La verdad es que, más allá de instituciones y normas, el Estado de derecho es lo que una sociedad acepta que sea. Pasa lo mismo que con el poder político puro y duro. Cierto, este se sustenta en el dominio coercitivo (armas, fuerzas de seguridad) y en la autoridad para tomar decisiones colectivas. Sin embargo, finalmente depende de la aquiescencia de los dominados, su aceptación de que la clase gobernante tiene el derecho a mandar. Si se evapora, y en la historia ha ocurrido a menudo, los poderosos pierden su aura y terminan en una alcantarilla o decapitados por quienes ayer les rendían pleitesía.
Esto, que es cierto para el poder político, lo es más con el Estado de derecho: las cortes y tribunales y las leyes con las que procuramos regir nuestra vida social. Esas instituciones tienen un poder indirecto, derivado de un papel, llámese la Constitución Política o una ley. No tienen más poder coercitivo que el que ese papel dice que tienen.
Una vez Stalin, el dictador soviético, estaba en una negociación con una potencia europea. Lo presionaban para que protegiera a los católicos soviéticos. Entonces preguntó a su interlocutor: “Y, ¿cuántas divisiones tiene el Papa?” Dejó claro que la Iglesia católica no tenía vela en la geopolítica, pues su autoridad se basaba en la magistratura de influencia. Mutas mutandis.
Es una situación muy delicada. En una democracia, el Estado de derecho es la única salvaguarda para que una sociedad compleja, repleta de intereses contradictorios, no termine en una carnicería y para que las mayorías no arrollen a las minorías (las empresariales también). Sin embargo, esa salvaguarda es frágil ante los embates de las argollas de poder, los desfachatados, los grupos criminales. Y, una vez que una sociedad pierde confianza en el Estado de derecho y tolera las violaciones de la ley, cesa la autoridad de esas instituciones. Entonces sí, amárrense los cinturones.
Por eso creo que las acciones contrarias a la ley del nuevo gobierno estadounidense son tóxicas. Si el punto es ni pedir permiso ni pedir perdón, la política desciende a una jungla. Hoy nosotros, ¡qué rico!, pero mañana “los otros” la devolverán con intereses. Y así. Por eso, es de vital importancia que nuestro gobierno cese sus intentos de hacer lo mismo. Las imperfecciones de nuestro Estado de derecho no son una patente de corso para destruirlo. Cerremos la caja de pandora.
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