Por siete días, el sol salió y se fue y el viento sopló con fuerza. Como siempre en febrero. Además, me levanté a trabajar, porque tuve que ganarme el pan. Como siempre también. Y, en esta semana tan parecida a otras, los cimientos del orden internacional temblaron como nunca. Siempre creí que una semana revolucionaria vendría acompañada por tormentas, gente tirada en la calle y gritos por doquier. Nada de eso: el rompimiento vino forrado en el terso envoltorio de la cotidianeidad.
Se anudaron acontecimientos que están haciendo saltar las viejas alianzas internacionales por los aires. Resalto tres, pues el espacio no da para más. Pero hay más. El primero fue el discurso del vicepresidente estadounidense en la conferencia europea de seguridad en Múnich. Les dijo, en dos platos, que EE. UU. no se hará cargo de la defensa europea, que no considera a Rusia una amenaza y que dejen de fregar con eso de contener a la ultraderecha, los nuevos consentidos de Washington. Au revoir la alianza atlantista.
El segundo evento fue la apertura de negociaciones bilaterales entre Rusia y Estados Unidos en Arabia Saudí sobre la “cuestión ucraniana”. Detalle: sin Ucrania y Europa en la mesa y con otro ultimátum: si Ucrania quiere protección estadounidense, que pague con la venta de minerales valiosos. Y Putin feliz: Rusia puede consolidar su invasión a cambio de ninguna garantía de detener su expansión hacia el oeste. El tercer evento fue la reunión de las principales potencias europeas convocada de emergencia por el presidente francés. Si quería ser un acto de unidad europea, falló y terminó penosamente en un despliegue de disenso. Y los síntomas de anomia en las relaciones interestatales se multiplican: Suráfrica se acerca a China; Israel dice que liquidará a Irán; Corea del Sur rumia convertirse en potencia nuclear.
El nuevo gobierno estadounidense ha torpedeado lo que quedaba del viejo orden internacional, al que considera un “bad deal”. Perfecto, solo un detalle: esa era su plataforma de poder como potencia global. Reniega de ella, pero no tiene otra, y ese repliegue revive el decimonónico concepto del mundo dividido en zonas de influencia entre distintas potencias, un equilibrio inestable y propicio a las guerras. Entonces, mucho grito y golpes en la mesa, pero al serrucharse su propio piso, proyecta debilidad y confusión. ¡Qué semana esta de la que no me di ni cuenta!
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