¿Podemos concluir, entonces, que “un banano es un banano es un banano”? Sin duda, salvo si está pegado a la pared con una cinta adhesiva gris y su autor se llama Maurizio Cattelan. Entonces se convierte en arte y puede ser comprado por $6,2 millones. Tal fue el precio que pagó, el 20 de noviembre, un multimillonario chino por una de las tres “ediciones” de la obra “Comediante”, en una subasta de la casa Sotheby’s, en Nueva York. Su propietario anterior la había comprado cinco años atrás en $120.000, durante la feria Art Basel de Miami.
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Cattelan es un artista italiano reconocido mundialmente. Aún más lo fue el francés Marcel Duchamp. El revuelo en redes sociales que produjo la subasta palidece ante la incendiaria polémica desatada desde 1917 por “Fuente”, un orinal listo para usarse (ready-made), que se convirtió en arte por el significado que le otorgó Duchamp, pionero del conceptualismo y, por ello, precursor de Cattelan.
Reconstruyo lo anterior no por divertimento o pedantería, sino para destacar en qué medida el valor que asignamos a objetos, hechos, posturas y personas a menudo difiere de su naturaleza intrínseca.
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En alguna medida, siempre ha sido así: la oxidada cajita de latón con recuerdos de la abuela puede ser muy valiosa para mí; para otros, algo reciclable. Lo mismo ocurre con el banano de Cattelan o el orinal de Duchamp.
En principio, no hay nada malo en ello, menos en arte. El problema es cuando el impulso se manipula en clave política, para que las propuestas o aspirantes no se acepten o rechacen por su valor sustantivo, sino por los artilugios de la manipulación simbólica. Recomiendo tenerlo muy presente al entrar en un año electoral. Porque los candidatos ready-made suelen convertirse en deplorables gobernantes o legisladores.
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