La cortesía es un componente fundamental para la consecución de la política. Es una manifestación de respeto y una herramienta. Mitiga tensiones, reduce costos y potencia beneficios. Reduce la desconexión y potencia la empatía con el contexto. Influye de manera cultural, pues promueve un ambiente de cercanía y solidaridad.
Una persona cortés manifiesta la racionalidad necesaria para la cohesión y la integración de sociedades y grupos, de cuya capacidad de acción depende la supervivencia de la comunidad. Asimismo, la racionalidad favorece la consecución de objetivos, acorta distancias sociales y facilita acuerdos. De nuestra parte depende tejer una cultura de acercamiento o alejamiento.
La descortesía está afectando los marcos parlamentarios y su capacidad para tomar decisiones. Los grados de acuerdo no se incrementan, sino que se ven disminuidos y debilitados, lo que impacta tanto en los medios como en la población en general.
Las personas corteses son cooperadoras y atenúan posibles conflictos emergentes. Son capaces de aportar soluciones y cambiar actitudes. Valoran la cercanía, que aporta confianza y promueve un ambiente de reciprocidad. La comunicación se torna menos agresiva. Favorecen el establecimiento de puntos en común y relaciones de interés donde prime el compromiso.
La comunicación política se ve influenciada por la cultura de la sociedad. Estamos experimentando un contexto sociocultural en el que se valora la distancia antes que el acercamiento. Se aprecia la individualidad, la autonomía y los intereses particulares más que la solidaridad y la afiliación grupal. La proyección de poder y estatus adquieren un rol central en la consecución de dichas relaciones sociales. En este contexto, el uso de una cortesía mitigadora es esencial. La cautela y el tacto son fundamentales.
La educación debe fortalecer las competencias sociales para que nuestros jóvenes sean altruistas, optimistas, responsables, respetuosos, leales y justos. Estas características se desarrollan primariamente en la familia, pero también en la escuela. Estas instituciones deberían ser los mejores referentes para conformar un adecuado estilo de convivencia, mostrando pericia para integrar pensamiento, sentimiento y comportamiento.
Debemos desarrollar competencias cívicas, las cuales requieren habilidades intelectuales y participativas. Esto implica transmitir conocimientos, promover actitudes y entrenar habilidades. Es necesario formar ciudadanos socialmente responsables, participativos y orientados hacia la justicia social. Ciudadanos adaptativos y crítico-democráticos que colaboren en la construcción de la mejora de la vida colectiva y en la consecución de lo que es bueno para todos. No olvidemos que el desarrollo social depende del perfeccionamiento de cada uno de los ciudadanos.
Nuestra educación debe fomentar el ejercicio de los valores democráticos. Estos valores nos enseñarán a deliberar y negociar con quienes disentimos, a ser tolerantes, comprensivos y abiertos al contraste de opiniones diferentes a las propias. El aprendizaje cívico nos orientará hacia la justicia, la solidaridad y el bien común, por encima de intereses particulares. Las habilidades sociales se entretejen con las cívicas: liderazgo, comunicación, negociación, iniciativa, trabajo en equipo y empatía.
La cortesía nos ayuda a todos a actuar de manera cívica. No solo significa saber qué es ser un buen ciudadano, sino querer serlo. Quienes ejercen cargos de responsabilidad deben recordar que nuestros jóvenes necesitan imágenes sociales que les sirvan de ejemplo para llegar a ser mejores ciudadanos. La cohesión social está de por medio.
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Helena Fonseca Ospina es administradora de negocios.