Francisco puso todos los tabúes de su sociedad eclesiástica en debate, permitiendo que quienes se oponían a debatir por principio de fe entraran de primero al espacio. De todos modos, eran ellos quienes siempre habían estado ahí. “La oposición me gusta porque abre caminos”. Seguro lo dijo porque él mismo siempre fue parte de la oposición. Cuando los progresistas alcanzan un poder relativo de representación colectiva (decreto, silla y lapicero) en un contexto conservador, siguen siendo opositores. Hay que saberlo.
Para avanzar, es esencial que se acepte con gozo la oposición de aquellos que creen que el progreso de unos los hace a ellos retroceder. Legitimar al opositor legitima al proponente, incluso más cuando este se detiene antes de alcanzar la meta mientras espera por aquel, como lo hizo el Papa en algunas instancias muy significativas. El futuro existirá sin nosotros y nos toca habilitar a quienes lo construirán, esta es la moraleja. No seremos nosotros quienes lo construiremos; tampoco tiene caso estorbar intentándolo si pone en riesgo lo que se puede construir.
La evolución humana, aunque sea la de medida corta y de la política del día, tiene ritmo y escala, como todo lo que la naturaleza diseña, y lo que resulta difícil es acompasarnos respecto a lo que podemos cambiar, para no ir muy lento ni muy rápido.
Francisco fue un papa de la vida real, con todas sus contingencias, proyecciones, variaciones y diversidades sociales, ambientales y psicológicas. Sus anotaciones, que parecen cándidas y espontáneas, están cuidadosamente articuladas para señalar las complejas misiones políticas que se impuso. Él habló del “apostolado del oído”, por ejemplo. Se refería a escuchar antes de hablar. Potente apostolado como propuesta y como reproche en una iglesia muy ensayada en la unidireccionalidad, engomada a cánones doctrinarios y poderes excluyentes, explotadores y dañinos.
Con ese modo, logró transformar la fuerza centrípeta de un organismo monumental, típicamente imperial, en una fuerza centrífuga validadora de autonomías y de la capacidad de agencia de feligresías más pequeñas situadas en las periferias. Me pregunto a cuántos opositores tuvo que inducir a su estrategia, que no fue otra que la conversación.
En su testamento, pidió que lo entierren en un lugar inusualmente discreto para un papa contemporáneo, y que por único epígrafe se escriba su nombre “Franciscus” en una estructura rústica de romano común. ¿Cuántas horas habrán dedicado otros temerosos de su intrascendencia, en escribir, borrar y volver a escribir pretenciosos mensajes para sus tumbas? Y qué bonito que sea la gente de la muchedumbre, a modo de epígrafe informal, impropio y efímero, quien vaya soltando descripciones de la persona que este papa fue.
Me conmovió esta frase que dijo a un periodista, Ms. Helmprecht, una mujer protestante de Nueva Jersey: “Él trató de entender”. ¿Qué se puede decir de un muerto que sea mejor que esto?
Como persona atea, destaco que Francisco cumplió con la obligación moral de ir a donde la Iglesia católica ha dejado heridas abiertas, pidiendo perdón por el inmenso daño infligido a infancias alienadas y a mujeres subordinadas, a personas que han sido vejadas por amar más allá de la heterosexualidad y del corsé del matrimonio institucional, así como también su travesía por el interior de su propia curia, buscando incesantemente abrir la puerta a las mujeres, no para que sean tratadas como objetos de abuso, como lo han sido muchas monjas, sino para que puedan pronunciar el futuro de esa iglesia con sus voces, como sujetos pastorales y, por consecuencia, antagonistas del patriarcado por acción propia. Llegar cerca del punto de inflexión, incluso si ahí nomás se acampa, eleva las probabilidades de que multitudes rompan la barrera.
Si Francisco no quiso inscribir un mensaje críptico en la estela de su tumba, quizás sea porque dijo todo lo que pudo, o cuando menos, lo que dijo le produjo una alegría suficiente. Escuchó y habló, que no es poco para un hombre sometido a un sinfín de rigores religiosos y profesionales.
Sonrió mucho. Exprofeso, esa es mi contribución a su epígrafe.
edgaremoraaltamirano@gmail.com
Edgar Mora Altamirano es periodista, urbanista y administrador público. Fue ministro de Educación Pública (2018-2019) y alcalde de Curridabat (2007-2018).
