Hoy cumplo 48 años y, con cada año que sumo al calendario, siento que el tiempo avanza más rápido. Sin embargo, al mirar atrás, solo puedo sentir gratitud por las bendiciones que la vida me ha dado. Tengo hijos maravillosos, una familia que amo, pocos pero valiosos amigos, y un trabajo que me llena de propósito.
Desde hace 15 años, tengo el privilegio de coordinar el Servicio de Atención Comunitaria Geriátrica del Hospital Nacional de Geriatría y Gerontología Dr. Raúl Blanco Cervantes. Nuestra misión es brindar atención multidisciplinaria a domicilio para adultos mayores con dependencia y enfermedades avanzadas. Junto a un equipo de profesionales extraordinarios, realizamos cerca de 3.000 visitas anuales, en las que se atiende a cerca de 1.500 adultos mayores. Muchos requieren cuidados paliativos, un ámbito en el que invierto mi energía cada día, con la convicción de que todos merecemos una muerte digna.
El Servicio de Cuidados Paliativos del hospital es solo una de las 62 Clínicas del Dolor y Cuidados Paliativos de nuestra amada Caja Costarricense de Seguro Social. La labor de esta red es reconocida como una de las mejores del mundo y, sin duda, la más destacada en Latinoamérica. Con un ejército de profesionales entregados y solidarios, el trabajo que realiza es invaluable, pero lamentablemente está invisibilizado y muchas veces como costarricenses no lo valoramos. La atención se da en la intimidad de los hogares, donde los únicos testigos del esfuerzo y entrega de estos equipos son los propios familiares de los pacientes.
Lecciones de vida en el umbral de la muerte
A lo largo de los años, he sido testigo de verdaderos milagros. He entrado en hogares donde la angustia, la tristeza y el dolor conviven con el amor, la compasión y la solidaridad. Cada una de esas experiencias ha sido una valiosa lección. Frente a la vulnerabilidad del ser humano en su etapa final, he entendido lo que realmente importa en la vida.
Si bien la red de cuidados paliativos hace un trabajo muy valioso, dentro de este escenario hay héroes anónimos cuya labor es aún más grande: los familiares y cuidadores. Son ellos quienes, sin recibir remuneración ni reconocimiento, sin capacitación ni herramientas adecuadas, sostienen a sus seres queridos con la única fuerza del amor. Son ellos quienes enfrentan el cansancio, la frustración y la angustia, acompañando en silencio, día y noche, a aquellos que se acercan al final de su camino.
Los que han vivido este proceso entienden mejor que nadie la magnitud del sufrimiento que se experimenta en las últimas etapas de la vida. La necesidad de cuidados paliativos crece a nivel mundial y ningún sistema de salud puede afrontarla solo. Pero hay algo que debemos comprender: cuanta mayor es la necesidad, mayor es la oportunidad de aliviar el sufrimiento.
Siempre hay algo por hacer
Uno de los mitos más hirientes sobre los cuidados paliativos es la idea de que para los pacientes que se envían a cuidados paliativos es “porque ya no hay nada que hacer”. Con esa frase, no solo arrebatamos la poca esperanza que les queda a los pacientes y sus familias, sino que también ignoramos todo lo que ya están haciendo: las noches de insomnio, las citas médicas, las idas a Emergencias, el consuelo mutuo en medio del dolor. Eso no es “nada que hacer”; es todo lo contrario.
El miedo y la falta de comprensión sobre la muerte nos dejan paralizados. Pero lo cierto es que en ese momento crucial, cualquier acción, por pequeña que parezca, tiene un impacto inmenso. Un abrazo, una palabra de aliento, una presencia silenciosa, puede significar el mundo para alguien que sufre. Y lo más importante: todos podemos hacerlo. No es necesario ser médico o enfermero para brindar consuelo. Todos podemos acompañar, todos podemos abrazar, todos podemos decir: “Aquí estoy”.
En un mundo donde, lamentablemente, ya no nos sorprende ser testigos de lo peor del ser humano, con manifestaciones cotidianas de violencia, irrespeto, manipulación, es necesario cambiar el foco e iluminar a esos increíbles seres humanos que, cada día, sostienen a otros con los brazos del amor.
Pero el reconocimiento no es suficiente. Como sociedad, tenemos la responsabilidad de apoyar a estos cuidadores y brindarles las herramientas necesarias para que, junto con el equipo de salud, puedan garantizar una muerte digna a sus seres queridos. Porque una muerte digna no es un lujo, es un derecho.
Partir con dignidad: un compromiso de todos
La Fundación Partir con Dignidad trabaja para apoyar a estas familias a través de estrategias de sensibilización y capacitación en cuidados paliativos. En alianza con la Universidad Estatal a Distancia (UNED) y con el apoyo de Coopenae, el pasado 19 de marzo lanzamos el primer curso libre sobre cuidados paliativos dirigido exclusivamente a cuidadores.
Nuestro objetivo es que este curso crezca y, a través de la virtualidad, llegue a todos los cuidadores del país, brindándoles herramientas para afrontar este proceso con mayor tranquilidad y conocimiento. Queremos que cada persona que acompaña a un ser querido en su etapa final tenga la certeza de que está ofreciendo el regalo más valioso que se puede dar: la presencia, el amor y el testimonio de una vida que se apaga en armoniosa tranquilidad.
José Ernesto Picado Ovares es médico geriatra paliativista de la Fundación Partir con Dignidad.
