Hoy quiero plantear una pregunta retórica. O, quizá, no tanto. ¿Cuánto vale la reputación de una persona? Aquí el término clave es “vale”, derivado del concepto de valor, una de las nociones más cruciales y disputadas en el pensamiento económico. Para no meterme en un berenjenal, emplearé esta palabra en un sentido amplio, como esa cualidad a la que puede asignársele una magnitud dineraria, de estima social o de satisfacción de una necesidad.
Visto así, el valor de la reputación personal es altísimo, mire como se mire. Abre puertas, permite ser reconocido, ganar dinero, ser “alguien” en una comunidad. Es la imagen que los otros tienen de uno, a partir de la cual nos tratan de cierta manera y nos asignan una posición en la escala social. Y no hablo solo de las personas con buena reputación. Pensemos en un gánster, que necesita labrarse un prestigio como líder mafioso despiadado, incluso para poder sobrevivir. Ahora imagínense un “influencer”, que vive o muere según su renombre.
Entonces, si la reputación personal es valiosa, ¿cuánto vale la de un país? Uff, pónganle ustedes el orden de magnitud que quieran: un “chorrazal”, diríamos en tico. Las grandes potencias de cada época han sido temidas no solo por su poderío militar y económico, sino por su reputación. Gengis Khan, que armó uno de los imperios más grandes de la historia, causaba tal espanto por su crueldad que muchos de sus enemigos se rendían antes de presentar batalla. Pensemos en Roma, en el Califato abasí, en los imperios español y británico. Y, más recientemente, en los Estados Unidos, aunque viendo lo que hoy le pasa, está muy enfocado en destruir su reputación.
Mucho circunloquio, Varguitas, pero ¿cuál es su punto hoy y aquí? Pues que pienso en mi país, una pequeña nación con un prestigio mundial, labrado a lo largo de décadas, por ser una democracia desarmada que promueve las causas del desarme, la paz y el ambiente. Prestigio que nos ha dejado, y nos deja, muy buenos réditos económicos. Y que, para mi vergüenza, el otro día hizo de perrillo faldero del señor Trump al abstenerse de votar en la Asamblea General de las Naciones Unidas una resolución condenando a Rusia por su invasión a Ucrania al conmemorarse el tercer aniversario de la agresión. Inmoral e inaceptable… y una manera tonta de tirar a la basura nuestra reputación. Ah, pero aquí en el gallinero andamos a los gritos.
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Jorge Vargas Cullell es sociólogo.