Jorge Bergoglio, argentino de nacimiento de origen italiano, jesuita de formación, fue el primer papa no europeo, el primer papa latinoamericano y el primer sacerdote jesuita en ocupar la silla de san Pedro. El papa Francisco falleció en Roma el pasado lunes 21 de abril, después de haber participado discretamente en las celebraciones de Pascua de Resurrección y de haber presenciado la lectura de su mensaje Urbi et Orbi, ya que su fragilidad pulmonar le impidió leerlo él mismo.
Fue elegido papa en 2013 y, en sus 12 años de pontificado, cambió muchas cosas en la Iglesia católica, no lo suficiente a los ojos de los sectores más liberales y demasiado para el gusto de los conservadores que se opusieron a él con una ferocidad inusitada.
Entre las primeras acciones de su pontificado, destaca la lucha contra la corrupción imperante en las estructuras de poder vaticano y la limpieza general de las finanzas de la Iglesia. Allí, Francisco enfrentó a la curia romana cuyo lujoso tren de vida era, a los ojos del Papa, incompatible con el compromiso de la Iglesia con los pobres. Él mismo escogió vivir en una casa de huéspedes y no en los lujosos aposentos papales. Con sus reformas, se acabaron los penthouses de lujo en la Ciudad del Vaticano y se modernizaron las finanzas de la Santa Sede, haciéndolas más transparentes.
A diferencia de sus predecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, Francisco asumió abiertamente la responsabilidad de la Iglesia en los abusos sexuales cometidos por un sinnúmero de clérigos, en particular contra la población más vulnerable: los niños. Se ventilaron los abusos, se castigó a los culpables de manera ejemplarizante y se resarció a muchas de las víctimas.
Fue un papa ecuménico. En sus tiempos como arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Bergoglio acostumbraba a reunirse con el rabino Abraham Skorka, rector del Seminario Rabínico Latinoamericano con sede en Buenos Aires; hasta tenían un espacio televisivo que presentaban juntos. Los dos viejos amigos mantuvieron contacto estrecho hasta pocos días antes de la muerte del jerarca católico; compartían la preocupación por la destrucción de Gaza. Durante todo su pontificado, Francisco mantuvo una actitud abierta, dialogante y respetuosa hacia otras aproximaciones a Dios.
Cambió, o intentó cambiar, los términos del debate en el seno mismo de la familia católica. De un discurso centrado en la lucha contra el aborto, la homosexualidad y el divorcio, prevalente entre los círculos más conservadores, privilegió temas centrados en la denuncia de las desigualdades, a favor del cuidado al medio ambiente y exhortando a la Iglesia a ser más solidaria con los desvalidos, los marginados y los excluidos por la razón que fuera: económica, social o inclusive moral.
El Papa sentía una empatía particular por los migrantes. De hecho, su primer viaje fuera de Roma después de su elección fue a la isla de Lampedusa, pequeño territorio italiano vecino a Sicilia, puerto de llegada de los migrantes procedentes del norte de África.
Sin pretender hacer grandes modificaciones doctrinales, fue, sin embargo, un papa incluyente. Llamó a un número considerable de mujeres a ocupar puestos de responsabilidad en el Vaticano, y a formar parte de los múltiples consejos de asesores que formó con el fin de aumentar la participación de los fieles en la definición de las políticas de la Iglesia. Autorizó la bendición de parejas de un mismo sexo, así como el bautizo de sus hijos e invitó a las parejas de divorciados a acercarse a la Iglesia.
Después del duelo de rigor, el próximo paso será convocar a un cónclave que elegirá al sucesor de Francisco. El cónclave lo componen todos los cardenales, pero solo tienen derecho a voto aquellos menores de 80 años. El nuevo pontífice será aquel cardenal que primero logre obtener dos tercios de los votos.
Más del 70% de los miembros del colegio cardenalicio con derecho a voto fueron nombrados por el papa latinoamericano, la mitad de ellos representantes del Sur global, lo que constituye una genuina globalización de la jerarquía católica. Será, sin lugar a dudas, el legado más duradero del papa Francisco.
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Cristina Eguizábal Mendoza es politóloga.
