FIRMAS PRESS.- Mario Vargas Llosa ya no es de este mundo, pero su monumental obra lo sobrevive como una llama imperecedera. De hecho, en uno de libros, El fuego de la imaginación (compilación de artículos, notas y ensayos sobre la literatura, el cine y el arte), el Premio Nobel de Literatura peruano resumía la vocación literaria como un “fuego, inconformismo, rebelión”. Para él, el escritor es un “eterno aguafiestas”.
¿Qué quería decir Vargas Llosa al emplear el término “aguafiestas” en relación con el ejercicio de la literatura? Si buscamos en el diccionario, dicho adjetivo define a “una persona que turba cualquier diversión o regocijo”. Pero el autor de clásicos como La ciudad y los perros y Conversación en la Catedral iba más allá de la noción de quien, de algún modo, perturba el esparcimiento de los demás.
En realidad, lo que quería decir es que el escritor, el intelectual, es alguien que agita el pensamiento, que ahonda en las contradicciones y que siempre está dispuesto a ejercer la crítica de la realidad que lo circunda. Lejos de ajustarse a la imagen del intelectual aislado en su torre de marfil, el más universal de los escritores de la lengua en español siempre vivió inmerso en el centro de los debates más encendidos sobre la actualidad.
Ciertamente, su gran pasión era la de escribir novelas, algo que se propuso desde muy temprano, siendo un estudiante en el colegio militar Leoncio Prado, donde sus vicisitudes le sirvieron como fusta creativa para alimentar ese ímpetu que desde pequeño llevaba dentro, cuando, en sus propias palabras, experimentó el acontecimiento más importante de su vida: aprender a leer, pues pasó de ser un lector insaciable a un escritor prolífico.
Pero no solo se quedó en el espacio de sus prodigiosas ficciones. Desde joven, se interesó por el mundo de las ideas y sus vertientes en la política. Sin duda, su trayectoria en este ámbito es tan sobresaliente como su extraordinaria andadura literaria.
Vargas Llosa se insertó en el movimiento literario del Boom, que en la década de los años 60 aglutinó a escritores que también despuntaban como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes. Este grupo de escritores latinoamericanos revolucionó la literatura con una experimentación propia, aunque inspirada en las vanguardias europeas y referentes americanos como William Faulkner.
Además de lo que tenían en común en lo literario, a los autores del llamado Boom los unía su ferviente entusiasmo con la Revolución cubana, que ya en 1959 se instauraba en Cuba bajo la batuta de Fidel Castro.
Vargas Llosa y el resto del clan, que tantas experiencias compartieron en sus años de estadía en Barcelona y París, eran en aquel entonces marxistas convencidos que se dejaron seducir por los cantos de sirena del castrismo.
No fue hasta 1971, cuando estalló la purga ideológica en Cuba a raíz del tristemente famoso caso Padilla, en el que el poeta Heberto Padilla se vio obligado a entonar un mea culpa por “desviarse” de los dictados del régimen castrista, cuando Vargas Llosa rompió definitivamente con la Revolución cubana. Esa ruptura representó una verdadera sacudida en el seno del Boom latinoamericano, ya que dividió para siempre a quienes continuaron apoyando la dictadura en la isla de Cuba y los que, como Vargas Llosa, a partir de ese momento denunciaron los atropellos del régimen de La Habana.
Si hay un escritor que para Vargas Llosa era su faro, este fue Gustave Flaubert. Y la novela cumbre del insigne novelista francés, Madame Bovary, fue para el Nobel peruano su devocionario hasta el final de sus días, en la paz de su casa en Lima, junto a Patricia, su compañera de vida, y sus tres hijos, Álvaro, Gonzalo y Morgana.
Si Flaubert profundizó en la Educación sentimental, podría decirse que Vargas Llosa transitó por una auténtica educación política: pasó de ser un creyente del marxismo a un firme defensor de las ideas liberales bajo la influencia de pensadores como Karl Popper, Isaiah Berlin o Friedrich Hayek.
Y en ese camino que recorrió con honestidad y sin miedo a apartarse de la corriente izquierdista que suele dominar el panorama intelectual y de las letras, con generosidad se puso del lado de las víctimas del castrismo en Cuba, el sandinismo en Nicaragua y el chavismo en Venezuela.
A diferencia de algunos de sus contemporáneos (García Márquez fue amigo de Fidel Castro hasta el final), Vargas Llosa puso en práctica esa función que para él era fundamental: la de rebelarse contra las injusticias que pueden emanar del poder. Cuando lo que estaba de moda era ser un revolucionario de izquierdas, él ya había avanzado en su identificación como “demócrata radical” y su defensa incansable de las libertades individuales. Lo hizo contra viento y marea.
Poco antes de que partiera para siempre, pero con el consuelo y la dicha de dejarnos su inmortal obra, Pedro Cateriano, un compatriota, amigo y compañero de batallas políticas, publicó Vargas Llosa, su otra gran pasión (Planeta), una minuciosa biografía política sobre el escritor que repasa su cruzada contra las ideologías totalitarias de cualquier signo y esa vocación suya por implicarse de lleno en “la vida de la ciudad, del país, del tiempo en que uno vive”, porque, para él, era “una obligación de tipo moral”. Extrañaremos mucho a Mario Vargas Llosa, ese “eterno aguafiestas”.
*Red X: ginamontaner
Gina Montaner es periodista.
