Siguieron durante una semana, y apenas parecen contenidos, debido al rechazo masivo de la población y la robusta acción policial y judicial, desarrollada con admirable apego a las garantías individuales.
Tres agudos prejuicios —xenófobos, religiosos y raciales—, potenciados por la manipulación en redes y plataformas digitales, condujeron al desastre. Como al principio las autoridades no revelaron la identidad del menor, grupos extremistas le fabricaron una. Atribuyeron el crimen a un migrante musulmán indocumentado, aunque era un cristiano nacido en Cardiff. Solo el color oscuro de su piel resultó cierto: sus padres son oriundos de Ruanda.
Cabalgando sobre tan perversa mentira, los fanáticos encendieron la chispa del caos. Cuando al día siguiente el joven compareció ante un juzgado y se conocieron su identidad y problemas mentales, ya era tarde. La falsedad se había tornado en certeza y desatado la reacción de minorías intolerantes. Los desmanes se extendieron a 22 ciudades y pusieron en jaque al gobierno.
Sin prejuicios enraizados, grupos dedicados a impulsarlos y políticos dispuestos a capitalizarlos, la violencia no habría estallado. Sin embargo, su gran detonante fueron las redes y plataformas digitales. Con limitada regulación de contenido y algoritmos que los multiplican, estas últimas se convirtieron en portadoras masivas de desinformación. Y aunque la mayoría se ha esforzado en contenerla, X ha dado vía libre a las mentiras y mantenido las cuentas de agitadores; peor, su propietario, Elon Musk, se ha sumado a la incitación, con temerarios augurios de “guerra civil”.
¿Moralejas? Al menos, seis: evitar vacíos de información verídica; luchar para que los prejuicios no arraiguen; lograr adecuada moderación de las redes; educar en su debido uso; rechazar la normalización de los discursos de odio; y exponer a sus impulsores. En esencia, prevención activa. El intento es necesario, aquí y en cualquier parte.
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X (antes, Twitter): @eduardoulibarr1
El autor es periodista y analista.