A veces no entiendo al liguista. En ocasiones lo admiro. A menudo lo compadezco. De vez en cuando lo creo iluso y, en otras tantas, lo declaro el mejor aficionado del mundo. Llamarse saprissista es fácil: seguidor del vigente tetracampeón, con las 40 copas bien lustradas y una colección de jactanciosas frases a la mano.
El liguista, en cambio, ya pasó por el fuego. Y sigue ahí.Sabe que su rival no puede decir lo mismo.
Con solo un título en los últimos 21 torneos, se ilusiona año tras año, ve a su equipo tomar impulso, se frota las manos, le brillan los ojos, se lleva otro sopapo, jura olvidarse del fútbol o, al menos, desentenderse un poco: ver más Netflix, dormir temprano, ir al gimnasio, hacer cualquier cosa que no sea estar esperando a su Liga Deportiva Alajuelense en la esquina donde se cruzan la calle Ancha de Alajuela y la avenida Ilusiones.
Basta, sin embargo, un nuevo torneo, un fichaje sonado, el ‘chuzo’ de uniforme, la llegada de un cuerpo técnico curtido o un promisorio liderato para que vuelva a enfundarse la rojinegra. ¡Qué digo enfundarse! ¡Pintársela en la piel!
Con devoción, le llama “Catedral” a su estadio; ahí reza, purga pecados y, en ocasiones, espera los tres pitazos del árbitro como el “podéis ir en paz”.
El liguista reta la lógica. Ni el ‘tetra’ saprissista es capaz de alejar a la feligresía rojinegra. En lugar de desplomarse, la afluencia de rojinegros al Morera Soto subió de 49.000 en el Apertura 2022 —el primero de los cuatro títulos morados— a casi el doble: 91.287 en el Clausura 2024 —el torneo del cuarto en fila—.
Tal vez eso inquebrantable no es solo una idea poética de Luis Montalbert y Abel Guier, vocalista y bajista de Gandhi, autores de una canción que, al parecer, es capaz de tocar las fibras rojinegras. No habla de títulos —aunque Alajuelense los tiene, y no pocos (30), por más que el vecino quiera convertirlos en meme—. Tampoco se jacta de triunfos internacionales. No vanagloria figuras, más allá del legendario Mago del Balón, cuyo corazón yace en el Morera Soto. Simplemente habla de pasión.
Pasión, al rojinegro le sobra. Es “manudo desde la cuna”. Y lo será hasta la muerte.
Él no termina de creerse a prueba de todo. Pero lo es. Teme, después de lideratos con final frustrante, pero empieza a sentir que eso de “¡¿cuál equipo es el mejor?! Liga, Liga, sí señor” no hay que gritarlo, sino demostrarlo en cada partido.
No lo dice en voz alta, pero confía en que la llegada de su añorado título traerá en fila dos o tres o más.
Aún calla en momentos cruciales del juego, pero de pronto empieza a arder en su papel de espectador-protagonista. Fue el Morera Soto el que sostuvo el 1 a 0 ante el Comunicaciones en los últimos cinco minutos, cuando el jugador arrastraba las piernas, el rival sometía y el árbitro no pitaba.
Fue el Morera Soto el que volvió impenetrable la zaga, con un hombre menos ante Herediano en casi todo el segundo tiempo.
Quizás apenas está aprendiendo a rugir.
Al liguista no lo culpo. A veces no lo entiendo. A veces lo admiro. A veces lo compadezco. A veces lo creo capaz de soportar más que cualquier afición del país. Que esté ahí todavía es difícil de igualar.
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