Soy paciente de Hematología del Hospital Rafael Ángel Calderón Guardia y pronto espero serlo también de Radiología del Hospital México, ambos de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS). Allí, los profesionales en salud me tratan por un linfoma no Hodgkin que me diagnosticaron hace unos meses, el cual es un tipo de cáncer del sistema linfático conocido para mí: hace casi 20 años, provocó la muerte de mi papá.
Llegué ahí tras las referencias de oficiosos médicos y médicas de hospitales privados y de mi lugar de trabajo, que urgentemente me enviaron a efectuarme los exámenes necesarios luego de que les mostrara algunos cambios en mi cuerpo y les contara sobre los que, hasta ese momento, yo desconocía como síntomas de mi enfermedad, pero que había vivido recientemente: fatiga inusual, comezón intensa en brazos y piernas y excesiva sudoración nocturna. Claro, con las explicaciones que los profesionales públicos y privados me dieron, até los cabos y pude entender que llevaba meses con cáncer.
Desde noviembre de 2024, y hasta hace pocas semanas, recibí seis sesiones de quimioterapia mientras permanecí internado en el Calderón Guardia. Sumando los días que pasé, primero en Emergencias, luego en Medicina y finalmente en Hematología, calculo que estuve allí mes y medio. Fueron días y noches eternas que incluyeron mi cumpleaños número 45, el cumpleaños número 8 de mi hija y hasta el eclipse total de Luna de marzo. No me arrepiento de haber estado ingresado en el hospital durante esas fechas, pues confieso que en todo ese tiempo me he sentido atendido por los y las mejores profesionales del mundo.
No hablo paja. La Caja tiene profesionales de primer nivel y equipos tecnológicos de avanzada que salvan vidas. Gente con carisma y tacto que no me ha tratado como a un paciente más, en la cama tal y el piso tal, sino como a un ser humano que piensa, siente y actúa, que necesita información clara y es capaz de plantearles dudas razonables para su análisis. Un individuo, sí, pero también un papá, un hermano, un esposo y un hijo, porque toda la familia está internada y vive esto con uno.
Siento que debido al tratamiento que recibo, en este momento corre por mis venas la frontera de la ciencia médica. Cuando he tenido conectadas a mi cuerpo varias mangueras, mediante una larga vía central en mi cuello, o cuando he estado dentro de la máquina de tac y puedo ver las imágenes en el EDUS, las mismas que los médicos comentan, puedo presenciar lo mejor de la inteligencia humana a mi servicio y que, fuera de la Caja, podría ser impagable. Todo esto, con el fin de atenderme con la especificidad que requiero, con lo que mi cuerpo es capaz de tolerar y que nunca es igual a lo que se administra a mis “colegas”, esos otros pacientes que tengo a mi alrededor y que, como yo, viven su propia historia.
Allí, en los salones de Hematología, entre todos y todas nos damos ánimo, sentimos como propias las tristezas y alegrías de quienes nos rodean, a veces tan físicas como las náuseas que llegan apenas huele a comida, o como el sentimiento de desazón cuando hay malas noticias, por ejemplo, la muerte de alguien con quien alguna vez conversaste, u oíste sus chistes, o viste a sus familiares.
Por supuesto que el de la Caja no es el sistema perfecto. En Emergencias –a pesar de la buena atención médica– se vive el calvario de la saturación de pacientes, de la falta de personal, espacio y equipos, como sillas de ruedas y camillas, por lo que las horas allí se vuelven días enteros esperando un diagnóstico y los medicamentos para tratarlo.
También soy consciente del privilegio que tengo al poder combinar medicina pública y privada, y de vivir en el centro del país. He sido testigo de la confusión y desamparo que sienten quienes no entienden con todas sus letras e implicaciones un diagnóstico de cáncer, o de gente que, tras recibir una mala atención por parte del personal hospitalario (excepciones a la regla), entra en una espiral que desorienta el propósito por el cual visita este lugar, el cual es contar con atención médica pronta y cumplida.
A veces (muchas veces) nos cuesta darnos cuenta del enorme beneficio que la Caja produce en nuestra sociedad, llena de excelentes profesionales de la salud que tienen en ella una escuela, un lugar de trabajo, así como el sitio donde desarrollar su ciencia, una ciencia humana, cuyo objetivo final es que todas y todos vivamos más y mejor. Mejorémosla, claro que sí, pero querámosla también.
corsan01@gmail.com
Randall Cordero Sandí es asegurado de la CCSS.
