Décadas atrás, Costa Rica era un paraíso de salones de baile, aquellos espacios en los que los boleros y las cumbias dominaban la pista. Formar parte de este ambiente implicaba detener el tiempo para acompasar el ritmo de la canción. De todos los que abrieron y cerraron, uno prospera en el corazón de Desamparados: el Rancho Garibaldi.
Era 1974, Jorge Gamboa Fallas encontró el sitio idóneo para iniciar su negocio: una construcción en un potrero en medio de la nada. La idea parecía descabellada, y la primera en decirlo fue su esposa, Myriam Venegas Monge, con quien apenas llevaba un año de casado; sin embargo, las ganas de seguir adelante superaron cualquier incertidumbre.
Con el tiempo, Garibaldi pasó de ser un pequeño bar a convertirse en un centro emblemático de la vida nocturna josefina, donde nunca faltan las orquestas en vivo. Eso sí, para alcanzar este estatus, atravesó innumerables etapas que merecen ser contadas. De la mano de sus protagonistas, lo invitamos a sumergirse en la historia del Garibaldi, que ya suma 50 años siendo un refugio para los amantes de la música.
Garibaldi, el salón de moda en Costa Rica
Pasar una tarde en el Rancho Garibaldi es una experiencia que inicia mucho antes de cruzar sus puertas. Primero, hay que recorrer algunos metros de estacionamiento, donde espera el encargado de cuidar los vehículos: un joven que lleva años en el lugar y conoce a toda la clientela como si se tratara de su propia familia.
En la entrada, lo primero que recibe al público es una boletería, de esas ya escasas hoy en día. Esta pequeña cabina, decorada con la bandera de Costa Rica y con reconocimientos obtenidos por el salón a lo largo de los años, da la bienvenida a decenas de personas que esperan para comprar su entrada. Hasta hace poco la administraba la misma Myriam, quien recientemente se jubiló, aunque eso no le impide seguir asistiendo con frecuencia al local.
Con el tiquete en mano, el visitante accede por un arco de madera con un letrero que proclama: “Rancho Garibaldi, el salón de moda en Costa Rica”; un presagio perfecto de lo que está por venir.
En el salón principal del rancho, donde se ofrece café de cortesía y convergen tanto los nuevos visitantes como quienes salen a recuperar el aliento tras una intensa tanda de baile, existen dos alternativas. Si se gira a la derecha, se llega a una soda y cafetería, creada para aquellos que prefieren comer en un espacio abierto con la música de fondo. Si se opta por ir a la izquierda, se encuentra la mítica pista de baile.
Dos arcos con cortinas separan la fiesta del resto del mundo y, una vez dentro, no hay regreso. La pista de baile parece extenderse infinitamente, hasta dar con la tarima que siempre alberga artistas ofreciendo música en vivo.
“Garibaldi ha sido un gran apoyo para el artista, tanto nacional como internacional, porque aquí hemos tenido orquestas de Chile, México, Uruguay, Colombia y un montón de orquestas, como la Sonora Dinamita, la Sonora Santanera (...). Todavía vienen los músicos que tuvieron conjuntos hace años, y aunque ya no existen, vienen a bailar”, agregó Jorge Gamboa.
A los costados se disponen mesas con manteles de tela y sillas de madera, donde los bailarines pueden descansar entre cada tanda, o quienes prefieren disfrutar del ambiente pueden comer una costilla de cerdo, el plato más popular de la casa. Como toque especial, las secciones de las mesas están señalizadas con rótulos que llevan el nombre de salones de baile ya desaparecidos, un homenaje que permite decir que están bailando en la sección del Gran Parqueo, El Trapiche o el Buen Día.
Decir que pasar por Garibaldi es como viajar en el tiempo no es una exageración. En este espacio se escucha de todo, pero especialmente cumbia y bolero. Allí se encuentran quienes han bailado estas piezas durante décadas, al punto de que el cuerpo memoriza las rutinas, junto a aquellos que dieron sus primeros pasos en la danza dentro de este lugar.
Con medio siglo de haber sostenido este ambiente, es claro que han tenido que transformarse para sobrevivir. Algunos de los retos ni siquiera venían de afuera, sino de adentro, porque debían acoplarse a los cambiantes gustos musicales no solo del país, sino de sus clientes.
Actualmente es común escuchar una que otra pieza de swing criollo en el salón, recibida con entusiasmo por el público, pero hace cinco décadas la situación era distinta. Fue el propio fundador quien prohibió ese estilo de música en el rancho, porque era considerado un baile “pachuco”, sin saber que años después se convertiría en patrimonio nacional. Ahora, son cientos de costarricenses que llegan a estas cuatro paredes para aprender a bailar los pasos del swing.
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Un viaje por el tiempo con Garibaldi
En sus primeros días, Garibaldi era un bar más del pueblo. A los 200 metros había otros locales similares, pero Jorge Gamboa siempre tuvo un truco para sobresalir: “Yo tenía la idea de lo que quería hacer, un negocio que se distinguiera por algo: buen servicio, buena atención, buen producto, buena música y buen sonido”.
Después de haber trabajado durante años en un hotel y brindado atención a cientos de turistas, decidió fundar su propio negocio el 29 de octubre de 1974 como un medio para apoyar a su familia. El local, una antigua fábrica de pólvora, estaba curiosamente construido a unos metros de la calle, lo que obligaba a las personas a caminar sobre la tierra para acceder al bar. Incluso, algunos llevaban botas de hule para resguardar sus zapatos en las tardes lluviosas y las cambiaban antes de entrar.
A partir de ahí, todo comenzó a encajar como en un rompecabezas y Garibaldi se fortaleció por el apoyo de sus clientes. Su nombre surgió de una simple lluvia de ideas, pero la idea de convertirlo en un salón de baile vino de una necesidad expresada por los consumidores.
Según recuerda Gamboa, en los días en que aún servía tragos y entradas a sus clientes habituales, notó que ellos mismos traían discos para poner en la rocola. La música era tan vibrante que algunos no podían resistir las ganas de bailar, lo que hizo que el espacio se quedara pequeño. Esto los impulsó a ampliar el local en varias ocasiones, hasta llegar al actual salón que puede albergar hasta 300 personas y que, en algún momento, llegó a recibir hasta cuatro orquestas, con mínimo 12 músicos cada una, que se presentaban en vivo en una misma noche.
Como si fuera poco, su logo fue creado por un cliente, a quien no conocían pero que propuso un trueque: un diseño a cambio de un trago. Aceptado el trato, este visitante dejó el dibujo en una servilleta y se marchó. Aunque nunca más lo volvieron a ver ni lograron identificar al misterioso diseñador, su creación sigue presente en el centro del escenario del magnífico salón.
“Al año de casados tuvo la idea (Jorge) de hacer un ranchito con comida. Cuando mi hijo mayor tenía 10 meses vinimos a conocer la propiedad y así empezamos con un barcito chiquitito, con venta de comidas, como tortillitas palmeadas. Después ya se fue haciendo más grande y la misma gente nos fue pidiendo que se hiciera más grande el lugar (...). Los clientes traían sus discos y los bailaban. Así comenzó la idea de que aquí se podía bailar”, expresó Myriam Venegas.
¿Cómo sobrevivieron a los restos del meteorito que ha ido cayendo poco a poco sobre los salones de baile? Con un par de elementos clave. Su ventaja radicaba en que abrían más temprano que el resto de los locales de la zona, lo que les permitía atraer una amplia clientela horas antes de que comenzara la competencia.
Para continuar innovando, lanzaron eventos llamados los “viernes de moda” para atraer a más personas, así como los “lunes de caracol,” día en que ofrecían su famoso platillo de sopa de caracol. Además, su fórmula de éxito se basaba en algo infalible: siempre, sin excepción, contaban con música en vivo.
En sus mejores momentos (aunque hasta la fecha aún sucede), recibían excursiones de entusiastas que venían de todas partes del país. Guanacaste y Cartago eran las principales provincias emisoras de clientes, pero incluso países como Estados Unidos y México no se quedaban atrás, pues el ambiente de Garibaldi es único e imposible de recrear en otra parte del mundo.
Durante esta época dorada, también se anunciaban en medios de comunicación para difundir las novedades de Garibaldi. Con cariño, don Jorge recuerda el impacto que tenía aparecer en la agenda cultural gratuita de La Nación, un anuncio impreso que se traducía en miles de visitantes al mes. Durante años mantuvo una pauta constante en el diario, hasta que los tiempos cambiaron y se adaptaron a nuevos canales, como las redes sociales.
El rancho hoy goza de una sólida reputación por su apoyo al artista nacional y su atención al público, pero detrás de esta realidad no solo hubo días soleados y diáfanos, sino también momentos de cielos nublados y lluviosos.
Renunciar y cerrar el local fueron pensamientos que se cruzaron por la mente de sus fundadores en más de una ocasión. Durante la pandemia de covid-19, por ejemplo, vivieron una época en la que no podían realizar sus típicos y memorables bailes, o en sus inicios debían cerrar las puertas a las 2 a. m. y levantarse a las 5 a. m. para alistar a sus hijos que aún estaban en la escuela. A pesar de estos desafíos, siempre hubo algo más grande que ellos mismos que los detuvo de tirar la toalla.
Podrían considerarse casualidades, pero en realidad son historias que se convirtieron en anécdotas impresionantes. Así lo recuerdan don Jorge y doña Myriam, quienes narran cómo, hace algunos años, surgió la oportunidad de vender el local. Ambos estaban agotados del ajetreo diario y decidieron cederlo a un comprador interesado. Cuando ya se había tomado la decisión, todo se vino abajo de manera inesperada, pues el ofertante falleció. Ahora cuentan la historia un poco entre risas, porque hasta la muerte les impidió deshacerse de Garibaldi.
El alma de Garibaldi es usted
Esta cercanía con el público les ha permitido alcanzar un nivel de reconocimiento difícil de encontrar en otros lugares. Ni siquiera la llegada de la Selección masculina de fútbol de Costa Rica al país tras el hito de Brasil 2014 se compara con el recibimiento que Jorge y Myriam tienen en Garibaldi. En cuanto entran al salón, todos los presentes en la pista de baile dejan lo que están haciendo para saludarlos, mientras ellos, por su parte, recorren las mesas para conversar con sus clientes, quienes con el paso de los años se han convertido en parte de su familia.
Aunque ambos están retirados y ahora el restaurante es administrado por su hijo mayor, Adrián Gamboa, la pareja sigue siendo parte fundamental del negocio. Por ello, no es raro que los clientes den su nombre al llegar, como si se tratara de una lista en el colegio, y en caso de no asistir, al día siguiente llegan con su justificación verbal.
Este vínculo no podría ser de ninguna otra manera, porque en Garibaldi siempre hay algo que celebrar. Un cumpleaños, un matrimonio, un bautizo, año nuevo y hasta el Día de los Fieles Difuntos tiene un lugar en este rancho, que se caracteriza por acoger las distintas etapas de la vida.
Es cierto que predominan las cabeceras plateadas, los atuendos con chales y tacones de cuña, que se mueven de un lado a otro por canciones como Quédate amor de Sus Diamantes, pero también se encuentran personas que recién han alcanzado la mayoría de edad, deseando vivir una noche en la cuna de la música latina.
Venían los nietos a dejar a los abuelos, ellos se quedaban bailando y en la noche venían a recogerlos, ¿pero qué pasó? Ellos aprendieron a bailar aquí también, al recogerlos, y ahora son clientes de nosotros. El negocio también se ha ido transformando en un salón de baile sin perder la esencia, que era el buen servicio al cliente y la comida.
— Myriam Venegas Monge, fundadora de Garibaldi.
Garibaldi es el fruto de un matrimonio de cuatro hijos y cinco nietos, todos varones, quienes crecieron dentro del rancho. Este lazo es inquebrantable y palpable, ya que basta con ver a la pareja fundadora rodeada de su familia para notar el amor y el compromiso.
El amor que Garibaldi ha cultivado a lo largo de los años trasciende las fronteras de la familia, ya que el rancho fomenta el programa Ayudando a Ayudar, que tiene como objetivo apoyar a diversas causas sociales. Este proyecto nació años atrás, cuando muchas personas asistían al salón para intentar vender números de rifas. Sin embargo, la afluencia de estos vendedores era tan grande que Jorge ideó una manera más eficaz de ayudar. “Hagamos algo”, pensó, “yo les regalo las entradas para los bailes y si las venden, se quedan con el dinero”.
La idea prosperó rápidamente, especialmente cuando uno de sus hijos impulsó el proyecto. Así nació un programa que no solo ayudaba a las escuelas, sino también a hospitales, bomberos y la Cruz Roja. Actualmente, Garibaldi dona las entradas de sus bailes y otros eventos para financiar las causas sociales.
Actualmente, la pareja fundadora sigue llevando un estilo de vida similar al de hace 50 años, o al menos eso se refleja en sus horarios de comida. Los esposos desayunan a las 10 a. m., almuerzan entre las 3 y 4 p. m. y se acuestan no antes de las 11 p. m.; todo esto, por la costumbre de haber trasnochado durante años con Garibaldi.
El rancho, situado 800 metros al sur de la Clínica Marcial Fallas en Desamparados, abre sus puertas los viernes y sábados de 1 p. m. a 11 p. m., los domingos de 1 p. m. a 9 p. m., y los lunes de 5 p. m. a 10 p. m. La entrada tiene un costo que varía entre ¢3.000 y ¢3.500, según el día.
“Si viene a Desamparados no se olvide de pasar por Rancho Garibaldi, porque aquí se vive la fiesta. Todos los días algo hay que celebrar” dice su canción de aniversario, que engloba en unas simples frases un legado que perdurá más allá de un medio siglo.