos de la identidad guatemalteca y salvadoreña. “Mandala 1” de Walterio Iraheta, referencia las 70,000 víctimas de la guerra civil de El Salvador, mientras que “Focos quemados” de Benvenuto Chavajay y “Unión” de Yavheni de León tratan temas sobre la memoria indígena en Guatemala. La primera habla del encubrimiento histórico al que han sido sometidas las culturas mayas, mientras que la segunda representa la ruptura de un patrimonio familiar que se une mediante una randa.
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MADC
Joaquín Rivas Villanueva"
Un umbral es un momento en el que dejamos cosas atrás. El instante en el que nos enfrentamos a la obligación de decidir qué dejar y que llevar con nosotros, entender que nos dificulta y que nos posibilita, eso es el umbral.
“El vuelo de un consuelo” de Ana Urquilla, es el resultado de un proceso que inspiró a la artista a reflexionar sobre cómo hacemos espacio para nuevas etapas y sobre la belleza en los procesos de cambio.
Por su parte, “Amanecer” de Priscilla Monge y “Te tuve, te perdí” de Álvaro Gómez proponen diálogos alrededor de la naturaleza efímera de la vida. La primera representa los atardeceres que no se llegan a ver y la segunda honra la memoria de quienes ya no están.
“Lo oculto a plena luz” de Flavia Sánchez y “Ni muy tarde ni muy temprano” de Irene Torrebiarte evocan cuestionamientos sobre los lugares en donde se esconden las sutilezas que revitalizan la existencia. Lo anterior lo hacen mediante la búsqueda, a través de la fotografía y su intervención, de los umbrales ocultos en lo cotidiano.
Finalmente, “Extraño todos los contornos que no puedo bordear” de Alejandra Ramírez León es un tratamiento cuidadoso de la memoria: los recuerdos dejan de tener detalles claros, pero no dejan de existir, no podemos deshacernos de ellos y tampoco controlarlos.
Las ninfas son espíritus femeninos que simbolizan a la naturaleza. Para comprender el conjunto, es muy útil el cuestionamiento que nos presenta la ficha: ¿cómo se presentan los cuerpos en estas obras?
Las fotografías de “Si van a un cielo I y II” de Marta María Pérez Bravo evocan sentimientos de soledad y misterio, pero más que nada, nos retan a cuestionarnos nuestra interpretación de la ausencia, en este caso la ausencia de la mitad superior del cuerpo.
“A dúo” de Cecilia Paredes, por otro lado, muestra una misma espalda desnuda pero a diferentes distancias. A lo lejos, parece que el cuerpo tiene costuras en su columna, pero de cerca se revela que es una fila de libélulas, de manera que dirige la mirada a nuestra propia relación con la naturaleza.
En un sentido similar, “Villi” de Lucía Howell es un video performance que muestra una figura humana en diferentes paisajes al aire libre. Nuestra conexión con lo natural parte de la ambigüedad de la figura en el entorno y la capacidad de los cuerpos, bajo las condiciones adecuadas, de fundirse con el paisaje.
Se habla de la trama como un ordenamiento de hilos para formar una tela o como un relato, pero la mejor definición para este conjunto es una metáfora que deviene ambas definiciones: una tela de relatos. Este conjunto simbólico es el resultado de capas de significaciones con las que nosotros otorgamos valor a lo que queremos.
“Constelación de afectos” de Emma Segura Calderón es un testimonio del entorno del cuido de sus abuelos durante la pandemia, llevado a cabo mediante la exposición de patrimonios familiares, una cartografía textil y un audio sobre el tema tratado.
“No. 3” de Erica Muralles Hazbun también hace una reflexión sobre el paisaje pero en su caso, cuestiona su instinto cambiante. Esta obra cambia en cada montaje y de este modo hace referencia al fenómeno de transformación del entorno.
“Vejez” de Patricia Belli e “Inmersa motora” de Ingrid Cordero cambian el enfoque y dirigen la mirada al cuerpo. En ambos casos, la utilización de textiles es fundamental para consolidar sus simbolismos.
La primera obra explora los conceptos de lo descartado y lo frágil por medio de una vulnerabilidad que todos compartimos: el envejecimiento. Mientras que el segundo trabajo es una instalación que anima a los espectadores a participar y explorar los límites del cuerpo mediante intervención a las piezas textiles.
El último conjunto simbólico es el de capullos. Estos representan un proceso que, por medio del aislamiento, nos transforma y prepara para nuestra búsqueda por conexiones. Nuestra manera de relacionarnos es el foco de este conjunto, las maneras en las que nos protegemos y bajamos la guardia son los procesos por los que se nos propone que construimos nuestros capullos.
“La mano que alimenta” de Sergio Rojas Chaves es una instalación que, mediante esculturas de manos hechas de pan, conversa sobre la generosidad desinteresada. Mientras que “Pacto de dos” de Irene Torrebiarte también hace uso de las manos, lo hace con la intención de expresar la necesidad y peligro de las vulnerabilidades que nos pueden lastimar.
En relación con el cuerpo como símbolo, la escultura “Esqueleto de hierro” de Verónica Vides le recuerda al espectador, mediante sus materiales, la fragilidad del humano y su relación con la sociedad en la que existen estos materiales.
“Caracol-positivo” de Iraida Icaza es una fotografía que pone al espectador frente al resultado del vínculo que existe entre las personas y las curiosidades que las relacionan a su niñez. De manera similar, en “Pensamientos en una noche tranquila” de Karen Olsen Yu la artista recorre su historia familiar con el propósito de entender la influencia de este en su presente.
Los conjuntos simbólicos dan una posible base sobre la cual podemos empezar a consolidar un sistema de identidad partiendo de simbolismos que ya han intentado responder los cuestionamientos iniciales.
Por un lado, vemos artistas de la década de los noventas que entonces cargaron con la responsabilidad de visibilizar su contexto, al mismo tiempo, hay obras de artistas más nuevos que se interesan por formar parte de este diálogo desde un lugar en la actualidad.
Este borroso límite expresa la importancia de la exposición: la manifestación de un proceso por el cual entramos a una nueva contemporaneidad visual. La nueva generación ve las obras de anteriores y hace su intento para responder a los cuestionamientos que hemos arrastrado a la actualidad. Un paso de la antorcha.