Gaetano Pandolfo Rímolo es sinónimo de polémica, rigor y crónicas que emocionan a sus lectores desde el título hasta el punto final. A sus 81 años, todavía vigente en el periodismo y con cinco décadas de trayectoria a sus espaldas, fue premiado con el Premio Nacional Pío Víquez, que anunció el Ministerio de Cultura y Juventud este martes 4 de febrero.
Pandolfo manifestó estar alegre y agradecido por recibir una distinción a la que, aunque “algunos rechazan”, le guarda un enorme respeto. De hecho, cuenta que ya había estado cerca de ganar el Pío Víquez años atrás y que perderlo le dolió. Pero él sabía que, al igual que sucede en el fútbol, la vida le iba a dar una revancha.
“A la una de la mañana terminaba la edición de La Nación o La República y empezaba a escribir para el semanario hasta las tres de la mañana. Son cosas que se acumulan y valen. Es meritorio el buen nombre que adquirí, los 10 años que trabajé en La Nación con un grupo maravilloso de periodistas de 1970 a 1980: una redacción pequeña, pero de lujo, de solo estrellas”, recordó el periodista.
“Le debo mucho a mi maestro, jefe de deportes don Fernando Naranjo Madrigal. Le debo mucho a Danilo Arias Madrigal y bueno, a Carlos Morales, mi compañero de cubículo durante nueve años. Me sé todos los nombres de memoria, pero no terminaría nunca”, añadió entre risas.
En entrevista con La Nación, el reconocido comunicador, quien actualmente publica una columna diaria en La República, recordó el extenso camino de glorias, goles, tinta, barro, derrotas y pleitos que lo hicieron un referente de su oficio.
“A mí Dios me dio el don de la escritura y desde que empecé en La Crónica en 1970 puse mucha seriedad, mucha disciplina, y creo que así destaqué. Para mí, valía lo mismo una crónica de San Ramón contra Grecia que un clásico Saprissa-La Liga”, afirmó.
Tano, como se le conoce, rememoró que el éxito le llegó muy joven como cronista del diario de Llorente, pero que paralelo a aquella década dorada en su profesión; la fama, los viajes al extranjero y las trasnochadas lo llevaron a ser víctima de la enfermedad del alcoholismo.
Aquella dura etapa lo llevó a ser despedido y, según él, es un milagro haber podido salir de su padecimiento. Sin embargo, ya lleva 40 años de sobriedad y de haber retomado el rumbo de su vida y su trayectoria.
—¿Qué se necesita para cerrar ediciones de madrugada, seguir activo a los 81 años y, en general, vivir el periodismo con la entrega que usted lo ha hecho?
—Hay una palabra clave, determinante y fundamental; se llama vocación. El periodismo es una profesión total y absolutamente vocacional. El que se hace periodista porque es una profesión más fácil o para salir en tele, está jodido. El que no es periodista por vocación y se va a las 5 p. m. como si fuera un burócrata, está muerto.
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—Además de la polémica, usted destaca por su estilo de escritura, ¿Qué importancia tiene la relación entre periodismo y literatura?
—Desde la escuela me tragaba los periódicos y, ahorita, a los 81 años, estoy suscrito a La Nación, a La Teja, La Extra, La República y al Semanario Universidad. Pago la suscripción y me los trago enteros.
”Cuando era niño salía desesperado a leer las crónicas de Jorge Pastor Durán, de Fernando Naranjo, del Chino Montero y aparte leía también el resto de la prensa. Entonces tener buen lenguaje y buena ortografía es un triunfo para el que es cronista”.
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—¿Se hubiera dedicado a otra rama del periodismo que no fuera el deportivo?
—Siendo redactor de La Nación yo hice mucha columna política. Pero sin que usted me lo pregunte, si yo no hubiera sido periodista deportivo, mi locura era ser baterista de un conjunto de jazz, estar ahí un escenario con una batería porque eso me vuelve loco a mí. Esa era mi segunda profesión.
— ¿Se arrepintió de algo que escribió o dijo en algún programa?
—Lamentablemente, por mi enfermedad del alcoholismo, y estando activo en La Nación, cometí muchos errores haciendo crónicas. Fui muy injusto con jugadores, porque debido al licor, en más de una ocasión yo me salía antes de un partido, incluso antes de que terminara el primer tiempo a meterme en una cantina. Entonces quizá hablaba mal de un jugador que jugó bien. Cometí muchos errores y me arrepiento, pero fue por la enfermedad del alcoholismo.
”Pero ya sin guaro, yo totalmente consciente, no me arrepiento de nada. He sido frontal, he sido directo. Yo me considero un fiscal que no ando en los camerinos, ni hago migas con los jugadores. Siempre he mantenido una distancia, no por soberbia, sino porque me parece que es conveniente mantenerla. Entonces he sido como un fiscal que supervisa y eso me ha permitido enfrentar, confrontar y denunciar”.
- ¿Cuál fue el equipo que más le llenó los ojos?
—Yo, desde mi primera crónica, tuve la valentía de decir que soy manudo. Nadie me pregunta nunca por qué, si soy de la capital. Yo tenía seis años y mi papá me llevó a ver un partido entre Alajuelense y el Orión, y esa noche un jugador de Alajuelense hizo diabluras, era el Chumpi Zeledón. Pero también tengo que decir que un equipo que me encantó fue el Saprissa de los años 50 y Juan Ulloa fue lo mejor que he visto.
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”Luego quedé maravillado con Badú, como persona, como humanista, un tipo extraordinario. Con la Liga de Badú yo pegaba gritos, ahí dejé la objetividad en la calle (risas)”.
- ¿Y el partido que más lo marcó?
—El partido de mi vida, lamentablemente, no lo vi. Estaba borracho, sin trabajo, pero ese partido fue cuando Italia le ganó a Brasil en España 1982. Pero bueno, lo vi borracho y lo disfruté a lo bestia. Mi papá es italiano y la sangre jala a veces más que la tierra, aunque soy orgullosamente costarricense.