Una noche de esas de finales y principios de año que dedicamos fervorosamente al tiempo y al recuerdo, hablamos de la primogenitura.
Nunca hubo motivo para comentar ese asunto con los demás; en mi fuero interno, sí, algunas veces, debido a que soy primogénito y a que este hecho ocasionalmente se ha dejado traslucir.
Dejé el tema aparcado sin intención de retomarlo, aunque en aquel momento me di cuenta de que tenía mucha miga. Pero pasados unos días, quiso la suerte que me encontrara con una reflexión sobre la primogenitura en Escribir un silencio, libro de Claudia Piñeiro que, como explica su editora, reúne en su mayor parte los textos publicados por la escritora en diversos medios gráficos. A este le dio un nombre sugestivo: El ocaso del primogénito.
A juicio de Piñeiro, ella también primogénita que de haber nacido varón estaba destinado a llamarse Claudio, el diccionario resta sustancia a esa palabra cuando la define como “el hijo que nace primero”. La autora no incurre en la obviedad de especificar que la primogenitura es una condición que se manifiesta solamente en las familias numerosas: los hijos únicos no llegan a cuajar como verdaderos primogénitos, precisamente porque cancelada la reproducción con ellos, se quedan en unigénitos.
Tampoco incurre Piñeiro en el disparate de precisar que a los efectos de la primogenitura lo mismo da que se trate de dos o más hijos; todo lo que se necesita es que la progenie vaya en plural. Claro que el asunto es tanto más notable si abundan los hijos, como un caso que conozco en que alcanzaron a ser veintiséis, o quince, como ocurrió en mi propia familia.
La escritora subraya que modernamente la primogenitura se predica de una persona lo mismo si se trata de hombre que de mujer, “a pesar de que en la antigüedad fuera un derecho reservado a los varones”. Esto implica que entonces era un dato con significación y efectos jurídicos previsibles, un verdadero estatus jurídico que dispensaba ventajas patrimoniales y de otra clase exclusivamente a los primogénitos varones.
Hoy es irrelevante jurídicamente; en cambio, se presta atención a la mayoridad y la minoridad de los hijos. De modo que la primogenitura, si hemos de creer a la autora, suele ser si acaso una carga en la experiencia práctica de la vida.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.