Todos cometemos errores. Muchísimos. A diario. Olvidamos las llaves de la casa en la oficina o las de la oficina en la casa. Sobreestimamos nuestra capacidad para resolver varias tareas de forma simultánea o subestimamos las necesidades de nuestros padres. Respondemos al comentario incómodo con unas palabras de más, compramos la camisa para la boda del amigo en una talla demasiado pequeña o elegimos la marca equivocada de queso. Por tercera vez.
Nadie está exento del error. Karl Marx predijo el fin del capitalismo y aquí seguimos. Durante la Segunda Guerra Mundial, en su intento de invadir Rusia, el militar alemán Fedor von Bock subestimó el poder del “General Invierno” y repitió el error que había cometido Napoleón en 1812.
“Experiencia es el nombre que le damos a nuestros errores”, afirma uno de los personajes de la obra Vera o los nihilistas (1883), de Oscar Wilde. La palabra “experiencia” sugiere acá que el error se vive, y se padece, de forma inevitable.
El error nos infunde temor. Incluso terror. Los errores nos rodean, nos merodean, y de esa percepción surge la necesidad ancestral de huir lo más lejos, y lo más pronto posible, de sus territorios. Pero, ¿es posible huir del error? ¿Es deseable? Algunas anécdotas del mundo del arte y la ciencia nos sugieren lo contrario.
Un maestro inesperado
Hace casi un siglo, un error le permitió a Alexander Fleming el descubrimiento de la penicilina. En 1928, el doctor Fleming olvidó un cultivo de bacterias cerca de una ventana entreabierta en el sótano del Hospital de Saint Mary, de Londres. Después se fue de vacaciones. A su regreso, descubrió que el cultivo estaba cubierto por una especie de moho que había matado a las bacterias, pero no tiró a la basura su experimento fallido. En cambio, conservó y observó el cultivo, hasta dar con el antibiótico que al día de hoy ha salvado la vida de millones de personas.
Cuando hablamos de la importancia de aprender del error, nos referimos con frecuencia a la capacidad de anticiparlo y evitar repetirlo. A no introducir otra vez los dedos en el tomacorriente. A aplicarnos bloqueador solar antes de la caminata. La historia del descubrimiento de la penicilina nos habla, en cambio, de la importancia de observar con atención el error. De cultivarlo. De perseverar en sus posibilidades amplias y aún desconocidas.
Perseverar en el error. Observarlo. Convertirlo en un maestro inesperado, como hizo Alfonso Reyes durante el proceso creativo del poema Sol de Monterrey (1932). En ese poema, el mexicano escribió “Más adentro de la frente” y una errata cambió la frase por “Mar adentro de la frente”. Reyes comprendió que el error había mejorado su escritura.
El arte de improvisar
En una entrevista que se rescata en la página web Open Culture, el pianista Herbie Hancock cuenta una anécdota que muestra al error como un aliado enigmático y generoso, al que conviene seguirle de cerca los pasos.
En 1963, cuando integraba el segundo gran quinteto de Miles Davis y tenía veintitrés años, Hancock tocó un acorde erróneo durante un concierto. “El acorde equivocado apareció justo en medio del solo de trompeta de Miles Davis. Sonaba como un error terrible, al punto de que levanté las manos del piano y las puse sobre mis oídos. Miles se detuvo durante un segundo y tocó algunas notas que transformaron mi acorde en uno correcto”, recuerda Hancock.
“Ahora me doy cuenta de que Miles no lo escuchó como un error, sino como algo que simplemente había ocurrido. Como un evento al que debía reaccionar”. Por aquella época, Miles Davis había pronunciado una frase que se cita con frecuencia en redes sociales y camisetas: “No temás a los errores. No existen”.
En la frase de Davis aparece, otra vez, el temor asociado al error. Un temor que hemos aprendido a través de un sistema educativo que castiga a diestra y siniestra el error. Un sistema que, en lugar de penalizar las faltas de sus estudiantes, debería coronar las puertas de sus aulas con la frase provocadora que escribió Samuel Beckett en su cuento Rumbo a peor (1983): “Lo intenté. Fracasé. No importa. Inténtalo de nuevo. Fracasa de nuevo. Fracasa mejor”.
La experiencia científica, la escritura poética y la música jazz nos ofrecen una alternativa frente a la rigidez del pensamiento. Una luz que nos alerta del error de temerle al error y nos enseña a estar atentos, a reaccionar e integrar los acontecimientos bajo formas novedosas. A improvisar. Dicen quienes saben de estos asuntos que de eso se trata, precisamente, la vida. De improvisar.
Jurgen Ureña es cineasta.
