El 11 de este mes, tras una reunión de ocho horas en Arabia Saudita, el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, celebró que la delegación de alto nivel ucraniana aceptara un cese del fuego incondicional por 30 días en su guerra contra la invasión de Vladimir Putin. Casi de inmediato, añadió: “La bola está ahora en la cancha rusa”. Pocos días antes, el presidente Donald Trump había amenazado con la posibilidad de establecer nuevas sanciones contra Moscú hasta que se alcanzara el freno de hostilidades.
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Las modestas expectativas de avances hacia una paz razonable adquirieron entonces cierto impulso. Sin embargo, una llamada telefónica de dos horas y media entre Trump y Vladimir Putin, realizada el martes 18, sumada a otros indicios, ha puesto en seria duda el moderado optimismo.
En la conversación, el dictador ruso rechazó la tregua general. Solo aceptó un cese de los ataques a la infraestructura energética entre ambos países, iniciar negociaciones sobre seguridad en el mar Negro y realizar un limitado intercambio de prisioneros. Al día siguiente, durante una llamada más breve con Trump, el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, accedió a avanzar en esos tres puntos, como reflejo de su buena voluntad.
Putin puso como requisitos para frenar las hostilidades que se elimine cualquier ayuda militar y de inteligencia externa a Ucrania, una clara receta para su derrota militar. Declaró, además, que deben resolverse las “raíces” del conflicto, eufemismo de sobra conocido para referirse a sus verdaderas intenciones: que Ucrania renuncie al ejercicio pleno de su soberanía y que se sumerja plenamente en la órbita rusa; es decir, que deje de ser un Estado libre, con un carácter nacional propio.
En síntesis, el balón se movió muy poco en la cancha rusa, y lo hizo hacia los laterales, no hacia el frente. Sin embargo, Trump se manifestó muy satisfecho con el intercambio, se olvidó de las sanciones y destacó el buen espíritu imperante alrededor de otra serie de asuntos de interés mutuo para ambas potencias.
Cierto, el presidente también mostró satisfacción por su llamada con Zelenski –quien aseguró no haberse sentido presionado por él– e incluso se comprometió al posible traslado de baterías antiaéreas estadounidenses Patriot, ubicadas otros países de Europa, hacia Ucrania. Pero también, producto de la conversación, surgió un nuevo elemento de potencial conflicto; esta vez, alrededor de sus centrales nucleares. Según Zelenski, solo se habló de que Estados Unidos pudiera llegar a manejar Zaporiyia, la más grande de Europa, ahora sin operar y ocupada por Rusia. Sin embargo, Rubio y el asesor de seguridad nacional, Michael Waltz, dijeron posteriormente que la aspiración era controlar todas las existentes, algo que los ucranianos rechazan frontalmente y que, además, violaría su Constitución.
A lo anterior se añaden nuevas exigencias de Washington sobre la distribución de costos y beneficios entre ambos países sobre una explotación conjunta de la riqueza mineral ucraniana. Estas van más allá de lo negociado previamente y crean un otro foco de presión y eventual conflicto. Es decir, lo que se está perfilando es un abordaje casi depredador hacia una nación que, como Ucrania, lo que merece es apoyo para enfrentar la agresión, reconstruirse e incorporarse plenamente a Europa. En cambio, hacia Rusia hasta ahora ha existido una gran complacencia.
No se necesita ser muy sagaz para darse cuenta de las intenciones de Putin en todo este proceso diplomático. Lo que busca es ganar tiempo, presentar al gobierno ucraniano como un obstáculo para mejorar las relaciones entre Rusia y Estados Unidos, tentar a Trump con posibles negocios –sean estatales o familiares—, sobre todo en minería y energía, librarse de las sanciones económicas y fomentar fricciones, o una eventual ruptura, del gobierno estadounidense con sus aliados europeos. De este modo lograría el gran objetivo de convertir a Ucrania en un Estado vasallo, proyectar su poder hacia el resto del continente y debilitar la posición global de Washington.
Cuesta suponer que el presidente Trump se preste para una maniobra tan obvia. Sin embargo, la actitud mantenida hasta ahora genera justificadas inquietudes. Su tendencia a presionar hasta el extremo a los interlocutores vulnerables –en este caso Zelenski–, para sacar el máximo de beneficios unilaterales posibles de cualquier arreglo mientras se entiende con los fuertes, como Putin, es de sobra conocida, y se está mostrando con claridad.
Ucrania cuenta con Europa como un gran sostén, pero no basta para que mantenga plenamente su integridad. El apoyo de Estados Unidos es clave. Trump lo sabe de sobra, de ahí que su actitud y conductas generen tantas y tan justificadas preocupaciones.
