Antes de tomar posesión como cuadragésimo sexto presidente de Estados Unidos, Joe Biden prometió gobernar por un solo período, estabilizar al país tras el errático cuatrienio de Donald Trump y hacer de su administración un “puente” hacia nuevas generaciones políticas. No ocurrió así. El lunes, contrario a sus propósitos y deseos iniciales, el puente será cruzado, en reversa, por su predecesor, que volverá a la Casa Blanca. Se abrirá entonces otra etapa de incertidumbre para su país y el mundo. No es algo de lo que Biden pueda estar orgulloso, porque fueron sus propias decisiones las que, en gran medida, condujeron a este desenlace.
Contrario a sus manifestaciones iniciales, tan pronto llegó a la presidencia cambió de libreto. Emprendió una ambiciosa agenda transformadora y no pasó mucho tiempo para que optara por buscar la reelección. Al final, se vio forzado a abandonar la competencia. Sin embargo, ya era demasiado tarde para seleccionar un candidato o una candidata a partir de un proceso competitivo en su Partido Demócrata, con legitimidad y peso suficientes para conducir a la victoria. Su vicepresidenta, Kamala Harris, la escogida por Biden, alcanzó gran ímpetu en corto tiempo, pero no fue suficiente para el triunfo.
Más allá de este hecho, del que la historia nunca separará a Biden, su gobierno alcanzó logros de gran importancia, tanto dentro como fuera del país. Internamente, superó admirablemente el impacto de la pandemia de covid-19. Su economía inició un admirable período de crecimiento, acompañado de la mayor creación de empleo en décadas. A la vez, gracias a su capacidad negociadora e inteligencia política, logró aprobar iniciativas legislativas que dieron el carácter transformador a su administración.
Una de las principales fue la Ley de Reducción Inflacionaria (IRA, por sus siglas en inglés), que abrió el camino para una dinámica transición energética y el desarrollo de industrias “verdes”. La otra fue la Ley de Chips y Ciencia (Chips Act), destinada a impulsar la investigación, desarrollo y fabricación de microprocesadores de última tecnología en Estados Unidos y superar así su rezago en la materia. Ambas se han implementado con gran dinamismo y un impacto tan extendido que difícilmente Trump podrá revertirlas. Otra pieza legislativa, destinada a la modernización de la infraestructura, también quedará como legado interno de gran importancia.
El impacto fiscal por las transferencias necesarias para activar la economía y subsidiar los cambios de plataformas productivas, sin embargo, no tardó en sentirse. El déficit fiscal aumentó a casi el 7 % del producto interno bruto y la inflación, que ya había comenzado a repuntar a finales del gobierno de Trump, llegó a un acumulado de casi el 20 % en cuatro años. Aunque en 2024 comenzó a bajar rápidamente, su impacto generó un gran descontento, que explica, en parte, la victoria de Trump. El otro factor determinante fue el descontrol migratorio, en particular durante los dos primeros años de gobierno, que, más allá de sus profundas dimensiones humanas, afectó negativamente las percepciones de amplios sectores de la población.
En política exterior y seguridad, el mayor trauma de la administración fue la desordenada salida de las tropas estadounidenses de Afganistán, como resultado de unas negociaciones realizadas durante el período de Trump, pero con desastrosa ejecución por parte de Biden.
Luego vino la invasión rusa a Ucrania. Aunque pueden criticarse aspectos de la estrategia estadounidense hacia el conflicto, su robusta ayuda económica y militar, sumada a la de los europeos y otros aliados, ha sido esencial para frenar al agresor y mantener la integridad del país. Además, la incorporación de Finlandia y Suecia a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha consolidado el papel de este pilar de la defensa democrática. La apuesta de Biden a esta y otras alianzas multilaterales, sobre todo en la región de Asia y el Pacífico, es otro de los elementos muy positivos de su proyección externa.
Los ataques terroristas de Hamás contra Israel, el 7 de octubre de 2023, detonaron otra gran crisis. El apoyo incondicional de Biden a la inflexible estrategia militar del gobierno de Benjamin Netanyahu en Gaza y la incapacidad de limitar el sufrimiento infligido a los palestinos quedarán como una mancha de su gestión. Sin embargo, en parte por la acción israelí y el respaldo estadounidense, el mapa geopolítico de la zona se ha transformado y ofrece oportunidades. Esperamos que entre ellas esté el apoyo a un Estado palestino.
Más allá de estos escenarios de conflictos, tensión y avances puntuales, la rivalidad con China ha crecido como el gran desafío estratégico de Estados Unidos. Biden, en general, lo abordó de manera competente en lo comercial, diplomático, tecnológico y militar. Pero allí sigue, como un factor determinante e inevitable de la geopolítica global.
Por sus importantes logros, Biden merece reconocimiento. Por su incapacidad de construir una sólida sucesión, apegada a los mejores valores estadounidenses, merece reproche. El balance final sigue abierto.