¿Qué hice mal? ¿Por qué no me quieren? Por muchos meses me lo pregunté. Ahora ya lo entiendo: Nayib Bukele me tiene miedo y por eso me quitó del camino. En todo caso, eso ya no importa. No habría hecho nada diferente, y ahora estoy aquí. Hace frío y duermo en una casa que no es mi casa. Pero estoy bien, los chicos están bien, hasta el perro está acá y está bien.
Lo que sí importa es mi historia, porque es la historia de El Salvador. Por eso, para contarla, tengo que empezar por el 1.° de mayo del 2021.
Era sábado y estábamos fuera de San Salvador, en el pueblo de mi suegra, donde nos gustaba ir los fines de semana. Al anochecer fuimos al parque, los niños jugaban mientras mi esposo y yo nos comíamos una crepa, en un café.
Ahora me resulta bien extraño, porque en ese rato hablamos de dejar tanto enredo atrás, quedarnos a vivir ahí y abrir un negocito. Parecía una buena idea y nos dedicamos a soñar. Pero tengo la mala costumbre de pasar demasiado pendiente de Twitter y no pude evitar echarle una ojeada. En ese momento se vinieron abajo todos los planes.
A las 8.02 p. m., la Asamblea Legislativa recién electa —controlada por el partido Nuevas Ideas, del presidente Nayib Bukele— destituyó en su primer día de labores y sin ningún debate a los cinco magistrados de la Sala de lo Constitucional, y después al fiscal general de la República.
En segundos, mil cosas pasaron por mi cabeza. Hasta ese momento, pese a todo, había logrado permanecer relativamente tranquila porque sabía que al menos no había riesgo de ir a dar a la cárcel sin previo aviso. Pero ahora, todo había cambiado. Si en menos de un día los máximos jueces de la nación fueron descartados sin ninguna dificultad, ¿qué harían conmigo?
Yo no era una persona particularmente “poderosa”, pero Nayib Bukele vio en mí una amenaza.
Me llamo Liduvina Escobar Campos, y hasta hace pocos meses era una de las comisionadas del Instituto de Acceso a la Información Pública (IAIP) de El Salvador. Ahora vivo en el exilio, la Fiscalía General de la República me investiga por presunta revelación de datos confidenciales a la prensa y no podía quedarme en mi país sin saber en qué momento llegarían a buscarme. El 4 de mayo del 2021, tres días después de la toma de la Sala de lo Constitucional, subí a un avión y me fui.
Un gobierno opaco
El acceso a la información sobre las actuaciones, los presupuestos y los gastos de las instituciones públicas empodera a la población y le permite a los ciudadanos fiscalizar la gestión de sus gobernantes, para cuestionarlos cuando hay irregularidades.
Con ese objetivo se promulgó la Ley de Acceso a la Información Pública en diciembre del 2010, durante el último Gobierno del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), bajo el mandato del presidente Mauricio Funes.
Fue una norma pionera, de las más robustas del mundo. Su implementación, junto con la constitución del Instituto, en el 2013, le dio un oxígeno increíble a la sociedad salvadoreña. Periodistas y personas particulares empezaron a solicitar información, y múltiples casos de corrupción salieron a la luz.
Viajes de funcionarios, viáticos, presupuestos… la ley obligó a que las entidades brindaran todos esos datos a quien los solicitara. Si alguna petición se rechazaba, los comisionados del IAIP actuaban como un tribunal, y sus decisiones eran vinculantes.
A inicios del 2019 se acabó el nombramiento de los primeros comisionados, y los sectores empezaron a designar a sus siguientes representantes. Los sindicatos me eligieron a mí, el 21 de febrero tomé posesión del cargo que, en principio, mantendría hasta el 21 de febrero del 2025.
Pero el 1.° de junio de ese mismo año, Nayib Bukele y su Partido Nuevas Ideas llegaron al poder y las confrontaciones empezaron. Desde un comienzo, su gestión se caracterizó por bloquear el acceso a la información pública. Esto no fue gradual, se notaba que sería un Gobierno enemigo de la transparencia. De esto tengo muchas pruebas.
De todas formas, seguimos con nuestro trabajo, y empezamos a resolver apelaciones contra la Presidencia.
El acceso a los datos permitió, por ejemplo, que en setiembre 2019 la prensa revelara que en los primeros dos meses, la Presidencia gastó más de $2 millones de la partida de gastos secretos que durante la campaña Bukele prometió eliminar.
En abril del 2020 llegó la crisis de la covid-19. El Gobierno incluyó dentro de la declaratoria de emergencia una medida que suspendió todos los plazos administrativos y judiciales del Estado, incluidas las solicitudes de información pública. Como resultado, pasamos meses atados de manos.
Todo se puso cuesta arriba. Los empleados recibieron órdenes de no hablar conmigo ni darme información. La Presidencia impulsó reformas para concentrar el poder en el comisionado presidente, mientras el propio Bukele nos descalificaba en Twitter por ser, según él, “el último bastión del FMLN”.
Mientras tanto, empezaron a pasar cosas extrañas. Un pick up de la policía pasaba días enteros frente a mi casa. Las llantas de mi carro aparecían pinchadas dentro del parqueo del Instituto, mis cosas se perdían.
Mi sentencia de muerte
Tenía mucho miedo, estaba estresada. Consideré renunciar, pero ¿qué ejemplo le habría dado a los niños, dejando las cosas tiradas? Por eso, no llegué al punto de decir “me voy”. Además, todavía en ese momento el Gobierno no acumulaba tanto poder, era solo la Presidencia. No tenían la Asamblea, ni la Fiscalía, no tenía controladas todas las instituciones.
Aún así, yo misma presenté un recurso ante la Sala de lo Contencioso contra las reformas de Bukele, y un mes después los jueces fallaron a mi favor.
Esa decisión fue mi sentencia de muerte. El ambiente hostil se convirtió en uno de guerra, el objetivo era desprestigiarme: aparecían denuncias fabricadas, páginas en Internet publicaban noticias falsas sobre mí… El 24 de abril del 2021, llegaron policías a sacarme de la oficina. Me quitaron la computadora, el celular y me escoltaron fuera, como a una criminal.
En el momento no opuse resistencia, ni tuve tiempo de revisar la orden. Pero cuando la leí, me enteré de que me sacaron bajo cargos de haber filtrado información confidencial a la prensa. Tenía un expediente penal abierto en la Fiscalía desde el año anterior, del cual no tenía idea.
Al exilio
Una semana después, llegó ese 1.° de mayo. Jamás me habría imaginado que al obtener el control del Congreso con el voto del pueblo, lo primero que haría el Gobierno sería desmantelar la independencia de la Justicia para perseguir a sus detractores.
Antes de eso, en ningún momento valoré convertirme en migrante. Muchos salvadoreños eligen irse del país en busca de una vida mejor, y lo entiendo, pero no es mi caso. Yo siempre quise quedarme, con mi esposo y mis dos hijos, y abrir el negocito que nos permitiría vivir más tranquilos.
Pero ahí, en cuestión de minutos, entendí que no tenía opción más que partir.
Mi esposo es un tipazo y siempre se lo digo. Nunca, ni por un segundo, me ha dejado sola. Esa misma noche nos sentamos a planear cómo proteger a nuestra familia. Pensamos irnos a Europa, pero las fronteras seguían cerradas. En Centroamérica no conocíamos a nadie. Estados Unidos parecía la opción más segura, pero ni él ni los niños tenían visa.
Me tocó irme sola ese martes 4 de mayo, en un vuelo hacia Los Ángeles. Fueron los seis meses más difíciles. En casa, ellos me decían que no podía regresar, que las cosas estaban peor, que desconocidos llegaban a preguntar por mí y a amenazarnos con más problemas si seguía jodiendo.
Lo peor era no saber. La gente me decía que pidiera asilo en Estados Unidos, pero el proceso iba a tardar mucho tiempo. ¿Cómo iba a pasar tantos años sin ver a mis hijos? Yo no podía asumir ese costo tan alto, porque ya de por sí era grande: salir de tu país, dejar tus cosas, dejar tu vida. No, yo no iba a renunciar a tanto.
La nueva yo
Decidimos movernos todos y trasladarnos a otro país, para estar juntos. Llegamos en noviembre del 2021.
Pocos saben dónde estoy, hay gente muy mala y quién sabe qué podrían hacer si se enteran. Desde acá continúo peleando, mi caso sigue en los tribunales, pero sé que voy a perder. De todas formas, el plan es ir hasta las últimas consecuencias, a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) si es necesario.
A la vez, quisiera descansar y pasar la página. Me he esforzado mucho con mi psicóloga, porque es muy duro. Estoy trabajando mucho, mucho, mucho en mi reconexión conmigo misma, en cómo puedo retomar el control de mi vida, porque ese 1.° de mayo marcó un antes y un después en mi camino.
En este proceso, los niños me dan cátedra. Ellos saben que estamos en una situación de limbo y no entienden bien qué pasa, pero hacen amigos y se adaptan rápidamente. Eso me da alivio, porque veo que tienen ganas de vivir.
Algunos días son más complicados, en especial esos en los que lloran porque extrañan a la abuelita, a los primos, al resto de la familia. Quieren sus cosas, aquí vinieron con una maletita nada más, todo a lo que estaban acostumbrados se quedó lejos. Y aunque uno trate de evitarlo, ellos todo lo captan. Una vez, mi hija menor me preguntó, ¿mamá, por qué no podés volver a El Salvador? Yo no supe qué decir, pero el más grandecito me salvó y le contestó, a su manera.
Regresar no es una alternativa. No sé de qué se me acusa, no sé si tienen pruebas. Y no puedo correr el riesgo de perder mi libertad, porque ha pasado, sobre todo con el régimen de excepción, que se están llevando a la cárcel a un montón de gente que nada tiene que ver con pandillas. Mientras sigan activos mis procesos, mientras tenga una investigación en la Fiscalía y mientras siga un contexto político adverso, yo no puedo volver.
Sé que no va a ser pronto. Tenemos un Gobierno muy astuto en el tema de las comunicaciones, con una agenda mediática muy fuerte y un ecosistema de medios tomado por ellos. Tienen el control del imaginario de la gente, no les sirve que haya una ciudadanía crítica.
Pese a todo, hemos sacado muchas lecciones. Algunas son pequeñas, como que podemos vivir tranquilos con pocas cosas. Al fin y al cabo, no pensamos quedarnos aquí demasiado tiempo, y no tiene sentido comprar objetos que después no podremos cargar. También, que nos podemos adaptar al frío de este lugar, tan distinto del calorcito al que estábamos acostumbrados.
Y además, que hay todo un mundo por conocer afuera de El Salvador. Queríamos conocerlo como turistas, no como migrantes, pero los planes cambian. Por eso, también he aprendido a creer que hay algo oculto para nosotros. Esa es mi confianza, que a la larga lo malo se va a convertir en bueno.
En los momentos de duda, me aferro a creer que hice lo que tuve que hacer, en el período que me tocó hacerlo. Creo que el tiempo nos va a dar la razón a muchos, ya nos la está dando. Al inicio dije en unas declaraciones que iba a llegar un punto en el que no íbamos a tener acceso a información pública, y es justo lo que está pasando.
Según un recuento de El Faro, en los primeros dos años de Gobierno, la Presidencia de Bukele propuso 11 proyectos de reforma a la Ley de Acceso a la Información Pública, para clasificar como secreta la información sobre enriquecimiento ilícito de funcionarios, viajes oficiales, datos de contratos públicos, listados de asesores y salarios de empleados públicos, entre otros.
Entonces, me aferro a la verdad de que todas mis acciones se basaron en defender el derecho de los ciudadanos a exigir transparencia.
Y la otra cosa a la que me aferro, es más bien a soltar. Yo creo que en la vida hay cosas que faltan, pero también que la misma vida te aparta de algunos lugares o situaciones por un motivo. Ahora que ha pasado un tiempo empiezo a sentir paz, quiero creer que vendrán otras oportunidades para nosotros.