El doctor Rodrigo Gámez Lobo se formó como agrónomo en la Universidad de Costa Rica (UCR) en 1959, y realizó luego estudios de posgrado en virología de plantas en Estados Unidos e Inglaterra. Al regresar al país, montó un laboratorio en la Facultad de Agronomía, con los primeros instrumentos avanzados para el estudio de virus de plantas, particularmente, en cultivos alimenticios básicos como el maíz y el frijol.
De esta primera semilla se abre una propuesta, con la llegada a Costa Rica en 1975-1977 de dos futuros aliados para la creación de un centro de investigaciones, dos jóvenes recién doctorados (los dos autores de este artículo), formados ambos en las tecnologías de la biología molecular, como el aislamiento y purificación de ácidos nucleicos (ARN y ADN) y su posterior análisis.
El CIBCM (Centro de Investigaciones en Biología Celular y Molecular) se inauguró en 1977, con la presencia de autoridades universitarias y diplomáticos de la agencia de cooperación japonesa, JICA, que donó instrumentos básicos, los que entonces eran esenciales para el desarrollo de este nuevo campo de investigación.
La historia del Centro empieza, sin embargo, un año antes, con la demolición de las perreras que la Escuela de Medicina nos había cedido, y que anteriormente fueron utilizadas para experimentos con animales. El plan era remodelar el edificio en desuso, con una fila de cubículos para los investigadores a la izquierda y los laboratorios a la derecha. Resultó, jocosamente, “dos perreras por investigador”. Rodrigo sabiamente dirigía: “Muchas ventanas por todo lado para la comunicación, el control social y la seguridad”.
Así se fue consolidando un grupo de jóvenes investigadores con un centro activo diariamente y los fines de semana, con un creciente número de investigadores y estudiantes haciendo proyectos de tesis, con muchas publicaciones.
Gran parte del financiamiento provino de donaciones externas a la Universidad, de fundaciones e instituciones de salud, y se logró así atraer montos millonarios para investigaciones y pasantías a través del tiempo. Los tres “fundadores” nos fuimos rotando la dirección del CIBCM por algunos años y luego fuimos sustituidos por investigadores que se formaron en su seno.
El virus del maíz que descubrió Rodrigo en Costa Rica y luego analizó durante años en el CIBCM, con sus estudiantes y colaboradores, resultó ser diferente, pues se multiplica no solo en su planta hospedera –el maíz (que baja su productividad)–, sino que también lo hace en su insecto vector, que lo transmite de planta en planta.
Esto lo convierte en el virus tipo de una nueva familia de virus de plantas, los Marafiviridae, dispersos en todo Centro y Suramérica, dondequiera que se siembre maíz y exista un “saltahojas” que lo transmita. El reconocimiento por esta investigación lo demuestra el Premio Bernardo Houssay, que otorga la OEA por investigación científica y creatividad, y que Rodrigo recibió en Washington, en 1983.
Rodrigo tomó un viraje importante a inicios de los años 80, a partir de una invitación con potenciales donadores de la recién creada Fundación de Parques Nacionales (FPN). Su organizador, Spencer Beebe, pretendía explorar la costa del Pacífico costarricense desde una embarcación. Fue un curso intensivo de biodiversidad marina y costera, con la participación de Spencer, Luis Diego Gómez (destacado botánico de la UCR) y uno de los autores (Pedro León). La controversia era:“¿Es sostenible toda esta abundancia de organismos, fuera o dentro de los parques nacionales?”
Al poco tiempo, Rodrigo aceptó formar parte de la Junta Directiva de la FPN y allí se nutre su interés por la biodiversidad en las áreas protegidas, como refugios de este gigantesco tesoro desconocido. Durante el primer gobierno de Óscar Arias, y con la creación del Ministerio de Energía y Minas, el ministro Álvaro Umaña solicitó a la UCR permiso para que Rodrigo se convirtiera en su asesor durante la creación de este nuevo ministerio.
Es durante esta época cuando surge la necesidad de estudios para conocer la biodiversidad de los ecosistemas y la urgencia de documentar lo que tiene el país antes de que se extinga. Esta es la semilla para el Instituto Nacional de Biodiversidad (INBio): conocer la diversidad de organismos que tenemos, dónde están y cómo están sus poblaciones.
Rodrigo dirigió el INBio durante muchos años, logrando reconocimiento local y global por sus descubrimientos de especies nuevas y poblaciones vulnerables, además de la creación de una base de datos accesible sobre las especies de organismos en el país, la cual aún persiste. Esta labor fue reconocida en 1995 cuando se le otorgó al INBio el prestigioso Premio Príncipe (ahora Princesa) de Asturias de Investigación Científica y Técnica.
Sus logros no pasaron inadvertidos. Rodrigo fue miembro fundador de la Academia Nacional de Ciencias, profesor emérito de la UCR y muchos otros reconocimientos durante su vida, incluyendo el Premio Magón, en 2012.
Ninguno de estos galardones, sin embargo, definen al hombre bondadoso cuya vocación fue proteger y conocer la naturaleza, y finalmente, buscar su uso sostenible para beneficio humano. Fue promotor de la ciencia y la tecnología como instrumentos para el desarrollo humano y como guía en la toma de decisiones informadas.
El doctor Rodrigo Gámez Lobo falleció el 1.° de marzo pasado, luego de una larga enfermedad. Contó con la suerte y la dicha de tener tres hijos y una esposa que lo apoyaron y sostuvieron hasta el final de sus días.
Su memoria perdurará y sus trabajos siguen vigentes. El roble se cayó, pero sus frutos siguen germinando en alumnos, colegas y amigos, así como la memoria de su vida dedicada a la conservación de la biodiversidad costarricense, que nos seguirá inspirando.
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Gabriel Macaya Trejos es exrector de la Universidad de Costa Rica (UCR) y Pedro León Azofeifa es biólogo. Ambos son integrantes de la Academia Nacional de Ciencias de Costa Rica (ANC).
