Purral de Goicoechea. Miércoles 2 de octubre, 2 p. m. La tarde oscura se llenó de ruidos y no por la tormenta y los aguaceros, sino por el contingente de policías que, con armas de grueso calibre y arietes, botó puertas y portones y entró a desarticular una organización de narcomenudeo local.
Además de detener a varias personas, los agentes decomisaron armas, municiones, teléfonos y gran cantidad de drogas. Desde el gimnasio de la Escuela Luis Demetrio Tinoco, muchos chiquitos presenciaron cómo el bloque de oficiales, muchos encapuchados, entraron a las casas de algún vecino, conocido o incluso un familiar.
La imagen es lo suficientemente fuerte para quien la ve por televisión, y lo es más para los pequeños de una comunidad flagelada por este tipo de delincuencia.
Dieciocho horas después, cuando todos habían regresado a las aulas, la escuela se llenó nuevamente de agentes judiciales, policías y perros rastreadores.
Las sirenas de “la Bestia”, el camión de choque del Servicio Especial de Respuesta Táctica (SERT), del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), sacaron del letargo incluso al más distraído. Aquel miércoles, los niños conocieron de cerca otra faceta del plan Escudo, que tiene un componente represivo –enfocado en sacar a los narcotraficantes de las calles– y otro preventivo.
Rock, el perro mascota del OIJ, posó con niños para tomarse fotos mientras un policía les hablaba sobre la lucha contra las drogas, el programa que educa a los pequeños sobre los peligros del consumo de tabaco y sustancias ilícitas, y la Ley Penal Juvenil.
Explicaba que tanto menores como adultos son sujetos de derechos y responsabilidades, y que una mala acción conlleva consecuencias. Así lo expuso Mauricio Castillo, encargado de Programas Preventivos del Ministerio de Seguridad Pública (MSP).
Detrás de Castillo, cuatro oficiales del SERT mostraban las 50 libras de equipo que llevan en sus chalecos, cascos, guantes y otros elementos de protección durante las incursiones que llevan a cabo. Los niños se probaron los cascos, tocaron los escudos y subieron a “la Bestia”, a la que, según dijo una niña de sexto grado, “no le tienen miedo”.
“Aquí viene mucho”, comentó la estudiante.
“Buscamos acercarnos a ellos a través de la empatía. La vida no es una película ni una canción; tengo que ser consciente de las consecuencias de mis actos. Si hago algo indebido, me van a separar de mi familia”, explicó Castillo en declaraciones a La Nación.
Esa empatía se refuerza con los perros de la Policía Municipal de Heredia, entrenados por el OIJ, junto con actividades como pintacaritas, la presencia de personajes como Spiderman, una Tortuga Ninja, o cualquier otro elemento que permita captar la atención de los estudiantes.
“El policía no es solo quien derriba portones, también es alguien que cuida”, dijo Javier Valerio, fiscal adjunto en la Jurisdicción de Delincuencia Organizada.
Según se explicó, el componente preventivo del plan Escudo (Estrategia Sistematizada para el Control Urbano y Disminución de las Ofensas Delictivas) surgió de una conversación informal entre la Fiscalía y el OIJ durante una pausa para el café.
El primer objetivo del plan Escudo es reducir la curva de homicidios. El país ya suma 658 y se acerca a la cifra récord de 907 alcanzada el año pasado. No obstante, también es urgente crear conciencia entre los más jóvenes de que la policía es una aliada que busca ayudarlos a salir del mundo de delincuencia en el que muchas veces están inmersos.
En aquella misma reunión, Randall Zúñiga –director del OIJ– apoyó la iniciativa. Se solicitaron donaciones de alimentos a la Embajada de Estados Unidos para ofrecerles a los niños un refrigerio, y el primer despliegue preventivo del plan Escudo se realizó en Cóbano hace seis semanas. Posteriormente hubo un ejercicio más pequeño en Upala, y el 2 de octubre fue en Purral.
Todo el trabajo es voluntario y se realiza en gran parte en los ratos libres de los agentes. Con que el mensaje llegue a uno solo de los niños, el proyecto habrá valido la pena.
En Purral, por ejemplo, la escuela colinda con un precario. Está cubierta con rejas hasta el techo para evitar que les roben las computadoras portátiles o los alimentos del comedor. Enfrente hay una plaza deportiva y un botadero clandestino, donde este miércoles había tres consumidores de drogas. Eso es lo que los niños ven todos los días.
¿A qué vienen?
Parte de estos ejercicios sociales busca mejorar la imagen que algunos menores tienen de la policía.
Javier Valerio recordó una ocasión en la que una niña saludaba a un agente que ingresaba a un barrio durante un operativo, y su madre la reprendió: “No salude a ese sapo h...”. En estos casos, el trabajo es arduo y consiste en sembrar dudas en la mente del niño, quien con el tiempo podrá discernir si algo es correcto o no.
Este miércoles, en una de las gradas del gimnasio, Mauricio Boraschi, fiscal adjunto del Ministerio Público, explicaba a un grupo de jóvenes el propósito de estas visitas.
Con un enfoque didáctico, les preguntó si alguna vez habían visto caminar a un consumidor de crack, y todos respondieron que sí. Incluso imitaron los movimientos involuntarios del cuerpo, como si convulsionaran. Lo que no saben –continuó Boraschi– es que ese comportamiento es consecuencia de una adicción que daña las conexiones neuronales y convierte a esa persona en una suerte de zombi.
“¿Alguna vez han visto que un vendedor de drogas consuma esa cochinada? Nunca, porque ellos no los ven a ustedes como amigos, sino con un signo de dólares en la frente”, sentenció. “Nosotros estamos aquí para que ustedes sepan tomar decisiones”.
Meibel Pérez, directora de la Escuela de Purral, destacó las ventajas de una jornada como la del miércoles 2 de octubre. Además del trabajo de concientización que se realiza en las aulas, los policías refuerzan el principio de que la educación es el camino para salir del entorno en el que viven y destacar de manera legal.
Pérez, quien lleva siete años en ese centro educativo, ha visto a jóvenes formarse en administración o estudiar medicina. “Sí se puede”, afirmó convencida.
Agregó que parte del problema radica en la exclusión social. Las comunidades urbano marginales, por su misma condición, son segregadas, y a menudo los jóvenes enfrentan dificultades para matricularse en un colegio debido al lugar de donde provienen. “Aquí urge un colegio”, afirmó la directora.